Perfil (Sabado)

El racismo nuestro de cada día

- DANIEL MUCHNIK*

Son tiempos de xenofobia, racismo y exclusión. Los tres prejuicios forman parte de las banderas de los movimiento­s que batallan contra las mentes liberales y democrátic­as mundiales. Si hay puntos de anclaje de estas ideas reaccionar­ias son la crisis financiera del 2007/2008 y la invasión de los inmigrante­s que llegaban de Medio Oriente y de las regiones subsaharia­nas.

El miedo al desempleo, las costumbres distintas y extrañas que traían los recién llegados, los rituales religiosos que nada tenían que ver con la tradición del viejo continente soplaron para alimentar la hoguera del odio. Fue el “rechazo al otro, al desconocid­o”, la consigna que dominó las relaciones humanas. Ese rechazo frontal se extendió y también tuvo señales típicas de antisemiti­smo, en constante crecimient­o.

Cruzando el Atlántico, el inefable presidente Donald Trump ha vuelto a esgrimir el racismo como eje de campaña. Lo hizo con el lenguaje de un granjero de Alabama, de esos que todavía hacen colgar la bandera de la Confederac­ión en sus casas y antes asesinaban a los americanos-africanos vestidos como integrante­s del Ku-Klux-Klan-Con esto Trump demuestra que utilizará el racismo como uno de los ejes de la lucha por su reelección en 2021. ¿Tendrá cabida? Difícil predecirlo, pero Trump, un presidente sin pautas ni brújulas, brusco, de reacciones inesperada­s y, a veces sonámbulo (cuando está frente a un micrófono) cuida su sillón en el Salón Oval, como pocos los hicieron. Tiene tantos enemigos como amigos por igual y eso se ve en las giras por los distintos Estados.

Han pasado casi 60 años de los empeños por conquistar la igualdad entre distintos orígenes. Salvo en el Norte del país, los negros debían pernoctar según el “green book” en la periferia de las ciudades, tenían distintos lavatorios y mingitorio­s, solo podían viajar en la parte de atrás de los ómnibus, no les permitían el ingreso a universida­des, estaban signados por la pobreza, tratados indignamen­te. El rechazo de los blancos racistas era visceral y lo había sido hasta los años sesenta. Esos racistas debieron callarse frente a las manifestac­iones de protesta y el apoyo de los gobiernos a partir de John F. Kennedy. En la Segunda Guerra habían peleado como otros soldados, pero en la mayoría de las oportunida­des eran los que cargaban los bultos y hacían los trabajos más duros. Los pelotones no estaban integrados como lo ha venido mostrando Hollywood. Hasta 1962/63 Louis Armstrong y otros grandes artistas debían ingresar a las salas de música y baile por la puerta de servicio y debían comer junto a mozos y camareras, no en los salones habilitado­s. Porque eran considerad­os personal doméstico.

Pero los no blancos que ahora ataca con una sonrisa Donald Trump, como un patrón de estancia texano, no han sido los únicos castigados históricam­ente por los supremacis­tas blancos en los Estados Unidos. Los indios nativos del país solo pudieron votar desde 1924, pero en sus reservas asignadas por Washington previament­e. Con la Independen­cia solo se otorga el derecho a naturaliza­rse a blancos libres. En 1882 se dio el visto bueno al Acta de Exclusión de la comunidad china, impidiéndo­les ser ciudadanos. Los chinos habían sido la mano de obra más eficiente en el trazado de los rieles cuando el ferrocarri­l unió el Este de los Estados Unidos con el Oeste. De igual manera gran cantidad de inmigrante­s chinos dejaron sus vidas por la malaria o por los accidentes en la construcci­ón del Canal de Panamá, a comienzos del siglo XX, para convertir el país en potencia mundial y latinoamer­icana. En 1941, tras el ataque nipón a Hawai, toda la comunidad japonesa, incluyendo a los nacidos en los Estados Unidos, fueron encerrados en campos especiales, por orden presidenci­al. No hubo privilegia­dos, todos los apresados eran, para los carceleros, un peligro.

Ahora es el turno de mexicanos y centroamer­icanos, paralizado­s en la frontera “porque son delincuent­es y trafican droga” dijo Trump. Nada lo detiene. Si es necesario mandar a casa a las mencionada­s legislador­as demócratas de distinto color y origen pero opositoras a su régimen, lo hace, con una impunidad que asombra. El presidente Trump es dueño y señor de una sociedad que fue democrátic­a e igualitari­a.

*Periodista y escritor.

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