Una historia que sabe ser pequeña y también fascinante
El director de Gomorra y El embalsamador decide renunciar al relato más épico, más enorme, que venía abrazando en sus últimos films. Y lo hace para volver a contar una de esas historias que saben ser pequeñas y fascinantes, que saben construir un limitado y carismático, disfrazado de común, infierno. La caricatura es, aquí, una virtud: Matteo Garrone aprovecha a su protagonista y su profesión
como peluquero de perros en el lugar más inhóspito posible. Y usa esa primera carta para esconder un relato troyano.
Detrás de ese hombre y sus perros, y su vida familiar destrozada, hay una doble vida: su protagonista también vende drogas y las consume. Esa mezcla, ese mundo canino y sentido versus la mafia de pacotilla, son los que colisionan en el film y donde Garrone va construyendo sabiamente y con pequeños gestos una histo
ria sencilla, de esas que saben dónde pisar para ser cine y que entienden una historia puede estar hecha de buenos instintos (aunque a veces el subrayado de la bondad del mundo canino bordea lo pantanoso y sentimental).
Desde su antihéroe, Garrone pareciera jugar con la crueldad de sus personajes, crear una pesadilla posible y también diseñada que altera algunos modelos de género y se divierte al reafirmar otros. También se obsesiona con mezclar tragedia y comedia, generando así un tono único, que permite que la película pueda disfrutar de sus excesos y de sus caricaturas. Garrone otra vez crea una aldea de cine, un mundo particular y encerrado en sus propias reglas, que se siente distinto de lo que suele verse en la pantalla y en nuestras salas de cine. Y definitivamente se siente distinto de aquello que las series suelen hacer cuando juegan con las líneas de personajes caricaturescos, la moral y la tragedia.
Es una prueba más de que existen en el cine actual mundial pocos directores como Garrone, con una capacidad especial para capturar una serie de rasgos pocos celebrados en el cine y convertirlos en un evento más que especial.