UN CLASICO VISIONARIO
—¿Cómo se siente personificando a María Barranco? —Totalmente expuesta, porque he tenido que hacer una composición absoluta, muy diferente a mí en lo que habitualmente se me ve, tanto de imagen como interior. Hay una manera de mirar, de estar parada, sentada. —¿Le sorprende la actualidad de la obra? —Laferrere era un visionario, un gran político y un escritor notable. Se repite la historia de la desesperación de las mujeres teniendo que sostener una casa, de las crisis económicas y qué hace uno con su propia vida, cómo cría a las hijas. En esa época, estaba muy vigente algo que hoy estamos tratando de deconstruir: la cultura patriarcal. Está teniendo tanta visibilidad que podemos empezar a vernos nosotras mismas de otra manera, porque también estamos construidas en eso. Fueron siglos de una cultura que debemos ver de otra forma y con otro reconocimiento de nuestros derechos. En la obra, una sobrina viene desesperada porque el novio le pegó y María Barranco le dice cómo permite y soporta eso. Eso es muy interesante porque hay un lugar de la dignidad, de ser persona, de ser mujer, que ella está defendiendo a ultranza. —¿Qué siente antes de salir a escena? —Estoy media hora antes sentada en una silla al costado del escenario esperando el comienzo, muy concentrada, escuchando el murmullo de la gente que va entrando y me va dando esa picazón tan particular en la panza. Ese momento es mágico ya que en minutos voy a atravesar esos pequeños pasos que implican ponerme a disposición, contar una historia y compartir un momento de comunión único que ofrece solamente el teatro.