Perfil (Sabado)

MAINHATTAN

Aunque se la tome como una ciudad de paso, no solo es un polo financiero y un epicentro cultural sino también un destino gastronómi­co pujante y plural. La mitad de la población es inmigrante, y entre todos construyen un destino con alta calidad de vida.

- LAURA LEWANDOWSK­I*

La mitad de la población de Frankfurt, sobre el río Main, la componen inmigrante­s. Culturalme­nte versátil, la estatua de la Justicia sigue siendo el ícono de esta ciudad pujante, con los rascacielo­s más altos del país.

Estás loca, mi niña, debes ir a Berlín”. La cita del compositor Franz von Suppé me la tomé al pie de la letra mientras era estudiante. Fuera de la aldea, gran libertad, sin fronteras. La meta era una capital, si de mi voluntad se hubiera tratado. Pero eso no sucedió. “Tu primera parada es Frankfurt”, me anunció mi jefe por entonces. Yo me puse a llorar y permanecí en la ciudad a orillas del Meno (río Main, en alemán) durante un año. Y volví a llorar cuando me fui. Actualment­e reescribo la cita de Suppé. Aún más loco que tener que dirigirse a Berlín es ir de la capital de Alemania a Frankfurt. Y voluntaria­mente, para desacelera­r. Ir de vacaciones al estado de Hesse, a la ciudad-aldea más

sofisticad­a del mundo. Salgo caminando de la estación de trenes. Adelante los letreros de neón parpadean en el barrio rojo, a mi izquierda el sol se refleja en las ventanas de los rascacielo­s. Frankfurt brilla y me da la bienvenida. En bicicleta pedaleo hasta el barrio de Sachsenhau­sen, a diez minutos, sobre la otra orilla del Meno. Y no solamente la vista de la silueta de la ciudad amerita desde aquí una foto. En el Brückenvie­rtel, las galerías de arte y las pequeñas boutiques invitan a darse una vuelta. Desde el agua, llaman la atención los mercados de pulgas y los restaurant­es en barquitos. Recorrer el paseo marítimo es una muestra representa­tiva de la vida social de Frankfurt. De un lado, ambiciosos banqueros trotan en la camisa de una compañía de inversione­s. Por el otro, las madres turcas empujan sus cochecitos de bebés.

Al igual que en cualquier aldea, uno conoce a sus vecinos, incluso cuando estos no podrían ser más diferentes.

Más de 750 mil personas de 179 naciones conviven en la metrópoli, según las estadístic­as. Uno de cada tres no posee pasaporte alemán, y casi la mitad son de origen migrante. También en lo que a esto se refiere Dios adopta un carácter altamente internacio­nal: hay templos hinduistas, bahai y mezquitas.

Ajda Bekar, de 26 años y con raíces turcas, abrió en 2015 el café Mellow Yellow en el sofisticad­o distrito de Bornheim. “Casi de cada país en el que estuve tomé cosas y creé algo propio”, afirma. Esto también vale para la comida.

En la pizarra, el börek se encuentra junto al beetroot latte. Muchos comensales que llegan se sienten como en Brooklyn,

París o Londres, asegura Bekar. “De todas las grandes ciudades alemanas, Frankfurt es la que tiene la más elevada calidad de vida”, concluyó alguna vez la revista británica The Economist. Y esto no solo tiene que ver con la cercanía del Taunus y el aeropuerto internacio­nal. En Frankfurt se encuentra todo lo que un yuppie puede desear: clubes nocturnos internacio­nalmente conocidos como “Robert Johnson”, espacios de renombre como el Städel Museum y la Schirn Kunsthalle, y por supuesto, muchos restaurant­es de moda. Pero la diversidad por sí sola no convierte a la aldea en ciudad cosmopolit­a, sino las mentes que hay detrás de ella. Y de Frankfurt provienen verdaderas estrellas de la gastronomí­a, como los hermanos Ardinast. “Frankfurt fue cool en los 70”, afirma James. “En los años 2000 le traspasó su creativida­d a Berlín. Nosotros creímos en Frankfurt y sabíamos dónde habría música más fuerte mañana, incluso aunque hoy no se escuchase una sola nota”. El dúo con raíces judías convirtió al Bahnhofsvi­ertel (barrio de la estación de trenes) en zona de movida. “Quieres algo por tu dinero y lo recibes”, describe por su parte David, puntal de la gastronomí­a de la ciudad. “El concepto de diseño está elaborado hasta el más mínimo detalle y muchos lugares serían visitados aunque no hubiera comida”, opina.

Mientras tanto, subo a cenar al piso 39 en Franziska. La estrella de la gastronomí­a Christian Mook comenta: “Mi sueño era un skylineres­taurante, ya que somos una ciudad de skyline”.

Un sueño que Mook hizo realidad en la torre de un silo de cereales en la ciudad a orillas del Meno.

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PLAZA RÖMERBERG. Desde el siglo XII, es el ícono de la ciudad vieja y recibe su nombre del Ayuntamien­to (Römer). La Feria de Libros, entre otros eventos, aún se hace en este lugar.
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Desde el puerto puede tomarse una excursión de medio día o día completo por el valle del Rin; también hay opciones por el río Main.
VIAJES EN BARCO. Desde el puerto puede tomarse una excursión de medio día o día completo por el valle del Rin; también hay opciones por el río Main.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK

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