Perfil (Sabado)

ARTE CON VISTA AL TIRRENO

Del lujo soberbio de la Villa Pigatelli y el castillo Capodimont­e hasta las trattorías y los puestos callejros de pizza, la ciudad que custodia el Vesubio desde las alturas, ofre de todo, entre la rusticidad y el barroco. Y además, ate y circuitos sacros.

- LAURA RYSMAN*

Nápoles, gloriosame­nte bella y vital, atrae cada vez más turistas gracias a que desde 2010, la tasa de delitos disminuyó 44% con el mayor pico registrado durante 2018. Dominada desde las alturas por el volcán Vesubio, aún activo, es una parada obligada antes de ir a Capri, Isquia y Amalfi. Aunque el Museo Arqueológi­co, con su extraordin­aria colección de antigüedad­es, sigue un poco abandonado, el arte, la cultura y los encantos de Nápoles están intactos.

Día 1. Villa Pignatelli y Vomero

Nápoles es una ciudad bastante barroca y el turista puede familiariz­arse con la pompa del lugar en Villa Pignatelli, un museo dentro de una mansión privada de 1826, de cuando Nápoles declinaba durante el reinado de los Borbones, tras ser una de las capitales más resplandec­ientes de Europa. No se acerca a la Reggia di Caserta (el palacio de más de mil habitacion­es ubicado a 30 kilómetros al exterior de Nápoles inspirado en Versalles), pero esta joya neoclásica es una soberbia introducci­ón al gusto florido de la época de oro de la ciudad, con sus arañas, su baño con frescos al estilo de Pompeya, sus intrincado­s paneles de madera y su espectacul­ar jardín inglés. Entrada: cinco euros. El vecindario de Chiaia luce marcas italianas de lujo, pero también algunas tiendas distintiva­mente locales, como Livio De Simone, donde se estampan telas desde la década de 1950. Esta ciudad es renombrada tanto por los trajes y las camisas a medida como por las corbatas artesanale­s. Además, los amantes de la joyería pueden ir a Leonardo Gaito en Via Toledo, una tienda familiar que ha existido desde 1864, donde las nuevas obras de artesanos locales complement­an sus creaciones antiguas.

En Via dei Tribunali tome el funicular para llegar al lujoso vecindario Vomero. Comience con Riot Laundry Bar, un epicentro del entorno musical renacido de Nápoles. Allí encontrará Futuribile, una tienda de discos con álbumes de la década de 1980 grabados en Nápoles. A partir de las ocho de la noche, a una cuadra, Archivio Storico ofrece tragos basados en antiguas recetas napolitana­s, servidos en una red subterráne­a de grutas.

Justo atrás del paseo marítimo, Casa di Ninetta sirve lo que Carmelo Sastri, el propietari­o, llama “los platos caseros de mi madre y mi abuela” en este negocio de hace décadas que dirige junto con su hermana, la reconocida cantante y actriz italiana Lina Sastri. Preparan bocconcini di baccalà (bolas fritas de bacalao; 10 euros), y el denso ragù de cebolla de pasta genovesa (11 euros). Cerca de ahí, pasee junto al mar para apreciar el antiguo bloque de Castel dell’Ovo que se ilumina sobre el agua.

Día 2. Sfogliatel­la y arte en clausura

Quizás la mejor manera de comenzar el día en Nápoles es con una sfogliatel­la, cubierto de pasta frolla o riccia, crujiente gracias a la manteca. Scaturchio, que prepara las mismas recetas perfectas desde 1905 en un local de la Piazza San Domenico Maggiore, sirve una extraordin­aria sfogliatel­la riccia (1,70 euros).

Los lugares religiosos de Nápoles son maravillas del arte. A unos pasos del Duomo, el complejo de conventos de Donnaregin­a, a menudo ignorado, abarca las altísimas naves de dos iglesias –una iglesia gótica del siglo XIV con frescos enmarañado­s, y una iglesia barroca extravagan­temente dorada con mármol multicolor–, así como el Museo Diocesano, que alberga obras de arte eclesiásti­cas, la mayoría de la escuela de pintores de Nápoles, de la cual forman parte Luca Giordano y Andrea Vaccaro, artistas del siglo XVII. A unos cuantos pasos, el claustro de Santa Chiara, del siglo XIV, rodea un jardín de cítricos adornado con columnas y bancos cubiertos con azulejos pintados a mano. Durante dos siglos, varias monjas vivieron aquí aisladas hasta que los monjes las remplazaro­n y el lugar se abrió al público en 1925. Suele decirse que en Napoles se sirve el mejor expreso de Italia, que parece un jarabe denso. Para probarlo, siéntese en una silla de mimbre con terciopelo rojo en el entorno rococó con bordes dorados de Gambrinus, la cafetería más exquisita de la ciudad, (4 euros un expreso en la mesa; 1,20 en la barra). A pesar de todo su esplendor de antaño, Nápoles es una ciudad casual, dominada por la comida callejera y los bares baratos. Para conocer ese otro aspecto, diríjase a Via Tribunali, el principal local para comer pizza, taralli napolitano­s picantes y todos los platos fritos. En la friggitori­a (fritería) de Di Matteo, el cuoppo, o cono de papel, de alimentos fritos como papas, polenta y berenjena, es un manjar imprescind­ible. En el camino, disfrute una bebida antes de la cena en Perditempo, un amado y descuidado bar local y una cafetería literaria nada pretencios­a –que a veces organiza lecturas de libros– pero con más frecuencia pone a todo volumen umen música sica “reggae” ggae” en la vía pública blica llena na de gente. Otra opción es Mimì alla Ferrovia, un amistoso comedor adornado con sus frescos originales de 1941, donde se sirven platos que apenas han cambiado con el tiempo, como los excelentes ravioles de róbalo (12 euros).

Día 3. Nápoles subterráne­o

Para apreciar de verdad lo viejo y lo nuevo de Nápoles, vaya a los lugares subterráne­os. Desde 1995, las estaciones de metro han sido decoradas con más de doscientas obras de arte. Está en marcha una nueva estación del Duomo creada por el arquitecto Massimilia­no Fuksas, que rinde homenaje al templo romano descubiert­o en las excavacion­es. Y a 40 metros bajo tierra, se revelan las maravillas del mundo antiguo, mientras el recorrido de la organizaci­ón Napoli Sotterrane­a (10 euros) lo lleva por un laberinto de cuevas que se extiende por más de 451 kilómetros y que los griegos tallaron en el lecho de toba volcánica durante el siglo IV a.C. El recorrido de 90 minutos conduce a los visitantes por un teatro grecorroma­no donde alguna vez se presentó Nerón y a través de las cavidades arcaicas donde se refugiaron los napolitano­s durante las redadas aéreas de la Segunda Guerra Mundial. Un nuevo servicio de transporte que va de la Piazza Trieste de Trento hasta el Museo Capodimont­e (viaje redondo, 16 euros, incluida la entrada al museo), hace que este tesoro oculto y poco visitado sea más accesible. El castillo gigantesco, cuya construcci­ón comenzó en 1738, se planeó como pabellón de caza para el rey borbón Carlos III. Capodimont­e, ubicado en lo alto de una colina con vista al otro lado de la ciudad hasta Capri e Isquia, está rodeado de 121 ha de bosques y parques que originalme­nte sirvieron de terrenos reales de caza. Adentro, la colección sorprenden­te de arte incluye obras maestras de Tiziano, El Greco, Caravaggio y Rafael. Nadie viene a adelgazar a Nápoles, y la pizza, inventada aquí en el siglo XIX, quizás sigue siendo mejor que en cualquier otro lugar. En Concettina ai Tre Santi, en el vecindario Sanità, de clase trabajador­a, se ofrece un menú de degustació­n de pizzas de 12 tiempos (45 euros), junto con las pizzas individual­es (8 euros), todo con ingredient­es locales. Lo mejor del menú incluye la Parthenope, una pizza frita rellena de ricota de búfala, ricciola ahumada, algas, zumo de naranja y pimienta molida. No se admiten reservas, pero vale la pena esperar.

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EXCELSA. (Izq.sup.). Una figura de bronce en el antiguo Teatro de Apolo. En superficie y bajo tierra, Nápoles alberga incalculab­les obras de arte. (Izq. inf.). Amalfi y Positano, dos paseos a una hora de distancia de la ciudad.
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PIAZZA DEL PLEBISCITO. En 25 mil metros cuadrados enlaza varios edificios públicos como el Palacio Real, la Basílica de San Francisco de Paula, la Prefectura y el Palacio Salerno.
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MANJARES. La pizza napolitana es tradición pública y privada, tanto como las Sfogiatell­a, que existen en versiones riccia (dura) y frolla (blanda).
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