CIUDAD BLANCA
Sobre el Danubio, es una de las ciudades más recomendadas y a la vez menos conocidas de Europa. Se recuperó de todas sus catástrofes y su empuje parece imparable. Atractiva y con contrastes, no es para nada cara.
Así llaman a Belgrado, capital de Serbia, una de las ciudades udades menos caras y más bellas las de Europa. Superó sus tormentas y su popularidad crece de boca en boca.
La capital de Serbia, Belgrado, es una de las ciudades menos conocidas de Europa, pero una de las más accesibles, al menos económicamente, ya que las conexiones aéreas para llegar son un tanto complejas. Hoy en día se mueve entre la nostalgia de los Balcanes –integró la ex Yugoslavia– y un ritmo imparable por recuperarse incluso de los peores golpes (además de sus conflictos internos, fue bombardeada por la OTAN durante 78 días seguidos en 1999). Apenas uno llega, no impresiona como una típica ciudad europea con olor a perfume en las calles y a café recién molido en los interiores. Sin embargo, es cada vez más vox populi el rumor de que habría que visitarla. Salvaje y económica como Berlín después de la caída del Muro, en Europa muchos dicen que Belgrado es muy cool. Y habría que ir a comprobarlo. De todos modos, lo primero que se impone es la tristeza. En el aeropuerto espera un taxi para ir al centro, y ese primer tramo que recorremos entre las pistas de aterrizaje y la ciudad es un verdadero viaje al pasado, ya que se pasa por unas construcciones inmensas de cemento, por una cantidad interminable de edificios en serie. Impresiona como un sitio gélido, con el esplendor de la artquitectura del siglo XX, a la que se suma la torre Genex, “la puerta occidental de Belgrado”. Uno tiene la fuerte impresión de que el pasado, en este sitio, debe haber sido bastante duro. La ciudad fue destruida y reconstruida varias veces. Ha quedado una mezcla de todos los siglos: obras esplendorosas del neoclacisismo, art nouveau, restos del Imperio Otomano, todo atravesado por cables de electricidad que se cruzan por todas partes, fachadas rajadas o a medio terminar, como si los obreros en algún momento hubiesen tenido ganas de hacer otra cosa, o como si se hubiese acabado el dinero en la mitad de la obra.
Pero hablemos de Ada, la península artificial a la que todos los locales apuntan cuando uno les pregunta dónde se puede ver la vida auténtica de Belgrado. En la península se puede sentar a beber una copa de vino en la playa. Así se siente el verano
en Belgrado. Si da una vuelta por la orilla, se encontrará con muchos locales y restaurantes. ¿El código de vestimenta?: pantalón de jogging y zapatillas deportivas.
“En verano hace muchísimo calor, unos 35 grados”, dice Radovan Pesic, que trabaja con su hermano en el Tropical Heat, un restaurante que lleva el nombre de una serie policial estadounidense de los 90. “En ese momento fue gran éxito en Serbia”, cuenta Pesic y pone a funcionar la máquina de pochoclos. Uno tiene la impresión de estar justamente en esa década. “Francamente no ha cambiado mucho desde entonces”, cuenta este serbio que también vivió en Rusia, Sudáfrica y Chipre. En algún
49 campanas de la Catedral de Saint Sava brindan un concierto al mediodía
momento quiso regresar. “Es que Belgrado tiene una fuerza de atracción muy particular”, asegura. “Cada vez son más las personas que quieren volver a poner esta ciudad en el mapa”, dice Luka Lazukic mientras fuma y oculta su cansancio detrás de unas gafas de sol XXL. “Uno no puede entrar tan fácilmente en este mundo, pero una vez que estás, descubres un Belgrado totalmente distinto debajo de la superficie”, dice el empresario de IT en el restaurante 5A Soba. Este hombre de negocios cuenta que muchos se fueron después de la guerra. Salieron en busca de mejor vida, “y ahora regresan trayendo las nuevas tendencias”, asegura. No solo hay locales. También se suma la gente de negocios de los países limítrofes. Vienen de Bosnia, de Montenegro, y hacen que Belgrado se convierta en un mosaico balcánico muy particular.
El que tiene dinero en Belgrado es un rey.
Los que no también vienen a pasarla bien. Los alquileres se pueden pagar y la inspiración florece de todas las paredes. Es una metrópoli de tantos contrastes que se vuelve atractiva para gente de todo el mundo. Lazukic dice que el barrio Dorcol es bastante parecido a Williamsburg, en Nueva York. “Antes era el rincón más peligroso de la ciudad. Hoy está de moda”.
Y de pronto comienza a haber por todas partes tiendas vintage, oficinas de co-working, sitios de diseño, floristas, y de la tristeza de Belgrado no queda ni rastro. No es amor a primera vista. Pero a segunda. Y vale la pena.