CON VISTA AL MAR
En la región de Bretaña, Francia conserva muros que hablan del siglo XII hasta nuestros días. Rennes, Saint Malo y el Monte Saint Michel aportan algunos de los iconos más famosos del país. Y además, gastronomía de excepción, paisajes marinos y, si tiene suerte, delfines.
Las leyendas artúricas, los circuitos megalíticos y las tradiciones celtas hicieron de Bretaña, al noroeste de Francia, un destino marítimo con magia propia. Atravesados por bosques, estos pueblos pesqueros y estas lejanas aldeas rurales están más próximos gracias a la línea de tren de alta velocidad LGV, que en 90 minutos enlaza París con Rennes, la capital regional. Rennes es una ciudad universitaria con paseos marítimos en la ribera, magníficas plazas de piedra y casas urbanas históricas con uno de los mercados agrícolas más grandes de Francia. Un poco al Norte, la ciudad fortificada de Saint-Malo resulta encantadora por sus calles y murallas de cuento (destruidas en la Segunda Guerra
Mundial y reconstruidas posteriormente), su costa rocosa bañada por el mar y su cercanía con uno de los lugares más místicos de toda Francia: la isla del monte Saint-Michel.
Día 1. Vigas y piedras
Una cerveza Lancelot (5 euros) en una mesa al aire libre bajo la sombra de los árboles en Ty Anna Tavern es la manera perfecta de conocer dos instituciones bretonas: la cerveza y las casas de entramado de madera. Siga su recorrido arquitectónico en Place du Champ-Jacquet, donde una fila de casas del Renacimiento –estrecha y sinuosa– ceden y se inclinan una sobre la otra como ebrios shakespeareanos; después diríjase a Ti-Koz, en la calle Saint Guillaume, una obra maestra creada en 1505 con vigas color rojo brillante y figuras humanas talladas contra las paredes a Ti-Koz. Termine el recorrido en la calle Chapitre, empedrada, con hermosos edificios viejos (especialmente los números
18 al 22) que ahora albergan galerías de arte, despachos arquitectónicos y boutiques. El número de estrellas
Michelin en Rennes fue de una a tres en los últimos dos años gracias a dos restaurantes emergentes a lo largo de la franja anodina
conocida como Rue de l’Arsenal: IMA, que ofrece una gastronomía inspirada en la cocina asiática; y Racines, cerca de ahí, un restaurante iluminado, acogedor y lleno de plantas. Durante una visita veraniega había
un menú de atún
rojo con sal de mar, acompañado de espárragos crujientes y helado suave de estragón verde –una mezcla de frescura y texturas–, seguido de un disco de cordero deshebrado con espuma de garbanzo. La cena de tres tiempos costó 55 euros. Muchos de los casi 70 mil jóvenes universitarios en Rennes llenan los tugurios estudiantiles y los bares de tragos a lo largo de la calle Saint Michel. Pero en Rennes hay lugares con más estilo, como Le Montfort, un elegante bar de licores con mesas de mármol blanco.
Día 2. Artes oscuras
Algunas de las obras más poderosas en el Museo de Bellas Artes de Rennes también son algunas de las más macabras. Observe La dame d’Antinoé, la momia de una mujer de la época romana excavada en Egipto. Aún visible a través del envoltorio textil, su expresión plácida expresa emotividad después de casi 2 mil años. Al igual que el rostro lastimero y el brazo extendido del santo epónimo que se quema vivo en la obra maestra del Renacimiento florentino Martirio de San Lorenzo, de Mariotto di Nardo. Las bestias también mueren de manera violenta, como en el enorme lienzo cinético de Rubens La caza del tigre (1616) y en la gigantesca representación de Perseo asesinando al monstruo marino de Paolo Veronese, pintada en 1580. 15 Las obras del siglo XX son un poco más alegres, sobre todo to la abstracción de Busto de hombre co con sombrero (1970), (1 de Picasso. Entrada: 6 euros. El extenso Marché des Lices, abierto desde 1622, tiene puestos a la calle que venden frutas, vegetales y flores, mientras los corredores techados se dedican a carnes y alimentos preparados. También hay trailers que sirven platos de todo el mundo –pollo tikka, falafel, paella, cuscús– y la respuesta de Rennes a los perros calientes: una salchicha asada con cebollas caramelizadas y queso, envuelta en un panqueque de alforfón.Varios trenes diarios recorren el trayecto de 45 a 60 minutos con destino a Saint-Malo, una ciudad de cuento de hadas cuyas murallas de roca también sirven de pasarela elevada. Suba las escaleras
De corsarios St. Malo fue un reducto de corsarios franceses; desde aquí partían hacia el mar.
del portón de Saint Vincent (al lado del restaurante Lion d’Or) y recorra el lugar en el sentido de las agujas del reloj. Un costado ofrece una perspectiva de los edificios con estilo gótico y las estrechas calles adoquinadas de la ciudad, abajo; mientras que el otro lado proporciona paisajes marítimos: la marina, el largo embarcadero, los afloramientos rocosos, las playas doradas y las almenas del Fuerte Nacional, construido durante el reinado de Luis XIV, en 1689. Saint-Malo, famosa por sus exploradores marítimos y sus corsarios, es incluso más hermosa desde el mar, y un paseo en crucero de Compagnie Corsaire ofrece un recorrido de 90 minutos (21,50 euros) por la dramática bahía y la costa. Los canadienses reconocerán la estatua del siglo XVI del navegante Jacques Cartier (el primer europeo en llegar a Quebec) en la cima de un montículo de rocas rodeadas por el mar, mientras que los británicos pueden maravillarse con las mansiones de tejado a dos aguas y los grandes hoteles costeros del cercano Dinard, que alguna vez fue un popular centro vacacional para la realeza y las celebridades inglesas. (La ciudad incluso es anfitriona del Festival de Cine Británico en otoño). Los vientos se alzan y se vuelven gélidos conforme el bote se dirige a aguas abiertas, donde una dispersión de pequeñas islas rocosas se asoma a través de las olas como migajas del mar. Si tiene suerte, podrá divisar los delfines de la bahía. La bonanza comestible del océano se presenta de manera experta y elegante en el restaurante Gilles, un lugar lu moderno y minimalista. m Pruebe la espesa sopa de camarón, ca ostras o, aun mejor, m la merluza con coulis co de tomate sobre chucrut ch al riesling, que muestra m el talento que tienen ti los franceses para las salsas ligeras y las infusiones de vino vi que ayudan a equilibrar los sabores de la carne y el pescado. Para el postre, considere las manzanas locales. La cena de tres tiempos, 33 euros por persona. Ana de Bretaña (1477-1514), que se casó con dos reyes franceses, es uno de los personajes históricos más celebrados de la región. Ahora está disponible en forma de cerveza como la Dutchess Anne Tripel (5 euros), una de muchas cervezas europeas a la venta en La Fabrique, un bar neoindustrial.
Día 3. Al monte de Miguel
En el año 708 d.C., el obispo Auberto puso las primeras piedras de lo que se convertiría, a lo largo de la Edad Media y el Renacimiento, en la estructura religiosa más espectacular de Francia, el monte Saint-Michel. La isla circular de granito, que se eleva como una visión salida de una novela de fantasía desde el Atlántico, forma la base de una aldea fortificada con murallas y adornada con jardines y –en la cima– una abadía gótica (entrada: 10 euros), cuyos altos salones de piedra ofrecen hermosos panoramas de la costa y el océano a sus pies. Desde Saint-Malo, Keolis Armor ofrece un servicio diario de ida y regreso en autobús (23 euros) en el verano y un servicio reducido en otoño. El bus generalmente sale a las 9.15 a.m. para evitar las multitudes; demora una hora y regresa antes del atardecer. También hay viajes disponibles desde Rennes.
AR $ 7.500 una excursión de 14 horas desde París al Monte St. Michel.