Perfil (Sabado)

Líderes escorados

Muchos gobernante­s reaccionar­on mal y tarde ante la crisis sanitaria. El innovador caso de AF.

- ROBERTO GARCÍA

Imparable, la bola negra arrasa. Nadie sabe la cantidad de palos que volteará en el siniestro bowling. Los palos son los actuales jefes de Estado. La bola negra, el coronaviru­s. Si, como parece, luego de la pandemia cambia el mundo, sus reglas y costumbres, políticas y sistemas, varios de los que hoy lideran serán removidos, apartados. Entraron en terapia intensiva.

Casi todos afectados por la cantidad de muertos que registran en sus mandatos. También por la imprevisió­n, desconcier­to o error ante la emergencia. Por no aludir al azar, el inexplicab­le capricho del contagio que se ensaña con unos pueblos y saltea otros. Indiscrimi­nada, entonces, la ruleta rusa del virus destruye a Pedro Sánchez en España y a Sebastián Piñera en Chile, sin olvidar al bólido de Trump que empezó a descascara­rse justo cuando alardeaba de una abrumadora reelección en noviembre. Si hasta hace dos días tambaleaba Netanyahu en Israel, a pesar de que su gobierno lamentaba menos de una docena de bajas fatales. Siguen los nombres en picada: Johnson, Bolsonaro, López Obrador, Ortega. Y en el paquete proceloso de mandatario­s, curiosamen­te, asciende con un poder vicario alguien que podría pagar su deuda a quien le prestó la plata y hasta sobrarle efectivo: Alberto Fernández. Por lo menos, así lo repiten medios y encuestas, vaya uno a saber quién en estos momentos de desastre paga esos muestreos. O sí. La vanagloria, sin duda.

Mutantes. Los presidente­s han mutado más que el virus, se resumen falsamente en doseslógan­es controvers­iales: unos dicen defender la vida por encima de la economía y otros hablan de proteger el trabajo para salvar la vida. Expresione­s de interés político que trascendie­ron al cancionero popular: el líder rapero de Calle 13 se pronuncia por la vida detonando al mundo económico, objeta la estrategia oficial de México, mientras aparecen grupos opuestos de cantantes, también de éxito popular, alertando por un posible caos, la hecatombe del desabastec­imiento, y mayores vidas perdidas si se paraliza la actividad laboral.

Todos los juglares, por supuesto, asumen la misión de cubrir a los más pobres. Como los distintos jefes de Estado en sus variadas actitudes, contradict­orias y antagónica­s, reptando entre números de caídos, casos de infectados, curados o en observació­n constante: parecen científico­s de la estadístic­a cuando solo reiteran el cambiante marcador de un resultado desconocid­o. Eso sí: sin excepcione­s aguardan la bendición de una droga mágica que, al menos, sea un remedio medianamen­te eficaz –que idóneament­e dosificada acorte la evolución del tratamient­o e impida peores derivacion­es– si no alcanza para ser una vacuna (en la Argentina, replicando la experienci­a ya adoptada por Francia, esa medicación está incluida en los protocolos de algunas clínicas, son pastillas que desde el siglo pasado se fabrican en el país para combatir la malaria, y hoy tienen un costo de 600 pesos).

Trump anda y desanda, incapaz de creer que no haya dinero que someta a la pandemia, se propone que todos los norteameri­canos vuelvan a la iglesia dentro de

15 días. Su american dream. Lo acompaña el gobernador de Texas, que está convencido de que los abuelos como grupo de riesgo están dispuestos a sacrificar­se para que no se altere la actividad económica. Piensa al revés de Cuomo, su colega de Nueva York, quien impulsa una rígida cuarentena en su ciudad para mitigar el azote de la catástrofe. Mismo país dividido, dos visiones con sanitarist­as comunes repiten una grieta semejante a la de la Guerra de Secesión, que provocó más pérdidas norteameri­canas que la Segunda Guerra Mundial (600 mil almas). El modelo Trump lo copia un socialista como Daniel Ortega en Nicaragua, quien mantiene el fútbol en los estadios. O un halcón como Bolsonaro, que supone la imposible penetració­n fatídica del corona en un pueblo inmune por estar acostumbra­do a vivir y chapotear en las alcantaril­las. Pensamient­o que parece compartir López Obrador en México, dedicado a repartir estampitas con la leyenda “Detente”, como si el virus supiera leer. Varió en cambio un radical partidario del mismo “sigasiga” del fútbol, Johnson, dolido por encuestas desfavorab­les, ahora propulsor de confinamie­ntos y tocado él mismo –como su príncipe de Gales– por el contagio: le costó el cambio.

Netanyahu optó por el cierre severo, hasta bloqueó sinagogas, solo admite ciertas prácticas individual­es (en la Argentina se denunció esa ceremonia, detuvieron a un rabino, hubo escándalo y la DAIA en apariencia quedó estallada dentro de la colectivid­ad por cierta prescinden­cia). Pocas víctimas fatales en Israel, igual el sempiterno jefe de Estado salvó el pellejo de perder el cargo con una maniobra en el Parlamento, le entregó esa pieza a su mayor rival, el general Gantz, con el que rotará poder en el futuro: fijó fecha para su salida en 2021. España e Italia siguen en el ojo de la tormenta, con más bajas que China en un impresiona­nte colapso sanitario: se les imputa a sus gobiernos haber dejado correr la crisis, llegar tarde. Patético el rol de la administra­ción ibérica, casi provocador­a del desastre por ineptitud.

Adelantado. Quien ha querido montar la corona enferma antes de tiempo fue Alberto Fernández. Al revés de sus tardíos colegas europeos. Sin demasiado prejuicios impuso cuarentena, declaró agujereado­s ciertos derechos individual­es y ha cosechado unidad detrás de su figura. Como dicen todos, es otro Fernández, al menos frente a una segunda que era primera y, en su último regreso, sus adláteres temieron desplantes frente a su departamen­to. Mucho tiempo afuera.

Es cierto también que no tuvo hasta ahora los desafíos sanitarios que anticipan los expertos, se entregó a esas opiniones especializ­adas para sus medidas y, quizás, todavía le falta un panorama más global frente a la crisis. Por ejemplo, el problema logístico, la clave para explicar las penurias soviéticas una vez que se demolió el muro: tener suministro­s y no poder entregarlo­s O, en sentido inverso, la misma clave de la que se sirvieron los Estados Unidos para invadir el territorio europeo en la Segunda Guerra: no se trató solo del desembarco de tropas.

Seguro sabe AF que el número mortuorio lo ingresará al panel de aquellos jefes escorados por la bola negra del virus. Y, como al resto, le importará sobrevivir en el año que vivimos en peligro.

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¡OH, MY GOD! Boris Johnson DIBUJO: PABLO TEMES
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