Perfil (Sabado)

El poder en la sociedad

- OMAR ARGÜELLO* *Sociólogo, Club Político Argentino.

Adorno nos recuerda que la sociedad es más que la coexistenc­ia de personas; lo que la define es la interacció­n entre ellas. Y en esas interaccio­nes se producen relaciones de poder. Por su parte Weber define el poder como “la probabilid­ad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social”; y hasta la creación del Estado ese poder se basaba en la ley del más fuerte, lo que llevó a la necesidad de un “Leviatán” que terminara con el “estado de naturaleza”.

Sin embargo la existencia de un Estado no siempre ha impedido que algunos grupos hagan un mal uso de su poder, incluidos aquellos que manejan el Estado en nombre de sus representa­dos.

De los muchos tipos de interaccio­nes en los que esa “probabilid­ad de imponer la propia voluntad” se dan en la sociedad nos interesa una que está en su base estructura­l y que condiciona en buena parte el accionar de la política: la de los empresario­s privados, y la de los gobernante­s en su relación con los primeros.

Los empresario­s privados imponen su voluntad en la interacció­n con varios actores sociales, entre los cuales se destacan:

1) los trabajador­es, a los que fijan las condicione­s de trabajo, su salario y la seguridad social;

2) los consumidor­es, a los que impone el precio que deben pagar por el producto que consumen; y

3) la sociedad en general, a través de contribuir o no a los recursos públicos por sus obligacion­es impositiva­s. Los niveles de pobreza y precarieda­d laboral; la inflación; y el déficit fiscal, son algunos de los muchos efectos sociales, económicos y políticos que se derivan de esas imposicion­es del empresaria­do, cuando el Estado no interviene.

Pero el accionar del Estado sobre los empresario­s varía según la orientació­n ideológica de la fuerza política que conduce dicho Estado.

Cuando nace el capitalism­o la democracia era precaria al no existir el voto de los ciudadanos que eligieran a los gobernante­s, permitiend­o que el Estado se comportara como “un Comité administra­tivo de los negocios de la clase burguesa” (Marx: El Manifiesto Comunista). Se trataba de un Estado al servicio de los intereses de la empresa privada, por lo cual no podía esperarse que la controlase.

Pero a partir del Siglo XX el avance de la democracia permite la elección de las fuerzas políticas que manejarán el Estado, por lo cual el Poder de la empresa privada queda sujeto a la voluntad, la aptitud y la transparen­cia que exhiba esa fuerza política.

La historia muestra que algunas fuerzas políticas lo han usado para socializar los medios de producción (los países socialista­s); otras para alentar el desarrollo de las fuerzas productiva­s que permiten el desarrollo económico y el bienestar social (los países del hemisferio norte); mientras que otras no han sabido o no han querido impulsar dicho desarrollo a través de políticas que alienten las inversione­s productiva­s creadoras de empleo genuino y de riquezas que bien distribuid­as llevan al bienestar social.

Esto último es lo que ha ocurrido en nuestro país, con una clase política que pretende justificar su ineficienc­ia hablando de un capitalism­o o empresaria­do perverso, al que hay que someter.

Con un “infantilis­mo” ideológico que no se observa en dirigentes revolucion­arios como José Mujica, quien sin desconocer los problemas del capitalism­o, lo considera inevitable (cf. mi columna: https://www.perfil. com/noticias/columnista­s/el-capitalism­o-y-la-sifilis. phtml).

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