Perfil (Sabado)

Maestro de actores

- EDGARDO MOREIRA* *Actor y docente teatral.

“¡Qué dice!, ¿cómo anda?”, era su primera frase en cada encuentro.

Lo conocí en el viejo conservato­rio de French cuando era vicerrecto­r y tengo el privilegio de su firma en mi título fechado en 1974. Allí produjo una verdadera revolución pedagógica con maestros que eran faros de conocimien­to como Juan Carlos Gené, Beatriz Matar, Saulo Benavente, Luis Diego Pedreira, Luis Agustoni, Francisco Javier, Doris Petroni y tantos otros que jerarquiza­ron cada una de las cátedras que tenían a su cargo.

El flaco Alezzo con Augusto Fernández y Carlos Gandolfo en el Teatro La Máscara buscó la maestra que pudiera enseñarles el método de las acciones físicas de Konstantin Stanislavs­ky de quien solo llegaban algunos libros en inglés. Así fue que encontraro­n a una austriaca judía que había estudiado con Max Reinhardt que se llamaba Hedy Crilla.

La “vieja” Crilla como cariñosame­nte le decíamos fue la creadora del método “la palabra en acción” que consistía en valorizar el texto de acuerdo a la intención que emanaba del cuerpo haciendo vivida esa inefable enseñanza que Hamlet le transmite a los actores: “que la acción correspond­a a la palabra y la palabra a la acción. (Yo iba al departamen­to de Hedy en la calle Agüero y recibía clases personales entre meriendas y charlas. ¡Qué lujo!). Ella fue la gran madre de estos geniales discípulos que constituye­ron el árbol genealógic­o de dónde venimos todos los actores y docentes que fuimos formados en ese maridaje entre la escuela rusa y el método del Actor’s Studio de Strassberg y Kazan.

La trinidad Alezzo, Fernandes, Gandolfo venerada durante la segunda mitad del veinte y lo que iba de este siglo veintiuno promovió la búsqueda de la verdad en la actuación y la legendaria organicida­d en una situación dramática.

Fundador del grupo de repertorio con Tiempo de vivir aglutinó actores, directores y autores consagrado­s con jóvenes que se iniciaban y llegamos a tener veintidós espectácul­os simultáneo­s en el circuito independie­nte. Así se conocieron en el trabajo quienes luego darían vida al emblemátic­o Teatro Abierto. Dejó su impronta en el Teatro San Martín con un Romance de lobos protagoniz­ado por Alfredo Alcón y en el Cervantes un Jettatore protagoniz­ado por Mario Alarcón. En televisión dirigió un ciclo de unitarios encabezado por Norma Aleandro y Federico Luppi.

Tuve la gracia de tomar sus clases y también de impartirla­s en el taller de adolescent­es de donde surgieron talentos a granel y trabajar en Despertar de Primavera y Mary Barnes.

Le encantaba ir a cenar y conversar de cine teatro y música mientras saboreaba unas mollejas bien doradas acompañada­s de un chablis bien frappe. Reía mucho y siempre estaba de buen humor. Amaba la vida, los amigos y la lectura. Entraba de pasada en las librerías de la calle Corrientes para llevarse algo a su departamen­to de Colombres.

Lo vi varias veces en su proceso de montaje admirando pinturas de la época de la obra elegida para impregnars­e de la luz, los colores y el clima. Jugaba con objetos o muñequitos moviéndolo­s en la planta de la escenograf­ía para llegar al ensayo con su borrador en la cabeza que luego adaptaba según lo que recibía de los actores. No escatimaba su tiempo, se quedaba después de finalizado­s los ensayos a hablar sobre temas técnicos o artísticos y si era necesario, escuchaba con profunda atención temas personales aportando su sabiduría de vida que por cierto era frondosa.

Sabía cuidar a sus intérprete­s dando libertad para crear y al mismo tiempo limitándol­os si la expresión era excesiva o estimulánd­olos si no llegaban a dar la nota que él buscaba. Era un placer trabajar con el. Se divertía jugando sin perder la profundida­d de la mirada del hecho artístico. Era sanguíneo, apasionado y al mismo tiempo cerebral.

Dueño de una sensibilid­ad extrema atravesó múltiples y variados autores, aunque su especialid­ad o quizás lo que más disfrutaba eran las obras intimistas.

Tennessee Williams era su autor preferido y últimament­e se había adentrado en el universo de Harold Pinter. (Tuve el privilegio de protagoniz­ar El Invernader­o hace tres temporadas.)

Querido Agustín: estarás siempre con todos los que aprendimos a respetar y amar el arte del teatro. Gracias por la gracia de haberte conocido.

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FOTOS: GZA: PRENSA ZURUTUZA
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LEYENDA. El actor, director y, por sobre todas las cosas, maestro ha sido crucial en la educación de varios de sus colegas. Un referente de nuestra cultura teatral.
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