De Fidel a Chávez: el mundo, a los pies de Maradona
El origen de la entrañable amistad del ídolo deportivo con el líder cubano. Su militancia latinoamericanista junto a Chávez. Una excéntrica velada con Gadafi en el desierto libio. El Diez se relacionó con líderes de todo tipo, a quienes amó o se enfrentó
Reyes, príncipes y dos papas, a uno de los cuales terminó tildando de “hijo de puta”. También líderes de los más controvertidos del mundo. Amados y odiados. Leyendas, en definitiva, de su mismo tamaño con las que Diego Armando Maradona tejió vínculos inquebrantables a lo largo de sus años.
De todos, fue con Fidel Castro con quien compartió el más entrañable de sus lazos. Y quiso el destino que ambos partieran un mismo 25 de noviembre, con cuatro años de diferencia. Pero el inicio de esa larga amistad se tejió casi treinta años antes, a partir de una encuesta que la agencia cubana de noticias, Prensa Latina, realizaba en forma anual para seleccionar al deportista más destacado del año entre los periodistas. A fines de 1986, no había dudas que todas las miradas se posaban en el ídolo futbolero con la Copa de México 86 en alto.
¿Cómo Maradona aterrizó en La Habana por primera vez? En eso tuvieron mucho que ver dos periodistas argentinos, Pablo
Llonto y Carlos Bonelli. El segundo tenía el contacto con los colegas de la isla. El primero conocía a Diego de sus años en Argentinos Juniors. Llonto volcó aquellas imperdibles memorias en una nota que tituló “Cuando Diego conoció a Fidel” para la revista Un Caño.
“Uno sabía que Diego venía girando hacia la izquierda. Su admiración y orgullo por el Che en Italia, cuando me contaba que se le ponía la piel erizada al observar en las manifestaciones de los obreros tanos las banderas con el rostro de Guevara. Meses antes, su condición de líder sindical asomó en México cuando protestó los horarios calcinantes de los partidos bajo el sol del mediodía durante el Mundial”, rememoró. “Pero Diego, aún no era el Diego Comandante”, señaló.
Respecto a cómo lo convencieron para subirse al avión rumbo al hogar de la Revolución Cubana, en el ocaso de la Guerra Fría, cuando Bonelli le remarcaba a Llonto “que Diego no quiere viajar porque teme que lo usen políticamente, que digan que apoya al comunismo”, no sería justo spoilearlo. Basta una rápida búsqueda en el sitio de la publicación para toparse con la pieza en cuestión y descubrirlo del propio protagonista de la historia.
En 2005, Castro le presentó quien sería el otro líder internacional por el que más fidelidad llegaría a sentir: Hugo Chávez. Fue en ocasión de la Cumbre de los Pueblos, en Mar del Plata, donde se libraba la última batalla por el Área de Libre Comercio
“Había 2 mil tipos, no había una mina. Diego, como loco, ‘dónde me trajiste’. Eran 1.998 túnicas blancas y dos tipos con traje, Diego y yo”, recordó el empresario Coppola el viaje de ambos a Libia en los 2000
de las Américas (ALCA). Allí se forjó el grito del Alcarajo, en un evento que reunió a Maradona con el periodista Miguel Bonasso –ideólogo del Tren del Alba, aunque Chávez le atribuyó siempre al futbolista ser el gran impulsor de la cruzada ferroviaria, apodándolo “el Maquinista”–, el entonces dirigente sindical boliviano Evo Morales y gran parte de los referentes del progresismo latinoamericano. Chávez fue el único mandatario presente.
Siguieron visitas a Venezuela en los años siguientes, actos compartidos y una identificación cada vez más fuerte de Maradona con el chavismo que despertó tantos amores como recelos. También historias de las más divertidas, que hizo públicas el mismo astro cuando no lo hacía el líder bolivariano. Como la vez en la que se subió a un auto con Chávez y el presidente venezolano levantó velocidad hasta los 180 km/h. “Y yo al lado de él, cruzadito de brazos. Mamita querida, por qué no fui en otro auto”, bromeó en público poco después de la muerte del líder venezolano, en marzo de 2013. Ese año colaboró con la campaña presidencial de su sucesor,
Nicolás Maduro, y hasta dijo presente en el acto de cierre en abril.
“Gracias a Diego conocí a reyes y príncipes”, recordaba hace ya unos años el empresario Guillermo Coppola en un programa de Pura Química, en ESPN al repasar sus años con el ídolo compartiendo audiencias con el rey emérito Juan Carlos, de España, el príncipe Raniero y Juan Pablo II, en el Vaticano. Aquel día, contó también una anécdota de cuando concurrieron al norte de África, al casamiento del hijo de Muammar Gadafi, de nombre Al Saadi, un fanático del fútbol. Antes –confesó el empresario– , los libios le habían depositado a Diego unos 750 mil dólares para seducirlo con la selección local.
“Había 2 mil tipos, no había una mina. Diego como loco ‘dónde me trajiste’. Eran 1.998 túnicas blancas y dos tipos de traje, que éramos Diego y yo. Y al lado, con un muro de por medio, una fiesta con 2 mil minas, las amigas de la novia”, contó quien fue su mánager. Maradona estaba de pésimo humor.
De pronto, los subieron a un auto unos custodios y los condujeron a través del desierto hasta una carpa donde los aguardaba Gadafi con su característico atuendo. Tras unos segundos de silencio y cruces de miradas, Coppola relató que el anfitrión les agradeció su presencia y le preguntó al astro por sus hijas, lo que le causó una buena impresión al Diez: “Nos saludamos, fotos y cuando nos vamos, (Diego) me dice: ‘Pedile la pilcha’. ‘¿Cómo?’, le digo. ‘Dale, pedile la pilcha, por favor’”.
Así que Coppola tuvo que interceder, con el traductor de por medio, para que Maradona pudiera llevarse la vestimenta completa de Gadafi. “Diego tiene ese poder hipnótico que uno dice cómo puede ser y logra esas cosas. Fuimos al casamiento y ya era otro”, lo recordó.