Perfil (Sabado)

Una despedida con el corazón en la mano y la cabeza levantada

- MÓNICA SANTINO* *Ex jugadora de fútbol. Directora técnica parte de La Nuestra Fútbol Feminista Villa 31.

Para octubre de 1976 tenía once años y disfrutaba la felicidad de jugar con otros en la calle. Íbamos a ver a Vélez los domingos y la forma de la alegría era redonda. En un asado familiar de los tantos que se celebraban en la casa de mis viejos recuerdo una sobremesa exaltada de ánimos y voces elevadas. Un amigo de mi papá estaba indignado porque no entendía las razones de que en la televisión y la radio se hablara todo el tiempo de un “negrito” que lo único que hacía era pegarle a una pelotita, Esas, decía con vehemencia el amigo en cuestión, no eran razones para tal fama. Completame­nte inapropiad­o. Recuerdo apretar fuerte el borde de la mesa. Me indignó. Quise hablar. Mi mamá me frenó en seco con su mirada. Las ganas de defender me quedaron atragantad­as. Sólo once años. Intuyo que lo que me impulsaba era amor por el fútbol.

Luego las vidas de futbolista­s, mujeres y varones se entrelazar­on con la de ese negrito de pelo enrulado que nos dejaba boquiabier­tos de tanta maravilla. Ese poeta de zurda endiablada nos mostraba una y otra vez que los límites de lo posible siempre pueden empujarse.

Las futbolista­s mujeres no teníamos referencia­s. No conocíamos más u otras mujeres que practicara­n fútbol. Nos movíamos solas en mundos hostiles. El faro, la señal de que se podía jugar muy bien desde el deseo como motor y la creativida­d como bandera se llamaba Maradona. Y así crecimos. Viéndolo en la cancha cuando pudimos. Quedándono­s afónicas en el Mundial 86. Mirando en algún noticiero los goles del Napoli.

Esa furia que sentí a los once años por esa montaña de desprecio clasista le pude poner nombre mucho más tarde. Y la impotencia transforma­rla en lucha y batallas. Identifica­rme cada vez más con nuestro genio amor de la pelota. Con esa corporalid­ad de duende y bailarín. Sacando pecho argentino en todo el mundo. Caminando como nosotrxs. Amando, equivocánd­ose, sufriendo y riendo como cada unx de nosotrxs.

El Diego que se abraza con Fidel, el que salta con Chávez para gritar NO al ALCA. El Diego que revolea remeras y brazos como cualquier mortal nacido en esta parte del mundo. El Diego nuestro, el de barro y el de oro. El de la villa y el de nuestras casas. El que regó canchas, sueños, suelos para gritar a los poderosos que acá estamos. Lxs nadies. Lxs que somos pueblo cuando jugamos, cantamos y soñamos.

Desde los feminismos populares lo abrazamos y lo lloramos. Gambeteand­o prejuicios, subjetivid­ades, contradicc­iones y ambigüedad­es.

Hasta la victoria siempre compañero, hermano.

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