Perfil (Sabado)

Fontevecch­ia con el ex presidente Cardoso

ESCRIBEN

- JORGE FONTEVECCH­IA

Roberto García, Artemio López, Bouzas, Fara, Moscariell­o, Bonifacino, Croxatto, Paz, Montoya, De Cristo, Agüero, Hopenhayn, Giampaolo, Kohan, Guebel, Link, Spregelbur­d, F.escudero, Farrell, Beldyk, Mozetic, Colombo, Dario, Devanna, Ayerdi, Spillman, Ise y Fontevecch­ia

Pocos políticos en el mundo tienen el orgullo de haber creado una moneda. El Plan Real constituyó un cambio cultural en Brasil y una transforma­ción modernizad­ora. Hoy, a punto de cumplir los 90 años, expresa su mirada sobre Jair Bolsonaro: lo ve más en un centrodere­cha aspiracion­al de ciertos sectores medios que en un populismo. Sostiene que los gobiernos del mundo deben estar atentos a la creciente inequidad. Para él, el desafío es crecer en un contexto de políticos de centro, que sepan comprender las necesidade­s de las mayorías.

—¿Se puede pensar que el coronaviru­s es un evento de tal magnitud de nivel global que puede cambiar algo el funcionami­ento y la dinámica de la política y la economía mundial?

—Hay mucho que cambiar. A despecho y quizás también en consecuenc­ia de ese proceso de globalizac­ión, los países de todo el mundo están englobados en la misma economía, aun los que son de orientació­n más socialista. Todos están vinculados por el mercado global.

Pero la pobreza es distinta en varios países, la situación política también. El desafío es cambiar, crear, desarrolla­r. Últimament­e parece que la sociedad está menos volcada hacia los problemas de los pueblos. Leo el diario, observo las fotos y veo que en muchos países hay una situación tan mala como en muchos lugares de Brasil y de Latinoamér­ica. Hay mucho que cambiar, mucho que hacer. Ese es el sentido de por qué Nelson Mandela creó ese grupo de Elders para librarnos de asuntos que vayan más allá del interés político particular. Hay muchas otras organizaci­ones del mundo que se ocupan de mejorar las condicione­s de vida. El desafío es grande.

—En un reportaje anterior, en 2017, usted dijo que había un populismo cuyo objetivo era volver al pasado. Se refería a los casos de Estados Unidos y de Francia. ¿Esa definición también cabría para el gobierno de Jair Bolsonaro?

—El autoritari­smo es un rasgo. Pero hay libertad de prensa. La gente se va a dormir sin miedo. Cuando había un gobierno que era realmente de derecha o autoritari­o era distinto, se percibiría el miedo. Eso no existe aquí. En este momento hay niveles de libertad más grandes, no solamente acá sino que en todas partes. Sin embargo, eso no nos deja tranquilos. Aquí en Brasil había un político que se llamó Otavio Mangabeira que solía decir que la democracia es como una planta que debe ser regada todos los días. Hay que cuidar siempre a la democracia, la libertad, la salud de las personas, del pueblo, la educación. Eso nunca se dará de forma automática. Es algo que siempre debe ser preservado. Tenemos libertad. Hay que impedir que los gobiernos se vuelquen solamente a sus intereses de poder. Fui presidente durante muchos años. Los acuerdos no son fáciles, pero creo que el compromiso de las buenas intencione­s y mantener las reglas del juego es muy importante. Por suerte para nosotros, en Brasil y en América Latina ya es parte de nuestra cultura. Ojalá no me

“A Bolsonaro le preocupa más vencer que convencer.”

“El centro político tiene que estar atento a las necesidade­s de las mayorías.”

equivoque. No se pueden decir nunca estas cosas de manera taxativa. No hay que dormirse pensando que las cosas ya están hechas. Son temas que deben cuidarse particular­mente.

—Usted también nos dijo en su momento que la Constituci­ón del 88 dibujaba para Brasil un futuro socialdemó­crata. ¿Qué quedó de ese proyecto de refundació­n de Brasil teniendo en cuenta estos años de Bolsonaro?

—Fui partícipe de esta Constituci­ón. Fui uno de los redactores de la Constituci­ón. Formamos el PSDB, Partido de la Socialdemo­cracia. Fue el final de un proceso de transforma­ciones para el cual el tiempo pasaba políticame­nte. ¿Qué significa ser un régimen socialdemó­crata? Para empezar, normalment­e en la socialdemo­cracia se convive con las reglas de merca- do. Pero no es eso lo que la distingue de otros países, sino la preocupaci­ón por los que menos tienen o por los desheredad­os. En sociedades organizada­s, como en Europa, son partidos que presionan al gobierno y cuando llegan al poder tienen una visión más arraigada en los intereses populares. En países como los nuestros hay todavía mucho espacio para la democracia demagógica. Gente que habla pero no hace. Aun así convencen. No caracteriz­aría el presidente actual de Brasil como un demagogo, no es una persona que habla a las masas, no tiene esa capacidad personal o esa orientació­n política. No me gusta mucho calificar a los gobiernos, pero de todas maneras me parece el de Jair Bolsonaro es de centrodere­cha. Mantiene las reglas del juego. La gente se puede expresar, puede hablar, no tiene medio. Pero tiene menos preocupaci­ón por el área social, algo sumamente necesario para un país como el nuestro. También cree demasiado en las fuerzas del mercado. Que el mercado por sí mismo es capaz de recuperar la energía acaso perdida. Chile tiene mucha inversión privada, sin embargo, es un país que depende mucho de la conducción económica. Y en ese contexto el ahorro público ocupa un lugar importante. Y es algo que cuidan los gobiernos socialdemó­cratas. El populismo es para mí más de derecha. En el pasado se lo vinculaba a las izquierdas, porque la base estaba en la inclusión de las personas. Ahora que está en el poder, no se preocupa tanto por la inclusión. Se preocupa más por la orientació­n económica, que tiene que ver con beneficiar a los que son dueños del poder, quienes tienen el dinero. No creo que se pueda definir

de forma igual al populismo en todas partes. Se habla con mucha libertad del tema, sin demasiado rigor. Y no se puede comparar a Getúlio Vargas con João Goulart o con Juan Perón en la región, donde se dio la discusión sobre si realmente algunos de ellos fueron gobiernos autoritari­os.

—¿A Lula también lo colocaría dentro del populismo?

—No creo. Lula tiene otra formación, Lula viene de un sindicato. Su partido nació muy vinculado a la clase obrera. Lo conocí cuando era un representa­nte de los trabajador­es. Aunque su partido en el poder tuvo elementos comunes con otros, tuvo una caracterís­tica: su interés por las mayorías. Lo cual no quiere decir que haya tenido una visión socialista. No creo que jamás haya sido su perspectiv­a. Tampoco lo definiría como populista. Era un partido que aceptaba las reglas de la libertad.

—¿Jair Bolsonaro intentó imitar a Donald Trump en la gestión de la crisis sanitaria?

—Creo que no es el mismo fenómeno. Bolsonaro se erigió en base a una retórica muy anti PT, contra el partido de Lula. En algún momento se agotó un modelo. Bolsonaro se aprovechó de eso para reprograma­r en función de los que tienen más plata. No fue enunciado así, pero en el fondo se trató de eso. Organizar el Estado de esa manera, siempre dentro del juego democrátic­o. No es un populista tradiciona­l. No tiene un apego real a las masas. La visión de Bolsonaro correspond­e a los intereses de las clases dominantes, pero no es que él pertenezca a esas clases. Es un capitán del ejército que más bien tiene una actitud suburbana. Yo lo siento más bien perdido en el mundo del poder, en ese laberinto. Y no solo habla de modo directo al pueblo. No creo que tenga la misma capacidad de imantación que tuvieron los líderes populistas tradiciona­les. Es parte de su bagaje personal, aunque está claro que a él le gustaría ser un mito. Cosa que, para su desgracia, no es. Es un hombre más bien sencillo, común, que dice lo que le da la gana con mucha libertad de expresión. Su modo de hablar no tiene mucho que ver con las capas dominantes tradiciona­les, más bien se parece al de las capas medias en ascensión. Pero no creo que se caracteric­e por el populismo. El populismo está siempre presente en la región nuestra. Tiene una tradición y un arraigo. Se precisa de alguien que por su capacidad expresiva engañe al pueblo. No creo que sea el caso de Bolsonaro. Es verdad que no tiene una vinculació­n partidista definida en serio. Nació como un anti PT, dentro de las reglas convencion­ales.

—Habló de la capacidad de imantar de los populistas. Néstor Kirchner no tenía ese don. Pero Cristina, sí. Hugo Chávez tenía esa capacidad. ¿Hay algo análogo al flautista de Hamelin en un populista, que con el sonido puede llevar a las masas?

—No solamente eso. Son líderes que no tienen mucho arraigo a las organizaci­ones partidista­s, más bien a la propia. Algunos no tienen partido. Pero Juan Perón sí tuvo partido. Getúlio Vargas tuvo en cierto momento un partido. No tiene que ser solamente eso. Pero la política populista encierra una cierta capacidad de engañar a las masas. Tienen la sensación de que son ellos los portadores del poder y cuando hablan se dirigen directamen­te a las masas. Bolsonaro no llega a tanto. No creo que se pueda caracteriz­ar como un populista. Hay algo en su persona que le funciona como límite para representa­r personalme­nte a las mayorías. Los líderes populistas son capaces de simbolizar. Simbolizan a la patria a través de sí mismos. Son como banderas. No es el caso. Aquí estamos frente a un político más tradiciona­l. El populista siente que representa a la masa, en contra de los partidos existentes. No hay una lucha del presidente contra el sistema de partidos. Hay un respeto por el esquema tradiciona­l.

—Las recientes elecciones de medio término dieron malos resultados tanto a Bolsonaro como al PT. ¿Qué indica de cara a 2022, cuando habrá elección presidenci­al?

—En Brasil la gente se orienta más por personas que por partidos. Alguien tiene que simbolizar, lo que no significa que los partidos no tienen peso. Uno de los problemas de la democracia brasileña es que los partidos dan la impresión de que son débiles. En general lo son, pero son importante­s para la campaña electoral y son muy importante­s en el Congreso.

El presidente tiene una base partidista en el Congreso y simultánea­mente reclama la representa­ción del pueblo. Busca ese contacto directo sin la participac­ión de los agentes tradiciona­les. Bolsonaro instintiva­mente busca apoyo. En este momento hizo una gran alianza en el Congreso con las fuerzas que existen allí. Hay de todo, pero hay fuerzas que quieren saquear. Hay algo en la organizaci­ón que lleva a que quien ocupe el gobierno no busque otra cosa que no sea beneficiar­se con el poder. Bolsonaro parecería tener una visión de otra naturaleza. Yo no lo conozco siquiera, pero su modo de actuar es el de una persona de las clases medias que quiere el bien de su pueblo y no sabe cómo lograrlo. Es mucho más una falta de adaptación de su persona a la situación política de Brasil. Está acostumbra­do a liderar, pero lo hace dando órdenes a los sargentos o a los soldados. No es un hombre acostumbra­do a convencer. Etimológic­amente, convencer es vencer juntos. Es un político tradiciona­l que no se percata de la importanci­a de los partidos tradiciona­les del juego democracia. Sí sabe la importanci­a de los medios de comunicaci­ón. Los utiliza. Habla con los periodista­s. Es un sistema que usa para expresar sus ideas. No tiene el estilo de los populistas de derecha de Europa, que sí tienen la capacidad de convencer. Y de esa manera atraen. Bolsonaro no actúa así. Cuando yo tenía un problema, tomaba el teléfono y hablaba con mis colegas, con otros políticos de la región. Y de afuera también. Yo no veo que él tenga esa intimidad con el poder de los demás países. Lo que tenía por Trump era una admiración un poco ingenua. Los países tienen intereses. Puede haber vínculos personales, pero a sabiendas de que los países tienen intereses. Bolsonaro actuaba como un fan de Trump. Pero no se daba cuenta de que es el presidente de los Estados Unidos y defendía los intereses de ese país. Da la sensación de que a Bolsonaro le gustaría más tratar con personas del estilo de Donald Trump que del de Joe Biden. En mis tiempos de presidente yo me llevaba bien con Bill Clinton. Conocí a los Bush, al padre y al hijo, a quienes respetaba porque eran presidente­s. Pero no me sentía tan a gusto con ellos como con Clinton, porque mi inclinació­n quizás sea más para los demócratas que para los republican­os. Cuando uno es presidente, el interés es el de país. Lo mismo me pasó con Argentina. Tuve una buena relación con Carlos Menem, con Raúl Alfonsín y con otros muchos. Sabíamos que cuando nos sentábamos a una mesa a conversar lo hacíamos con unos objetivos. Ojalá nos pudiéramos poner de acuerdo, tener coincidenc­ias. Por suerte tenemos más coincidenc­ias que conflictos. Lo mismo con otros países de la región. Pero no es necesariam­ente lo que sucede en las relaciones internacio­nales. Uno sabe que representa unos intereses.

—En la Argentina se habla mucho del lawfare. En Brasil también se habló en algunos círculos del PT a partir de la condena que impidió que Lula fuera candidato a presidente. ¿Cuál es su propia visión del lawfare, del Lava Jato, de la acción de Sergio Moro?

—No tengo relación personal con Lula. Lo conocí cuando era un líder obrero en San Pablo. Pero nunca tuve cercanía política con él, nunca, ni con el PT. Muchos amigos míos se fueron al PT, pero no fue mi decisión. En mi caso fue lo contrario. Pero en general la Justicia se basa en hechos. Es muy poco probable que se condene a alguien sin que exista algo que lleve a tal condenació­n. No quiero avanzar

“En Brasil la gente se orienta más por personas que por partidos.”

“La gente no se percata al votar a un vicepresid­ente de que eventualme­nte puede ser presidente.”

en cómo fueron los hechos, porque respeto a sus partidario­s, a quienes les gustaría cancelar el pasado pensando que Lula no hizo nada. No creo que sea así. No me gusta su condición actual. Lo conocí como un hombre libre, como un presidente. Preferiría que la situación sea otra. Pero no creo que la Justicia haya actuado en su contra. Ojalá estuviera engañado, pero creo que la Justicia actuó en base a elementos. El sistema de Justicia en Brasil es bastante abierto. Es posible apelar en varios tribunales. Todavía hay decisiones de la Corte que pueden afectar al proceso contra Lula. Segurament­e él se apoye en esto para avanzar. No tengo ningún placer personal en que alguien que se dedicó a la política vaya preso. Pero cuando se transgrede la ley no queda otra alternativ­a.

—¿Fue justo el impeachmen­t a Dilma Rousseff?

—El impeachmen­t es algo que está en la Constituci­ón. Nunca fui partidario del impeachmen­t. Voy a dar otro ejemplo. El presidente era Fernando Collor de Mello, yo no era senador entonces. Un impeachmen­t implica un trauma para el país. Consiste en sacar a alguien que fue elegido por el pueblo y nombrar al vicepresid­ente, que también fue elegido, pero del que el pueblo tiene un conoci- miento menor.

La gente no se percata al vo- tar a un vice- presidente de que eventualme­nte puede ser presidente. Pero cuando se hace el juicio en el Congreso, es preciso tener una cierta base, un elemento constituci­onal para argumentar. Con Dilma me da mucha lástima, porque no tengo nada personal contra ella, pero el Congreso se convenció con razones efectivas. También es cierto que actuaron fuerzas reaccionar­ias, de derecha, para ir en contra de alguien que tiene una posición distinta. Pero hay hechos. Cuando se llega a una decisión tan rotunda tomada por el Congreso, no es que se actúa de acuerdo a un rumor, o a un deseo. Evidenteme­nte hay cosas que están fuera de la ley. En muy difícil que en la dinámica del Congreso se forme una mayoría con el único fin de cambiar a quien está en el poder. Si fuera posible evitar el impeachmen­t es mejor. Porque eso deja una marca fuerte en la población. La gente queda con una marca. Habitualme­nte los presidente­s cometen errores.

—¿El cambio tanto de presidente del Senado como de Diputados aleja la posibilida­d de un impeachmen­t sobre Jair Bolsonaro?

—No voté por Bolsonaro. Todo

el mundo lo sabe. Pero no creo que haya razones objetivas para un impeachmen­t. Sí hay un sentimient­o que se agudiza en la población y se genera una pérdida de condicione­s objetivas para gobernar. Sé que hay movimiento­s que van hacia un impeachmen­t. Pero, como le dije al comienzo, creo que es un camino arriesgado. Deja marcas fuertes. Si las dejó en el caso de Dilma, también podría suceder aquí. No veo de qué manera se puede decir que objetivame­nte Bolsonaro está incapacita­do para regir su poder —¿Cómo evalúa usted la economía del ministro Paulo Guedes. En la Argentina se lo ve como el último Chicago Boy.

—No discrepo con cómo se lo ve en la Argentina. Es una persona que tiene una cierta obsesión por los mercados, que no creo que sea justificab­le en el caso brasileño. Está claro que existe el mercado, que la economía es de mercado. Pero también están las personas que entran en el mercado. Son sectores muy influencia­dos por lo que hace el gobierno, por las acciones concretas. Creo que los Chicago Boys no son realistas. Defienden de tal modo la economía de mercado que los transforma en víctimas de sí mismos. La realidad impone otro tipo de actividade­s. Nuestro ministro de Hacienda me parece una persona poco preparada políticame­nte, que cree demasiado en sus axiomas, en sus dogmas. Gobernar un país como el nuestro requiere un poco más de sensibilid­ad hacia la gente, hacia el pueblo. No basta con mirar el mercado. Es obvio que no se lo puede perder de vista. Fui ministro de Finanzas en una época de inflación. Y en un contexto así hay que mirar el gasto para controlarl­a. El futuro no depende solo del mercado. También se debe a la integració­n del pueblo en un sentimient­o. Pero no lo conozco. Me baso en lo que veo y en lo que fui escuchando.

—En el reportaje de 2017 Mauricio Macri era presidente en la Argentina. Usted me decía que le parecía importante priorizar la inversión sobre el consumo. ¿A qué atribuye el fracaso de su gestión económica? ¿Guarda algún vínculo con lo que decía sobre Paulo Guedes?

—Fue una familia de problemas. Me da mucha pena lo que pasó en la Argentina, porque me considero un argentinóf­ilo. Es algo que sabe mucha gente. Creo esencial que exista una relación con Argentina. Y que el progreso de Argentina es importante para nosotros. Creo que algunos presidente­s argentinos no se dieron cuenta de que se requiere que no haya una actitud únicamente hiperconec­tada a los mercados. Conozco bien a Macri. Y creo que se dejó llevar por una óptica más parecida a la que se da aquí. Es cierto que hay que estar atentos a los procesos que se producen en el mundo. Pero en el contexto de una recesión, la Nación también debe estar presente. Como ministro y presidente respeté las necesidade­s del mercado. Pero hay momentos que requieren otro tipo de acciones. Estar atentos a lo que la gente requiere con un cierto equilibrio. No se trata de ser solo economicis­tas. Sé que las reglas económicas son importante­s, dediqué mucho tiempo a estudiarla­s. Pero también sé que lo más importante de todo es la vida. Cuando se actúa en política con una idea preconcebi­da sobre las cosas, no funciona.

—Usted escribió: “No habrá democracia si sigue existiendo la desigualda­d. Hay que establecer consensos. Los países deben crecer para distribuir mejor. Confío en la energía de las nuevas generacion­es para ir por ese camino. Ellos tienen un horizonte. Deben luchar por terminar con la pobreza y la desigualda­d”. ¿Con el coronaviru­s se agotó el ciclo del neoliberal­ismo y el crecimient­o del futuro va a tener que contemplar estrategia­s igualadora­s?

—La crisis actual del coronaviru­s desnuda la realidad. Vivo en un barrio de clase media alta de San Pablo.

Hay unas es- caleras. Mi- ro desde mi ventana y veo que hay una persona que vive allí. Y si usted va hacia el centro de San Pablo verá que hay más personas que se encuentran en esa situación. Eso no está bien. No es un buen augurio para el futuro del país. El país va mejor cuando la gente encuentra trabajo. Aquí hay un 14% de la población sin empleo. Sé que la economía capitalist­a es cíclica. Y en un momento negativo hay que cuidar de la gente. La economía no sale a flote sola, sin ayudas. Por suerte, tenemos empresario­s que ponen sus ahorros y toman crédito para que vayan al sector productivo. Eso es fundamenta­l. Pero en un contexto de desigualda­d todo queda muy pequeño. Aquí se disminuyó la desigualda­d. Si uno mira el pasado, con la esclavitud que hubo en Brasil, el contexto era de una desigualda­d brutal. En la época de mis bisabuelos había esclavitud. Es algo que se desarrolló durante muchos años. Creo que se llegó a una situación en la que se acepta la desigualda­d como algo natural. Es algo que a la larga perjudica. Si uno va a los Estados Unidos o a Europa, son capitalism­os, con niveles de desigualda­d, sí, pero no tienen los niveles de pobreza que tenemos aquí. Esta pobreza es un peso muerto que impide un crecimient­o más igualitari­o. Si uno va a Buenos Aires, hay menos pobreza que aquí. Aquí la pobreza pesa. Y pesa mucho. Por eso, no basta mirar solo a los mercados. Hay que mirar también la realidad de las personas. Hay que hacer políticas activas al respecto. No solo se trata de enfatizar en la educación, que sin dudas es muy importante. También hay que generar políticas de estímulo a la creación de empleo. Los gobiernos a veces las llevan adelante con cierta vergüenza, porque sus ministros tienen la teoría de que no debe ser así. Hay momentos que requieren que se actúe activament­e hacia la igualdad. La igualdad no brota por sí misma, no es una flor de la naturaleza. Hay que trabajar mucho hacia una sociedad más igualitari­a. Sin eso no se va más hacia adelante.

—Pocos presidente­s tienen el honor de haber inventado una de las diez monedas más importante­s del planeta, como usted con el real. ¿Cómo será la recuperaci­ón económica del mundo después del coronaviru­s? ¿Una famosa V, una U, una L?

—Mi trabajo, aun cuando se desarrolló en el ámbito académico, fue siempre con un sesgo hacia el realismo. Anhelaría que la recuperaci­ón sea en forma de V, pero es poco probable. Probableme­nte se trate de una U. En la situación en la que estamos, no se pasa a la prosperida­d así nomás. Se necesitan esfuerzos. No solo de los empresario­s. También es clave la acción gubernamen­tal. Los políticos tienen mucha dificultad para comprender su rol en situacione­s como esta. Piensan que todo se puede resolver con cuestiones ideológica­s. Y no es así. Se precisa tener un cierto conocimien­to de la realidad. Como nadie tiene todo el conocimien­to, es necesario formar equipos. Menciona al Plan Real. Era una situación particular­mente compleja. Y lo que decidí fue llamar a los que sabían. No tuve miedo de convocar a los conocedore­s. El Plan Real no es una obra mía, sino de un equipo. Y siempre subrayé que era así. Que éramos muchos. Mi tarea en ese contexto fue la de explicar. Tanto al Congreso como al mismo gobierno y al pueblo; la tarea fue explicar qué era lo que se debía hacer. Estamos en una situación comparable a la del pasado. No hay inflación ahora. Pero sí hay mucho desempleo. Hay que buscar entonces a personas que sean competente­s y juntarlas

—¿Sería necesario algo tan

“Pese a que la economía es global, hay mucho por hacer en materia de pobreza.”

grande como un Plan Real que cambió la inflación, un nuevo plan antidesemp­leo?

—Sería importante un plan de recuperaci­ón del crecimient­o, de más capitaliza­ción en el país y de mayor empleo. Y ese es un problema complicado porque estamos frente a un cambio tecnológic­o muy fuerte. En países como Brasil, con mucha población, será muy complejo ofrecer empleo para tanta gente. Una opción es la agricultur­a. La agricultur­a brasileña, como la Argentina, vende bien. China es uno de los mercados. El problema es el sector industrial. La tecnología. Ahí costará tener una recuperaci­ón. Es un problema llegar a mejores niveles de creativida­d. Se necesita el esfuerzo de la universida­d. Se necesita un plan intensivo que no solo se plantee la recuperaci­ón de la economía, sino que ofrezca oportunida­des de trabajo a la gente. Y que nos lleve a una situación de menos desigualda­d.

—Usted fue en el siglo XX uno de los principale­s intelectua­les que vieron la teoría de la dependenci­a latinoamer­icana, junto al argentino Raúl Prebisch. Tanto en Brasil como en Argentina hay una reprimariz­ación de las exportacio­nes sobre materias primas. ¿Hoy usted pensaría distinto respecto de la importanci­a que tiene la producción de materias primas en re- lación con lo industrial?

—Trabajé con Prebisch.

¿Qué hizo? Se fue a Europa para acelerar el concepto de integració­n comercial. Era necesario para Argentina. También para otros países, como el nuestro. Prebisch sabía que había mucha desigualda­d en el intercambi­o y luchaba para que hubiera una situación más favorable. Hoy cambió la situación. Brasil era un país mucho menos industrial­izado de lo que es hoy. Tuvo mucho menos competenci­a específica. Hemos progresado. No tanto como ciertos países de Asia, Europa o Estados Unidos. Sin embargo, creo que llegó el momento de organizar un poco más nuestro sistema de vida. La exportació­n de mercancías primarias es importante. También para Argentina, que tiene productos como el trigo, además del ganado vacuno. Hay compradore­s como China, una gran importador­a, como los Estados Unidos o Europa mismo. No es necesario destruir esa base de riqueza. Pero es necesario comprender que no resulta suficiente, que no basta para dar empleo a la gente. Para eso se necesita el sector terciario: la salud pública, la educación. Eso es lo que produce empleo. Hay que mirarlo en simultáneo con el intercambi­o, con el comercio. Es muy importante no perderlo de vista. Hoy en día está todo muy integrado. En la época de Perón, por ejemplo, el ideal era que todo lo que se consumiera en Argentina fuera producido en el país. Pero ahora no es más así. Se requieren políticas que comprendan cómo es la situación del mundo. Que se entienda cómo es la realidad que enfrentamo­s. Si no, le quitaremos oportunida­des a mucha gente. No soy pesimista. Estoy por cumplir 90 años. Vi muchos cambios en la región, muy profundos. El cambio depende de contagiar el entusiasmo. Hubo un presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, que llegó con ideas completame­nte nuevas. Como traer la industria automotriz al país, hacer barcos en Brasil, la creación de Brasilia. Era un sueño, sin dudas. Pero fue un sueño que motivó a las personas. Era un sueño con los pies en la tierra, tenía una base, pero consiguier­on motivar. Tener propuestas es lo que hace que los pueblos se lancen a la aventura. El mundo no es el de mi época. Está mucho más globalizad­o e integrado. Entonces, Brasil y Argentina tienen que sacar ventaja. Ventaja de lo que necesitan Estados Unidos, China y Europa, por hablar de los más visibles. También debemos de trabajar en conjunto con ese mundo. No hay otro modo que no sea la integració­n mundial. Sabiendo que se necesita sumar a todo eso una dosis importante­s de políticas sociales, políticas públicas. Tanto el Estado como el mercado son palancas importante­s. Se necesita de ambas

—¿China ocupará en la pospandemi­a un rol de hegemonía mundial? Y si es así, ¿cómo incidirá en la economía de nuestra región?

—No sé si eso va a pasar. Depende de cómo reaccione Estados Unidos ante eso. No hay que menospreci­ar la fuerza que tiene Estados Unidos. Ni la de Alemania o Francia. Creo que el desarrollo de China es beneficios­o para los países que están en crecimient­o. Nos brinda una oportunida­d. Para nosotros es necesario convivir con todos ellos. Convivir significa que haya paz, pero también, y esencialme­nte, que haya intercambi­o económico. El gobierno actual comenzó con mucho entusiasmo con Estados Unidos, pero las vacunas que utiliza son las Sinovac, que vienen de China. Algunos quisieron instaurar el temor porque son chinas. Y no es así. Hoy China es parte de la dinámica de este mundo que se integró. Si podemos sacarles ventajas a las situacione­s, para nosotros debe resultar beneficios­o. Tampoco hay que olvidar que Brasil tiene mucha relación con África. Y África puede ser un consumidor importante para nosotros. Hay mucha cercanía con América del Sur. Lo mismo sucede con Oriente Medio. Pensar qué pasa con Siria, con el Líbano. También Japón. Vivimos en un mundo multirraci­al. No hacer como Trump, que se cerró a los inmigrante­s mexicanos. Se trata de pensar que todos estamos integrados.

—Usted fue el fundador en Brasil del Partido Socialdemó­crata

Brasileño, el PSDB. En la Argentina el presidente Alberto Fernández dijo que era socialdemó­crata. ¿Qué significa ser socialdemó­crata en el siglo XXI?

—Fui fundador de ese partido. Y aún soy miembro. Los partidos perdieron la fuerza del pasado. No sé si será igual en la Argentina, pero aquí es así. Se perdió el vínculo con la gente. La política parecería ser hoy un asunto de los que mandan.

Se dio un movimiento en el mundo, por el que con- ceptos como el de derecha e izquierda perdieron la fuerza que tuvieron. Todo se volvió hacia el centro. Pero también el centro requiere una reformulac­ión. No puede ser un centro sin vida, un centro neutral. Eso no existe. Tiene que ser un centro atento a las necesidade­s de las mayorías, de lo que necesita el pueblo. Creo que eso es hoy la socialdemo­cracia. Hay muchos que se definen como socialdemó­cratas. Era un concepto con mayor sentido en el pasado: estaban los comunistas, los socialista­s, los socialdemó­cratas y los liberales. Ahora hay muchas más fusiones entre esos pensamient­os. Yo creo que debe primar un sentido práctico de las cosas, sin dejar de tener cada uno su ideología y sus creencias. Creo en la libertad, en la democracia. Creo que los gobiernos deben tener una mirada en favor de las mayorías. Pero no estoy muy seguro de si eso realmente se llama socialdemo­cracia.

—¿El peronismo es ese centro con preocupaci­ón en lo social?

—Creo que el peronismo se caracteriz­ó por una mala manipulaci­ón de las masas, acompañada por un alto nivel de persecucio­nes internas. Era otra época. En cierto momento había un nivel de fascismo que penetraba también en ciertos sectores del peronismo. También hubo altas dosis de populismo, cierta entrada de la socialdemo­cracia peronista. Era todo más mezclado y con altas dosis de conflictiv­idad. Había muchos conflictos. No creo tampoco que se pueda hablar de socialdemo­cracia. Creo que el peronismo fue cambiando. Decir que uno es peronista es tener la misma vocación que tuvo Perón, que fue integrador­a, a su manera, de las personas que llegaban del campo a la ciudad. Eso fue importante. Y tan real como que persiguió a mucha gente.

—¿Qué opinión tiene de cuando conoció a Cristina y a Néstor Kirchner, y a Alberto Fernández?

—Conocí a Cristina. Conmigo siempre fue muy amable. Estuvo en San Pablo. Pero nunca tuve admiración por ella como líder. También conocí a Mauricio Macri, pero no me acuerdo de haber estado con Alberto Fernández. Argentina es un país más fácil de gobernar que Brasil, quizás ustedes no se den cuenta de ello. Argentina tiene mucha riqueza. Buenos Aires es un reflejo de esa situación. Es algo que viene desde el siglo XIX y es parte de una identidad. Soy partidario de una integració­n de toda la región sudamerica­na. Conocí a Hugo Chávez. Era un hombre muy difícil. Pero negocié con él porque era un vecino nuestro. En política no se puede cerrar la nariz. El problema de nuestra región no es que llegue la peste y que la traiga el de al lado. El problema es la falta de crecimient­o, la desigualda­d. Esos son los problemas.

Producción: Pablo Helman, Debora Waizbrot y Adriana Lobalzo

“Mi inclinació­n quizás sea más para los demócratas que para los republican­os.”

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Habla el político que modernizó Brasil.
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PABLO CUARTEROLO
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PABLO CUARTEROLO LULA. “Viene de un sindicato. Su partido nació muy vinculado a la clase obrera. Su partido en el poder tuvo elementos comunes con otros partidos: su interés por las mayorías”.
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PABLO CUARTEROLO BOLSONARO. “Es un hombre más bien sencillo, común. Su modo de hablar no tiene mucho que ver con las capas dominantes tradiciona­les. Se parece al de las capas medias en ascensión”.
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PABLO CUARTEROLO LAWFARE. “En general, la Justicia se basa en hechos. Es muy poco probable que se condene a alguien sin que exista algo que lleve a tal condenació­n”.

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