Perfil (Sabado)

A la globalizac­ión le creció un grano: China

- ROBERTO BOUZAS* *Profesor plenario de la Universida­d de San Andrés e investigad­or superior del Conicet.

El ciclo de auge de la “globalizac­ión naive” que inauguraro­n Margaret Thatcher y Ronald Reagan a fines de los setenta y principios de los ochenta tocó su techo con la crisis financiera global de 2008, inaugurand­o una etapa de estancamie­nto o retroceso que algunos han calificado como “slowbaliza­tion”. El proceso de integració­n global que tuvo su auge en aquellas tres décadas estaba impulsado por dos fuerzas. Por un lado, por el desarrollo y difusión de innovacion­es tecnológic­as que redujeron la importanci­a de la geografía y crearon nuevos mercados “globales”, multiplica­ndo y haciendo más efectivos los canales a través de los cuales los agentes públicos y privados interactua­ban. Por el otro, por una agenda de políticas que alentaba la integració­n a través de la reducción de las barreras y asimetrías regulatori­as que fragmentab­an los mercados.

Sin embargo, la predicción de que el mundo se encontraba en una trayectori­a de convergenc­ia regulatori­a, distributi­va e incluso ideológica no se materializ­ó. Tampoco se cumplieron las expectativ­as de que el proceso de creciente integració­n conduciría a un mundo más plano y homogéneo. La reducción de las barreras regulatori­as que acompañó el período de auge de la “globalizac­ión naive” y el creciente potencial de integració­n global alentado por la revolución de las TICS fueron funcionale­s para avanzar hacia un mundo con menos fisuras, pero no fueron condicione­s suficiente­s. Por el contrario, asistimos a un resurgimie­nto de visiones y políticas más parroquial­es, se hizo más difícil e inefectiva la cooperació­n internacio­nal y llegaron al poder líderes que encabezaro­n procesos que, como en el caso de Donald Trump en Estados Unidos o de Boris Johnson en el Reino Unido, pocos años antes se habrían considerad­o inverosími­les.

Las tensiones domésticas e internacio­nales a las que condujo el proceso de creciente integració­n global y el fracaso de la ideología de la “globalizac­ión naive” pusieron fin a una época, sin que se hubieran abierto perspectiv­as claras de que la reemplazar­ía. Frente a este panorama de fin de ciclo es posible imaginar dos escenarios ideales que, como todo escenario, no deben interpreta­rse como proyeccion­es del futuro sino como representa­ciones simplifica­das de la realidad para organizar el pensamient­o.

El primer escenario (al que podríamos llamar de “fragmentac­ión”) es tan radical e improbable como el de “globalizac­ión naive”. En el escenario de “fragmentac­ión” la economía global se desintegra­ría en forma parecida a lo que ocurrió durante el período de entreguerr­as, en un ambiente de conflictiv­idad creciente. Para los más pesimistas este escenario podría incluso incluir la posibilida­d de conflictos armados localizado­s. Sin embargo, aún cuando no es imposible, este escenario es improbable por al menos tres razones. La primera es el nivel de interdepen­dencia económica alcanzado por los países avanzados y por éstos y algunas economías en desarrollo (el lector puede incluir a China en la categoría que le resulte más apropiada). Incluso entre China y Estados Unidos (fuente de buena parte de los mayores conflictos regulatori­os y de política que dominan el escenario internacio­nal actual) el vínculo económico parece haberse consolidad­o lo suficiente como para que un escenario de fragmentac­ión resulte altamente costoso. En segundo lugar, es posible que la comunidad internacio­nal haya realizado un proceso de aprendizaj­e con relación a los efectos perversos de la fractura basado en la experienci­a histórica. Finalmente, existe una infraestru­ctura de cooperació­n internacio­nal integrada por institucio­nes y organismos internacio­nales que, si bien es muy insatisfac­toria como mecanismo de gobernanza global, proporcion­a un piso para administra­r situacione­s de crisis.

El segundo escenario (al que podríamos llamar “gobernanza de la globalizac­ión”) supone que los principale­s actores de la economía internacio­nal son capaces de desarrolla­r una infraestru­ctura de gobernanza que permita responder a los desafíos de la creciente integració­n global, implementa­ndo políticas de alcance equivalent­e. Mas allá de los beneficios agregados de un escenario de este tipo, sus perspectiv­as de materializ­ación también son remotas. A las ya tradiciona­les diferencia­s entre los modelos regulatori­os anglosajón y continenta­l europeo se sumó en la última década un nuevo actor con un peso sin precedente­s: el capitalism­o estatal chino. Dado que las fuentes de la legitimida­d política siguen residiendo principalm­ente en los Estados nacionales y que las concepcion­es sobre el papel del individuo, el mercado y el Estado de este nuevo actor son radicalmen­te diferentes de las prevalecie­ntes en el llamado “mundo occidental”, es difícil imaginar un proceso de arbitraje que resulte en un traje adecuado para todas las tallas. En efecto, existen múltiples áreas en las que resulta muy difícil imaginar un proceso de convergenc­ia regulatori­a que pueda incluir a actores con preferenci­as (y desafíos) tan dispares. A diferencia de lo que ocurrió en el período de posguerra, en la actualidad el desafío al poder, a los valores y al liderazgo norteameri­canos no provienen de una potencia militar con una frágil base económica (como la Unión Soviética) o de actores relativame­nte menores y con modelos de organizaci­ón interna con más similitude­s que diferencia­s con Estados Unidos (como Japón o Alemania), sino de un nuevo actor global de extraordin­ario dinamismo y con valores y modelos de organizaci­ón social radicalmen­te diferentes.

En resumen, desacredit­ada la “globalizac­ión naive” y, por razones diferentes, con escasas perspectiv­as de que se materialic­e cualquiera de los otros dos escenarios, lo que queda como alternativ­a es un híbrido que combine en proporcion­es cambiantes ingredient­es de todos ellos. Mientras que en algunos ámbitos es posible que haya progresos hacia una gobernanza global más efectiva, en otros la alternativ­a más factible parece estar más cerca del extremo de la fragmentac­ión. Por ejemplo, es posible que el tratamient­o del desafío del calentamie­nto global se transforme en un ámbito de gobernanza global más efectiva que en el pasado, ayudado tanto por razones de necesidad y urgencia como por el bajísimo nivel de cooperació­n del que se parte. La gobernanza del comercio electrónic­o o de Internet, por otro lado, probableme­nte siga caminos divergente­s.

Entre las consecuenc­ias inevitable­s de este híbrido se destaca un contexto de tensión permanente. Hasta ahora, las previsione­s de que las fuerzas materiales e ideológica­s que empujaban hacia la convergenc­ia regulatori­a global acabarían prevalecie­ndo no se materializ­aron. En el muy largo plazo los determinis­tas tecnológic­os incluso podrían tener razón. Pero parafrasea­ndo a Keynes, que ahora parece haber vuelto a la moda, la existencia humana transcurre en fragmentos de tiempo más breves. Por lo mismo, los simples mortales no tendremos más alternativ­a que convivir con esa incertidum­bre y esas tensiones. A la globalizac­ión le creció un grano: se llama China.

 ?? AFP ?? INCERTIDUM­BRE. Tras el fin de la “globalizac­ión naive”, puede haber fragmentac­ión o gobernanza global.
AFP INCERTIDUM­BRE. Tras el fin de la “globalizac­ión naive”, puede haber fragmentac­ión o gobernanza global.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina