Una comedia sobre el empoderamiento femenino
AAnna, la protagonista, le suceden en poco tiempo una serie de situaciones desdichadas. Acaba de morir su madre, su auto es llevado por una grúa y se le incendió su negocio, una cafetería (local que no tiene seguro). Pero estas no son las únicas situaciones insólitas por las que atravesará la mujer en pocos días. Cuando decide ir a visitar a su padre en busca de consuelo, descubre que éste está en pareja con otro hombre por lo que la hija no puede evitar preguntarle si su madre lo sabía.
La mejor amiga de Anna, es Charleen, una oficial de policía lesbiana, que intenta ayudarla y para hacerlo la invita a un club privado, en el que un grupo de mujeres se dedican a pelear hasta fracturarse algún hueso, o teñir la lona del cuadrilátero de chorros de sangre. Frente a esta situación, Anna no entiende demasiado. Pero Charleen (estupenda interpretación de Dulce Sloan, que obtiene algunos de los instantes más bizarros de esta producción) tendrá una explicación muy coherente para darle, cuando le dice que “es un club en el que las mujeres pueden levantar la tapa de la olla a presión de sus vidas sin ser juzgadas”. La frase convencerá a Anna y más aún cuando descubre que el club está ligado a su familia, sin que ella lo supiera.
El empoderamiento de la mujer, observado a través de una mirada masculina (el director y los guionistas son hombres), le aporta a esta comedia toques tan absurdos, como grotescos y hasta se diría que aparece un tono de burla respecto de las cuestiones de género. Lo cierto es que el producto sólo apela al entretenimiento y no intenta convertirse en un testimonio feminista. Aunque su guión deja bastantes baches sin cerrar. Repite situaciones, sin otorgarle una mayor evolución a la historia, pero una vez más son sus protagonistas, los que le ponen garra y entusiasmo a esta comedia para que se deslice sin mayores sobresaltos. Con excepción de algunas escenas de encarnizadas peleas, a las que el director decidió fotografiar en cámara lenta, como para que quede claro la seriedad con la que las chicas con capaces de enfrentarse en ese ring en el que todo vale.
Malin Akerman (Watchmen,
Billions) y Alec Baldwin, convertido en una especie de Señor Miyagi de la desdichada Anna a la que entrena (según le confiesa con métodos que aprendió viendo videos en Youtube) consiguen algunos de los instantes más absurdos y desopilantes de esta comedia pasatista.