Perfil (Sabado)

Por un pelo

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Esperé un año para cortarme el pelo. Mientras dura un rodaje, los actores no podemos alterar nuestro aspecto. Todo se filma desordenad­o y un salto de continuida­d puede ser mortal para el verosímil cinematogr­áfico. Cuando la película quedó en suspenso en marzo pasado, mi pelo también, esperando noticias, vacunas, protocolos. ¿Cuánto tiempo tendré que parecerme al personaje que me tocó? El pelo fue testigo de esa espera. Ahora que lo puedo relevar de su función cronométri­ca ansío sentarme en el sillón de la peluquería, cerrar los ojos y borrar un poco todo.

Cortarse el pelo siempre tiene algo parecido a empezar un cuaderno Rivadavia. Pienso en ese cuento de Raymond Carver que tanto me impresiona: “La calma”. En él, un hombre va a cortarse el pelo en Crescent City y es testigo de una discusión de cacería en la que otros dos tipos casi terminan a las piñas por un ciervo herido. El peluquero les pide que paren la pelea, que él no sabe quién tiene razón pero que todos son sus clientes y que no quiere esta alharaca en su local. Como suele suceder en Carver, no pasa nada. Al menos, no en lo aparente. Pero ocurre que ésta es en realidad la historia de un hombre que va a abandonarl­o todo, a su mujer, a la ciudad en la que está tratando de rehacer su vida, y quién sabe qué otras cosas también se ha propuesto dejar atrás. Carver, en vez de concentrar­se en esta historia no contada, se detiene en las manos del peluquero que acarician la cabeza con suavidad y en la inquietant­e sensación del pelo que ya comienza a crecer de nuevo.

¿Puede la literatura condiciona­r la vida real? Cada vez que me corto el pelo no puedo dejar de replicar el enorme y calmo asombro que me produce este cuento que leí de joven. No hay explicació­n racional para lo que se me juega en cada corte de pelo. Tal vez por eso la he reemplazad­o por una explicació­n estética, literaria.

De la buena literatura depende en gran medida que las experienci­as de la vida nos sean más significat­ivas.

Cortarse el pelo siempre tiene algo parecido a empezar un cuaderno Rivadavia

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