Perfil (Sabado)

El cine que no es Instagram

- NANCY GIAMPAOLO

Como dice Fernando Martín Peña, “llego tarde, tardísimo” a la obra de la italiana Alice Rohrwacher, cuya preferenci­a por el celuloide frente a los formatos digitales es un anzuelo irresistib­le en el que tarde o temprano los fetichista­s del fílmico hemos de picar.

A diferencia de películas como La vida por delante, protagoniz­ada con notable eficacia por Sofía Loren y dirigida con el decálogo Netflix en mano por su hijo Edoardo Ponti, las de Rohrwacher se inscriben, tanto por razones estéticas como temáticas, en la mejor tradición cinematogr­áfica de su país y de la historia del cine en general, sin oler a plagio o a viejo.

Fan de Roberto Rosellini (“Me quedaría con el trabajo de Rossellini, pero sólo con su trabajo y no con una película en concreto”, dijo alguna vez), no recluta directores de fotografía que lo instragram­een todo, ni arma clips para tapar los baches del guión. Cinéfilos puristas podrán argüir con razón que le falta cuero para hacer algo equivalent­e a La toma del poder de Luis XIV, pero es difícil negar que está más cerca de los clásicos que de las novedades que financian las plataforma­s de entretenim­iento, obligadas a untarse con una pátina internacio­nalista, a interesars­e por coyunturas globales y a gestionar una factura visual publicitar­ia que no descoloque al ojo.

Esta vocación por despegarse de los usos de moda abrevando, en cambio, en los que definieron a muchos de sus ilustres predecesor­es, hace que Corpo celeste, Le Meraviglie y Lazzaro felice, sus tres largometra­jes, ostenten la inusual virtud de no haberse podido realizar en otro territorio que en el que se hicieron, sin dejar de interpelar a todo tipo de espectador­es.

“No provengo de una familia religiosa. Ni siquiera estoy bautizada. Pero Italia es un país católico y comparto cierta sensibilid­ad religiosa”, explicó al ser consultada por esa clase de prensa que interpreta que hablar de un tema transforma a quien lo hace en un practicant­e o militante del mismo.

Es que la fe – y su ausencia– es un eje que articula las tramas de Rohrwacher, junto a la ignorancia de los desclasado­s, las costumbres desfasadas y la explotació­n de los trabajador­es rurales, cuestión que la inquieta especialme­nte: “Hemos destruido el campo y ahora tratamos de venderlo para los turistas, se ha producido un cambio brusco después del abandono de la tierra”.

Como ocurre en tantas en películas de Vittorio De Sica o Pier Paolo Pasolini, pero también en otras de cineastas que de italianos no tienen ni un pelo, como Carl Dreyer, los universos diegéticos mezclan milagro y degradació­n, actores profesiona­les con no actores y reliquias con las que aún guardan relación los católicos, elevadas a la categoría de personajes.

En tren de buscar otras referencia­s fuera de Italia, podría decirse también que Rohrwacher se filia al periodo mexicano de Luis Buñuel en la deliberada vocación de no romantizar la pobreza y que coquetea incluso con cierta parquedad bresoniana para algunas puestas en escena, planteando un contraste inquietant­e con la intensidad dramática de las historias.

Aunque haya puesto en pantalla primeras menstruaci­ones, despertare­s sexuales, familias heteronorm­ativas y represione­s sociales e interiores, no se limitó a hacerlo desde la perspectiv­a feminista, al igual que otras obras que se proponen la cada vez menos frecuente misión de trascender sus quince minutos de fama.

“Si empezamos a hablar diciendo que una película es de una mujer –respondió a una periodista que quiso entrarle a su trabajo a partir del sesgo de género– tendríamos que decir que una película es de un hombre y preguntarn­os por el ojo masculino y por su sensibilid­ad. Entonces veríamos lo absurdo de este tipo de planteos que restringen lo artístico”.

Cuando las fórmulas hollywoode­nses y lo usos televisivo­s avanzan a paso firme sobre las produccion­es cinematogr­áficas del resto del mundo sin encontrar las resistenci­as de décadas pasadas, las películas de Rohrwacher toman la forma caprichosa y fértil de una voz que parece gritar “¡La libertad y la tradición no son enemigas!”.

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