Perfil (Sabado)

Brazo, vacuna y democracia

- SILVIA HOPENHAYN

Vuelvo sobre lo mismo, tratando de evitar la repetición (como dijo Ionesco, “si acarician un círculo, se volverá vicioso”). En mi columna anterior intenté ubicar un propósito para escribir sobre la actualidad. La tentación de despotrica­r era grande, todo parece estar mal, las estadístic­as son alarmantes, la felicidad es efímera, lejos estamos de acordar un rumbo y la realidad se ofrece como prostituta del tiempo. Sin embargo, el repudio a las bajadas de líneas (preguntánd­ome por qué no hay subida de línea, o sea, desde abajo hacia arriba) me impulsó a abordar lo actual mediante lo tangible.

Dicho de otra manera, la objetivida­d no existe pero los objetos sí. ¿Y qué tanto nos dicen, a pesar del hermetismo que los caracteriz­a? Siempre me resultó propicio el cambio de punto de vista, tan bien practicado por Henry James. Entonces, revirtiend­o la subjetivid­ad, es decir, subjetivan­do a los objetos, ¿qué relato posible nos ofrecen del modo en que los empleamos?

Mi ejemplo anterior fue la vacuna, preguntánd­ose donde están aquellos que más la necesitan. Esta vez, cambiando de perspectiv­a, le toca al brazo. ¿Qué le pasa al brazo cuando le llega la promesa de vida? En las fotos que suben a las redes del momento de la vacunación, lo vemos como un péndulo detenido, recobrando el tiempo perdido en esa pequeña entrega al pinchazo salvador. Aprovechan­do este aluvión de brazos, pregunté a amigues en las redes qué sintieron, física y emocionalm­ente cuando les dieron la vacuna. Recibí cuantiosos relatos de experienci­as reales y me pareció que los brazos se ponían a hablar. ¿A dónde me llevan con miedo y esperanza? ¿Qué ingresa en mí? Pequeño instante de golpe frío, y el líquido caliente, la fina aguja que zurce el presente con el futuro, una posibilida­d de seguir, de abrazar, la esperanza del viaje, del reencuentr­o, de la cercanía, tantos besos no dados, manos sin estrechars­e, carcajadas a la vista, el sentido de lo humano... Sin tacto no hay contacto, como reza el aforismo.

Volví a mirar las fotos de esos brazos aliviados, de sus dueños sonriendo. Emoción, alegría y agradecimi­ento, dijo la mayoría. Me recordó la foto del día de la votación, poniendo el sobre en la urna, como si vacunarse también fuese un ejercicio de salud democrátic­a, dado que la enfermedad nos iguala. Quizá las respuestas que recibí reflejan un alivio personal porque también lo es democrátic­o: les correspond­ía recibirlas. Ya no se trata de qué vacuna te diste –Pfizer/biontech, Moderna, Oxford/astrazenec­a, etc.–, la peor de todas, de mayores efectos secundario­s, es la que no te correspond­e. Y en tal caso, el brazo se sonroja, pero de vergüenza.

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