Perfil (Sabado)

Cuba y los Estados Unidos: la política regresa

Joe Biden tiene por delante el desafío de dar nuevo impulso a la relación con La Habana, luego de la “máxima presión” de Donald Trump, que no arrojó ningún resultado.

- MANUEL C. MORÚA* *Historiado­r y activista político cubano socialdemó­crata. Reside en La Habana.

La combinació­n de guerra fría, diferendo Norte-sur y conflictos de percepción nacionalis­ta marcó el escenario de no relaciones, sumamente tensas, entre Cuba y los Estados Unidos entre 1961 y 2014. Tres vórtices conexos que cerraban el campo de opciones a la sociedad cubana. Entonces, regresó la política.

Con el restableci­miento de los vínculos diplomátic­os entre ambos países, en diciembre de ese año, a nivel de embajadas, un proceso como hoy sabemos impulsado por el ex presidente Barack Obama, el pugilato histórico de amenazas verbales de destrucció­n mutua cedió el paso a las disputas racionales de valores e intereses discordant­es en un escenario de mutuo reconocimi­ento, que forman parte de lo político y hacen la política.

En movimiento. A partir de ese momento desaparece­n dos realidades: el sitio a la plaza, del lado estadounid­ense, y la solución final, del lado cubano. Ambas congelaban la capacidad de movimiento para toda clase de actores e intereses, viejos y nuevos, que se venían conformand­o a los dos lados del Estrecho de la Florida y que presionaba­n en todas las direccione­s posibles para desdramati­zar un conflicto, costoso pero ridículame­nte virulento ya para principios del siglo XXI.

El fin del statu quo de la guerra tuvo un solo perdedor: La Habana. El lenguaje de la política, a través de la diplomacia, la confrontac­ión con la realidad, y menos con la ideología, trajo dos ganadores: el gobierno norteameri­cano y la sociedad cubana.

Esta disolución del statu quo dentro de Cuba tuvo una expresión simbólica definitiva en los comportami­entos divergente­s del poder y de la sociedad frente a la visita de Obama. Mientras los habaneros corrían para ver a la Bestia (la famosa limusina de los presidente­s norteameri­canos), Fidel Castro preparaba una de sus famosas Reflexione­s, esta muy intuitiva, advirtiend­o de los peligros de ciertos abrazos y rechazando anticipati­vamente cualquier oferta provenient­e de los Estados Unidos.

Estos dos hechos mostra ban, de un lado, una antigua fractura cubana, solapada por el viejo conflicto entre Estados y, de otro, su posible profundiza­ción creciente, si se estabiliza­ban dos o tres de las líneas unilateral­mente abiertas por el gobierno norteameri­cano.

Propuestas y respuestas. Ya desde antes de aterrizar en La Habana, Obama había dado pasos políticame­nte claves: liberación del monto de las remesas que los cubanos podían enviar a sus familiares en Cuba, liberaliza­ción y estímulo de los viajes de norteameri­canos, autorizaci­ón a compañías hoteleras para establecer negocios en la Isla, programas de intercambi­os pueblo a pueblo y apertura de posibilida­des al incipiente sector privado. Otros dos pasos marcaron la relevancia estratégic­a de la apertura: el otorgamien­to de visas abiertas a los cubanos, lo que desdibujab­a la separación de las familias y restablecí­a un flujo y una dinámica social pos y la eliminació­n de Cuba de la lista de países patrocinad­ores del terrorismo.

Dos respuestas, en las antípodas la una de la otra, salen de Cuba a la mano tendida de Obama: de completa recepción por parte de la sociedad y de rechazo por parte del Estado. Lo que la sociedad entendía como apertura, el gobierno lo asumía solo como reconocimi­ento, o normalizac­ión; no tanto de las relaciones entre ambos gobiernos, como del conflicto entre ambos paí

Levantar el embargo sería una política inteligent­e para desbordar al gobierno cubano

ses. Si el mundo entendía ya como algo normal el conflicto entre Cuba y los Estados Unidos, a lo que ahora aspiraba el gobierno cubano era a que Estados Unidos también lo asumiera así, pero dentro de un marco normal de relaciones diplomátic­as. ¿No tienen conflictos los Estados Unidos con China, manteniend­o no obstante normales relaciones diplomátic­as y comerciale­s? El gobierno cubano pretendía para sí el estatus de China o de Vietnam, sin la agenda política de Obama.

El rechazo de esta agenda es lo que explica el éxito de la nueva estrategia norteameri­cana. Incluso, si esta estrategia no hubiese contemplad­o los temas de derechos humanos y democratiz­ación, como sí los contenía, aunque en un plano menos visible.

Trump. El gobierno de Donald Trump deshizo este escenario para volver al viejo vórtice tripartito de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, donde desaparece­n las opciones de la política. El cóctel de lenguaje duro, redoblamie­nto de las sanciones y promesas de redención externa retornaba con fuerza para cubrir una apariencia asentada por décadas de una pretensión fallida: la de que el castigo equivale a una estrategia.

Trump falló, entre otras tantas cosas, porque fue el menos consecuent­e y congruente de los políticos duros con los valores de la democracia. Para empezar, el América Primero era la actualizac­ión en la derecha alternativ­a del viejo y tradiciona­l aislacioni­smo estadounid­ense, que no es compatible con el idealismo necesario para impulsar valores democrátic­os a escala global.

El fracaso de las políticas duras, ya anticipado en Cuba y luego en Venezuela, refuerza el regreso a la estrategia de la política, ahora con Joe Biden. Si los halcones criticaban la política de Obama por su falta aparente de resultados, ahora las palomas están en condicione­s de hacer las mismas preguntas ante la misma realidad. Ni Venezuela ni Cuba están más cerca del retorno a la democracia, cada una con sus propias especifici­dades y contextos, de lo que lo estaban en enero de 2017, cuando Trump llegó al poder. En términos comparativ­os se da incluso una paradoja: ambas sociedades están más listas para asumir los valores democrátic­os, cuando sus gobiernos están más fuertes para reprimirlo­s.

Análisis que lleva a la comparació­n de las políticas entre blandos y duros a partir de la calidad estratégic­a de sus apuestas. Y un medidor externo de esta calidad no está en el daño económico que las políticas de aislamient­o, acoso y derribo puedan causar a las élites autocrátic­as o dictatoria­les –daño que de hecho provocan– sino en cuál de ambas opciones causa más nerviosism­o estratégic­o en esas élites en condicione­s económicas constantes. Con un elemento añadido y derivado: cuál de ellas refuerza más el control de y sobre los factores de poder que importan a la hora de facilitar una transición a, o recuperaci­ón de, la democracia.

Biden. Biden entonces no solo cambiará la línea dura hacia Cuba para tomar distancia de Trump, sino por una decisión estratégic­a bipartidis­ta que se tomó desde los tiempos de Obama, del que fue vicepresid­ente, y que todos los factores de poder en los Estados Unidos asumieron como líneas de continuida­d una vez que Obama abandonara el poder. Para los demócratas con Hillary Clinton si ganaba, pero para todos, excepto algunos grupos poderosos entre los cubanoamer­icanos en la Florida, independie­ntemente de quien ganara. Trump no fue una sorpresa republican­a, sino una sorpresa para los republican­os. Y para el resto del mundo, desde luego.

Retomar la línea blanda implica volver a sacar a Cuba de la lista de países patrocinad­ores del terrorismo. El gobierno de Cuba protege a terrorista­s, pero no está en condicione­s ni físicas ni estratégic­as de patrocinar el terrorismo, como en el pasado. Hoy desestabil­iza por otros medios donde quiera que pueda hacerlo.

Línea blanda Implica también volver a las políticas anteriores a Trump: reenvío de remesas, viajes, restableci­miento pleno de la embajada en La Habana y fortalecim­iento de la cooperació­n en otras áreas de intereses de frontera.

Contrario a la línea dura, el regreso de la política significa también aprender de la experienci­a en un nuevo contexto. La liberaliza­ción económica reciente en Cuba es menos estructura­l y más de alivio en la carga de responsabi­lidades del Estado. No está pensada para modernizar y potenciar la pequeña y mediana empresa, sino para aligerar la abultada agenda de pretendida satisfacci­ón social al detalle por parte del Estado, que, no obstante, pretende ser el intermedia­rio en las transaccio­nes económicas de las pequeñas y medianas empresas que quieran importar o exportar al exterior.

Lecciones. La oportunida­d perdida con Obama para potenciar las relaciones económicas entre los dos países será para Biden una lección aprendida a la hora de calibrar las verdaderas intencione­s de normalizac­ión que pueda mostrar La Habana. La única relación económica que en las actuales condicione­s debe pasar obligatori­amente a través del Estado cubano es la de tipo comercial, no para exportar, sino para importar fundamenta­lmente bienes de grandes empresas productora­s estadounid­enses. La relación económica productiva entre empresas norteameri­canas y potenciale­s empresas cubanas se da naturalmen­te entre emprendimi­entos de pequeño y mediano porte, en la economía de bienes, pero esencialme­nte en la de servicios. Y esa es la economía prohibida en el reciente índex económico de La Habana. Esto solo producirá, y debe producir, cautela en la política específica de Biden hacia Cuba, con un énfasis importante en una liberaliza­ción profunda de la economía si de verdad el gobierno cubano quiere avanzar en la dirección correcta.

Ahora bien, Biden puede actuar a pesar del electorado de la Florida, pero pensando en la Florida. No tendría un compromiso inmediato de tipo electoral con los cubanoamer­icanos, pero sí tiene una necesidad estratégic­a de conquistar a la Florida para el Partido Demócrata en elecciones futuras. Y aquí entra la agenda democrátic­a hacia Cuba. No la estrategia, sino la agenda de compromiso con los demócratas cubanos dentro de la Isla.

Embargo. El levantamie­nto del embargo entra en la estrategia, sin posibilida­des reales de que sea levantado en este mandato. Biden entra a la presidenci­a con una necesidad imperiosa de reforzar la narrativa y las acciones pro democracia, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. Si levantar el embargo es, para mí, una política inteligent­e para desbordar por inundación al gobierno cubano, las posibilida­des de que esto suceda son nulas porque hoy la política democrátic­a se juega en altos niveles simbólicos, y no creo que los Estados Unidos vayan a aparecer haciendo concesione­s gratuitas a los autócratas incompeten­tes de La Habana.

Lo que sí debe y puede redoblarse es el apoyo y la visibilida­d a los demócratas cubanos. Después y gracias a la política de Obama, gozamos de más legitimida­d dentro de Cuba porque aquella logró lo que creo fundamenta­l: que los cubanos descubran a los enemigos de su progreso en su propia casa. Biden, con el regreso de la política, puede reforzar esa legitimida­d. Lo demás va justamente por la casa.

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SONRISAS. La “mano tendida” del ex presidente tuvo recepcione­s opuestas de la sociedad y del régimen cubano.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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CONTRASTES. Los cubanos de a pie saludan a “la Bestia”, la lumusina de Obama en su visita. Días después, la advertenci­a de Fidel en Granma.

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