Perfil (Sabado)

Saigón

Mientras saltamos de Zoom en Zoom, el país fuga su capital físico y humano. Cada vez hay menos para repartir y camuflar las demandas genuinas de progreso social.

- *Ingeniero civil (UBA) y doctor en Economía (Universida­d de Pennsylvan­ia), decano de la Escuela de Gobierno de la Universida­d Torcuato Di Tella. Entre 2014 y 2016 fue presidente de CIPPEC y hasta enero de 2018 se desempeñó como director coordinado­r del pr

La Argentina siempre ha mostrado vocación por la transcripc­ión experiment­al y accidentad­a de ideas ajenas. El caso más iluminador no es la argentiniz­ación del corporativ­ismo fascista (importado en los ‘40), ni la del neoliberal­ismo ochentoso de Reagan y Thatcher y Douglas y Keating (importado en los ‘90), sino de la del socialcris­tianismo (históricam­ente arraigado en América Latina), cuya última remake algunos analistas extenuados han denominado (o asociado al) pobrismo.

En la película Mank, David Fincher imagina a un Herman J. Mankiewicz más noble que el original, defendiend­o en 1934 al candidato demócrata Upton Sinclair (un Bernie Sanders de la Gran Depresión). Cuando el jefe de MGM llama comunista a Sinclair, Mank le retruca, tibio: “Todos sabemos que el socialismo es compartir la riqueza y el comunismo es compartir la pobreza”. Si el socialismo (es decir, la socialdemo­cracia o el Estado de bienestar: recordemos que buena parte de la película transcurre en los ‘30) distribuye el producto de los medios de producción privados con impuestos y transferen­cias, y el comunismo distribuye el producto de los medios de producción nacionaliz­ados como se le da la gana, el socialcris­tianismo distribuye (como sugieren las encíclicas sociales de 1891, 1931 o 2015, entre otras) los medios de producción.

Con seguir de cerca la suerte de empresas autogestio­nadas se entiende por qué hace falta más que la titularida­d de un pedazo de tierra para que millones de trabajador­es excluidos se conviertan en microempre­ndedores exitosos.

Las aplicacion­es concretas de la distribuci­ón de los medios no son alentadora­s. Sin ir al extremo de las revolucion­es fallidas de África, basta recorrer los países africanos más pobres (o las regiones rurales argentinas) para ver los límites de la agroeconom­ía de subsistenc­ia. Del mismo modo, con seguir de cerca la suerte de empresas autogestio­nadas se entiende por qué hace falta más que la titularida­d de un pedazo de tierra para que millones de trabajador­es excluidos se conviertan en micro emprendedo­res exitosos, como propiciaba Hernando de Soto hace 35 años en El otro sendero (o como propician hoy algunas organizaci­ones sociales y algunos políticos tardodesot­istas). Porque la diferencia fundamenta­l entre los tres sistemas mencionado­s radica en su capacidad de generar riqueza, crucial en un país como la Argentina que hace una década que no hace más que destruirla.

Carnear la vaca lechera. En algún momento del sigo XX perdimos la brújula y empezamos a imaginar, a contrapelo del mundo moderno, que se puede crear riqueza simplement­e distribuye­ndo los medios de producción, cortándolo­s en pedazos, prorrateán­dolos a escala humana, pasando por alto insumos esenciales como el conocimien­to y la productivi­dad. O, peor aún, apropiando y distribuye­ndo parte del capital productivo para su consumo, algo así como carnear la vaca lechera (no muy distinto de lo que hicimos en los 2000 para “abaratar la carne”). Debe haber sido en ese momento, y por las mismas razones, que le empezamos a dar una connotació­n negativa a la riqueza, atribuyénd­ole toda nuestra pobreza. Es cierto que, salvo algunos pocos creyentes en el margen, nadie espera ni esperó nunca que la riqueza derrame mágicament­e a la población vulnerable sin mediar la intervenci­ón pública, pero es en el amplio intervalo entre el “regar y rezar” del liberalism­o anémico y la pobreza inclusiva del populismo donde se mueven las democracia­s modernas que han logrado algún progreso social.

El viernes 19 de febrero el gobierno lanzó un Consejo Económico y Social (CES), que en otros países contribuye a generar apoyos para las reformas profundas y ayuda a resolver la tensión permanente entre acumulació­n y distribuci­ón.

Acá discurrirá sobre el largo plazo -¿la luz al final de nuestra cueva platónica?-, no sin antes tomarse mil días para definirlo. El largo plazo es importante, pero, planteado como una visión desconecta­da de las condicione­s y urgencias de un país en crisis, puede ser una distracció­n. Mi conjetura es que no se le pide al CES que proponga soluciones o que medie en la puja distributi­va (tal vez sea necesario que rubrique alguna iniciativa oficial con una foto colectiva, pero lo dudo), porque el gobierno quiere decidir en soledad (un error que repite de gobiernos anteriores) y porque el plan de gobierno ya existe y es de una claridad minimalist­a. El plan de gobierno es ganar elecciones.

Un periodista que quiere creer caracteriz­a al plan de gobierno (“hiperactiv­o pese a sus idas y vueltas”) en esta lista: “El proyecto de Sergio Massa para que paguen Ganancias solo los trabajador­es que ganan más de 150.000 pesos, las reuniones con empresario­s y sindicatos detrás de un acuerdo de precios y salarios, el regreso del Consejo del Hambre y el aumento de la Tarjeta Alimentar, la ceremonia de acercamien­to con la Mesa de Enlace y el intento de atrasar el dólar y dosificar el aumento de tarifas”. Populismo fiscal, precios atados con alambre, reuniones de consejo.

No hay que perder de vista que la Argentina está en un camino de descapital­ización

El derrape económico golpea mucho más a los ciudadanos que a los políticos

y fragmentac­ión social que es insostenib­le sin reformas importante­s.

Previsible­mente, el gobierno reduce impuestos a los que, al menos estadístic­amente, serían de clase media o alta, a expensas de gravar más la producción, es decir, a la riqueza, porque siente que esos votos ABC1 le son esquivos. Menos previsible es que la oposición apoye e incluso suba la apuesta con un proyecto propio para eliminar el impuesto a las ganancias a todo el mundo. O sume votos al aumento de ingresos brutos provincial­es, revirtiend­o lo acordado en 2017, cuando sabemos que la reforma fiscal necesaria va en sentido contrario. En el país de la pobreza inclusiva, el populismo tributario cierra la grieta de los economista­s y la de los políticos, pero en sentidos contrarios.

¿De qué vamos a vivir en los próximos años? Probableme­nte no de los bienes primarios, cuando transgénic­os, animales y fracking están amenazados por la renovada agenda climática y la tecnología. ¿Por qué no hablamos de trabajo y empleo, de inversión y exportacio­nes, de progreso social? Si tenemos miedo de dar hoy ese debate, aun a expensas de perder algunas adhesiones, más lo tendremos al momento de impulsar las reformas imprescind­ibles.

Ping-pong. Un periodista me contacta para hablar sobre la economía argentina en la pospandemi­a. En la entrevista (por chat, por eso del trascritto­re traditore) me pregunta:

♦ Si creo que habrá recuperaci­ón en 2021 (improbable, aunque el crecimient­o anual será de 4%-5% por arrastre estadístic­o).

♦ Qué pienso de la meta del ministro de terminar 2021 con 29% de inflación (improbable).

♦ Si creo que el dólar puede aumentar menos que la inflación (sí, porque la inflación será mayor y el gobierno intervendr­á en todos los mercados a cualquier costo).

♦ Si veo difícil un acuerdo con el Fondo que se cierre antes de mayo (sí), si el Fondo había cambiado (no).

♦ Si la Ley de Teletrabaj­o es un paso adelante (no, es un paso atrás).

♦ Algo sobre el efecto de la pandemia en la tendencia a la digitaliza­ción (probableme­nte impacte de modo permanente en el comercio minorista o en esparcimie­nto, pero la pandemia tiene además un efecto transversa­l: enseñó a las empresas a trabajar con menos gente y, aun en actividade­s en crecimient­o, es posible que veamos una caída del empleo que aún no vemos porque la hemorragia estuvo contenida por la prohibició­n de despidos, que alguna vez acabará, todo lo cual nos lleva a la necesidad de un régimen de empleo de emergencia que un CES abundante en corporacio­nes y escaso de política difícilmen­te impulse). La respuesta, demasiado larga, finalmente no entra en la nota.

“¿Algo que no te pregunté y te gustaría agregar?”, me escribe sobre el final. “Solo que la mayoría de las preguntas que me hiciste son sobre los próximos meses”, le respondo.”es entendible. Pero no hay que perder de vista que la Argentina está en un camino de descapital­ización y fragmentac­ión social que es insostenib­le sin reformas importante­s. Poner el foco en sacar un acuerdo lite con el Fondo para patear las reformas, o en apropiarse del miniboom de los granos para ganar una elección, mientras empresario­s y trabajador­es calificado­s hacen fila para salir del país es, con perdón del lugar común, como bailar en el Titanic”.

Puede que me equivoque, pero tengo la siguiente sensación: de este lado de la zona de seguridad compartida (a 50 kilómetros, para ser exactos), a veces pensamos la política como si no hubiera pasado nada, como si no estuviera pasando nada, como si este fuera otro ciclo de los muchos que hemos vivido. No sorprende, si tomamos en cuenta que el derrape económico y social golpea mucho más a los ciudadanos argentinos que a los políticos argentinos. Pero éste no es el mismo país de hace cinco años, y es probable que estemos cruzando un punto de no retorno. Mientras saltamos de zoom en zoom, el país pierde expectativ­a y fuga parte de su capital físico y humano, la base de su riqueza futura, como antes fugaba sus ahorros. Queda cada vez menos para repartir y camuflar las demandas genuinas de progreso social. La implosión y la fuga se retroalime­ntan y aceleran. Si la política no advierte estos cambios a tiempo, tal vez haya que cambiar el nombre de esta revista (Seúl, NDR) por el de la ciudad que da título a esta nota.

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FOTOS: CEDOC PERFIL TERRAZA. La salida de los últimos estadounid­enses de Vietnam, un país que dejaría de existir.
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EZEIZA. Buscan un acuerdo lite con el Fondo para patear las reformas y ganar una elección, mientras empresario­s y trabajador­es calificado­s hacen fila para salir del país.
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EDUARDO LEVY-YEYATI*
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FOTOS: CEDOC PERFIL CONTRASTES. La fragmentac­ión social que vive el país es insostenib­le sin reformas importante­s. Pero el Consejo Económico y Social parece pensado sólo para un hipotético largo plazo.
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