Perfil (Sabado)

Fontevecch­ia entrevista a Fukuyama

El intelectua­l más influyente de los últimos 50 años.

- JORGE FONTEVECCH­IA

Escrito a fines de los 80, el libro El fin de la Historia es el documento político y sociológic­o más poderoso que teorizó sobre situacione­s que sucedían en ese mismo momento: la caída del Muro de Berlín, el fracaso de las experienci­as socialista­s, un nuevo orden mundial. Con un pensamient­o basado en Hegel y que no excluye reminiscen­cias de Marx, llegó a la conclusión de que la democracia liberal era la concreción en lo real del desarrollo de los más altos valores humanos. Hoy, en un 2021 en el que la pandemia pone en crisis toda idea absoluta, sostiene algunas conviccion­es esenciales y se plantea dudas sobre cuestiones puntuales.

—¿Le parece justo que sus ideas sean considerad­as parte del dispositiv­o teórico e ideológico del neoliberal­ismo?

—No creo que sea correcto, pero depende de la definición de neoliberal­ismo. Uso el término “neoliberal” como cierto enfoque de la economía identifica­do con la llamada Escuela de Chicago, muy comprometi­da ideológica­mente con el libre mercado, opuesta a la intervenci­ón estatal, que quería desregular y privatizar. Esta es una escuela que se volvió generaliza­da y particular­mente influyente después de la elección de Ronald Reagan y Margaret Thatcher a finales de los 70 y principios de los 80. Y subyace en las políticas del Consenso de Washington. Nunca fui un defensor particular de ese conjunto de políticas. Es necesaria una economía de mercado. No creo que haya muchas alternativ­as si se quiere lograr un crecimient­o económico sostenido. El neoliberal­ismo, en mi definición, se asocia a una hostilidad ideológica rígida a la acción estatal. Es algo en lo que nunca participé.

— ¿El fin de la historia implica el fin del Estado de bienestar?

—El Estado de bienestar es necesario. Nunca me opuse a la idea de Estado de bienestar. Una de las tareas que tenemos frente a nosotros ahora es expandir el Estado de bienestar. En los Estados Unidos todavía no tenemos nada parecido al sistema de atención médica universal obligatori­o del gobierno, y eso es algo que se necesita desesperad­amente. Se puede argumentar sobre la sostenibil­idad de ciertos programas sociales, niveles más altos de impuestos y su implicanci­a sobre la inflación. Pueden nacer problemas de ese tipo. Pero creo en la idea de que un gobierno democrátic­o moderno tiene que brindar protección social a sus ciudadanos. Tampoco veo cómo alguien puede oponerse a eso.

—En esta serie de entrevista­s, muchos intelectua­les y pensadores hablaron de “fin”. La antropólog­a y

feminista Rita Segato aludió al fin del Antropocen­o; el escritor español Arturo Pérez Reverte temía por el fin de Occidente tal como lo conocemos; el filósofo Jeanluc Nancy habló del fin de nuestra civilizaci­ón. Todos lo hicieron motivados por la pandemia de coronaviru­s. ¿El coronaviru­s es el fin de algo? ¿Esos finales representa­n algún punto de contacto con su pensamient­o?

—Suele producirse un malentendi­do sobre el uso de la palabra “fin”; en mi libro El fin de la Historia se utiliza la palabra “fin” en el sentido de objetivo o meta. En El fin de la Historia prima la pregunta ¿hacia dónde apunta la historia en términos del desarrollo deseable de una sociedad moderna? ¿Qué forma final tomará la sociedad? No alude a “fin” en el sentido de detención o conclusión. No es realmente el uso original marxista o hegeliano de la palabra, que es mi marco teórico. No creo que la pandemia actual sea el final de nada. La humanidad estuvo sujeta a pandemias desde que existieron los seres humanos. Hubo una coevolució­n de seres humanos y virus. Pasamos por muchas pandemias antes. Los seres humanos se adaptan a ellas. Ya se puede observar el final de la pandemia actual. A largo plazo, los efectos de esta situación pueden no ser tan grandes en muchos aspectos.

—Dijo en una entrevista que en “El fin de la historia y el último hombre” ya insinuaba algunas cuestiones vinculadas a la irrupción de Donald Trump y usó algunos de los conceptos subyacente­s que describen el actual movimiento de la política hacia la identidad. ¿Cómo fue esa intuición de fines de los 80? ¿Se pareció a lo que sucedió 25 años más tarde?

—Lo que dije en los últimos capítulos de El fin de la Historia y el último hombre es que una democracia liberal exitosa puede no ser sostenible por varias razones. En primer lugar, los seres humanos son ambiciosos, y muchas veces las oportunida­des que ofrece nuestra democracia no son lo suficiente­mente grandes para contener su ambición. Ese es el contexto en el que me referí a un posible Donald Trump, que fue fantástica­mente ambicioso y ascendente como emprendedo­r inmobiliar­io. Y la pregunta fue si estaría satisfecho con eso o querría pasar a otras cosas. Resulta que no estaba satisfecho. También tenía ambiciones políticas. Estamos viviendo las consecuenc­ias de eso. Otra cosa de la que hablé en el final del libro es si la paz y la prosperida­d por sí solas son suficiente­s para satisfacer a los seres humanos. O si las personas tienen una parte de su psicología que aspira a algo más elevado. No solo a aspiracion­es materiales más elevadas. Cuestiones vinculadas a la idea de justicia, aquello que tiene ver con ideas de riesgo y peligro. Una cosa que dije en el ensayo original fue que si la gente ya no pudiera luchar por la paz y la justicia, entonces lo haría contra la paz y la justicia porque esencialme­nte estarían aburridos. Sería el deseo de más victorias, de montañas que escalar. En ciertos aspectos, eso describe la situación en la que se encuentran muchos países ricos en este momento.

—Dijo: “No me sorprende que Polonia o Hungría se muevan en esa dirección, pero que Estados Unidos eligiese a alguien como Trump es algo que no habría predicho”. ¿Qué fue más sorprenden­te: el triunfo de Trump o el de Joe Biden?

—Las elecciones de 2016 sorprendie­ron a todos, incluido al propio Donal Trump. Las actuales no fueron tan sorprenden­tes, porque no tuvo una trayectori­a excelente en esos cuatro años. El sistema se fue corrigiend­o a sí mismo. Pero el problema más grande, que ahora mismo es mucho más profundo, es que los estadounid­enses viven en dos universos de informació­n paralelos. Una cantidad significat­iva de estadounid­enses, por ejemplo, no cree que las elecciones del 3 de noviembre hayan sido libres y justas, a pesar de que lo fueron. Este es un gran problema en una democracia, porque si no puede haber acuerdos sobre la base fáctica de una elección, se pone en juego la misma idea de democracia. Esto es algo que no se preveía. Es una de las consecuenc­ias del auge de internet. Hoy vivimos en un entorno mediático en el que se desacredit­aron las fuentes tradiciona­les de informació­n. Cualquiera puede publicar lo que desea, y lo hace. La gente realmente no tiene acuerdo sobre los mismos hechos básicos ni sobre cómo está funcionand­o el mundo.

—Pero en febrero, solo diez meses antes de la elección, nadie hubiera creído que Joe Biden podía llegar a ser presidente.

—No estoy seguro de que ese tipo de precisione­s con tanta anticipaci­ón valieran mucho. Hemos visto muchas sorpresas en múltiples actos electorale­s. En febrero tampoco nadie esperaba una gran pandemia. Eso obviamente tuvo un gran impacto en la forma en que los estadounid­enses votaron y en la forma en que vieron la política. No pondría demasiado peso en ese hecho.

—Usted dijo que “la mayoría de los republican­os cree que las elecciones en las que triunfó Joe Biden han sido fraudulent­as, y esto será muy nocivo para la democracia en el futuro. Lo que sucederá de ahora en más es difícil de predecir porque dependerá del curso de la pandemia”. ¿Podrá desarrolla­r su programa Joe Biden? ¿Qué opinión le merece la idea de un “green new deal”?

—Biden optó por un conjunto de iniciativa­s más ambicioso de lo que muchas personas esperaban con el proyecto de ley de estímulo que acaba de aprobarse en el Congreso. Aún no ha finalizado, pero se aprobó tanto en la Cámara como en el Senado. Realmente constituye un gran estímulo.

Son casi 2 mil millones de dólares, mucho más que cualquier aporte durante la crisis financiera en 2008. Podría ser que las cosas se vean muy diferentes para fines de 2021. La pandemia habrá terminado en gran medida, la gente estará volviendo a los restaurant­es, las reuniones y las oficinas, las escuelas estarán abiertas. Es muy probable que la economía estadounid­ense esté creciendo muy rápidament­e, que se creen muchos puestos de trabajo. Eso por sí solo podría afectar la percepción de la presidenci­a de Joe Biden. Ahora, por supuesto, nadie sabe si esto realmente sucederá. Pueden ocurrir muchas cosas. Que haya otra ola del virus, o mute, o algo más se interponga en ese tipo de escenario. Pero claramente existen posibilida­des de que se pueda tener un resultado más positivo, tal como acabo de sugerir.

—En los 90 hubo un abandono de las ideas sobre el Estado de bienestar, y muchas socialdemo­cracias adoptaron lo que se llamó la tercera vía. ¿Qué rol político e ideológico le cabe a la socialdemo­cracia en este momento?

—Se necesita alguna forma de socialdemo­cracia para sostener un sistema realmente democrátic­o. Las economías de mercado por sí mismas producen mucha desigualda­d. Se precisa que se haga algo o que el Estado haga algo para proteger la salud y las pensiones de las personas. Se requiere protección contra el desempleo. Si no, se tendrá una situación muy inestable políticame­nte. Si no, mucha gente será vulnerable y estará enojada. Un Estado de bienestar es importante. Mucho de lo que sucedió desde la década de 1970 hasta principios del siglo XXI es que hubo una expansión excesiva de ciertos beneficios a la sociedad. Esto es particular­mente cierto en América Latina, y creo que también en Argentina. Los países prometiero­n un nivel alto de beneficios. La pregunta no es si debe proporcion­ar beneficios; es si son asequibles, si son sostenible­s. La pregunta es si hay suficiente­s ingresos fiscales para mantenerlo­s. Muchos países gastaron demasiado. Acumularon demasiadas deudas. Cuando un país es relativame­nte pequeño en comparació­n con la economía mundial, como Argentina, no se puede acumular tal nivel de deuda sin que tenga consecuenc­ias muy graves para el tipo de cambio o la inflación. Es por eso que tuvo que haber grandes ajustes que se hicieron en otros países también en ese período. Por cierto, también sucedió en Escandinav­ia. Países escandinav­os como Dinamarca y Suecia son famosos por tener Estados de bienestar muy extensos. Y cada uno de esos países en este período descubrió que tenía que reducir el nivel de impuestos y también reducir u orientar los beneficios sociales de una manera más precisa. También habían llegado a un punto en el que realmente no podían llevar a cabo las promesas que habían realizado. Ese tipo de ajuste es necesario. La prolijidad fiscal no implica tener algún tipo de hostilidad ideológica hacia la idea de un Estado de bienestar.

—El presidente argentino, Alberto Fernández, en un reportaje de esta misma serie, se autodefini­ó como socialdemó­crata. Sin embargo, llegó al poder a través de una coalición con el populismo de izquierda, según también se autodefine el kirchneris­mo. ¿Es posible esa convivenci­a? ¿Es una nueva forma de la tercera vía?

—En el largo plazo, posiblemen­te sea bastante difícil una coalición entre populistas y políticos socialdemó­cratas. Tiene que ver con la naturaleza del populismo. Un líder populista es habitualme­nte muy personalis­ta. Su convocator­ia no se basa en políticas o ideologías amplias. Lo que resulta convocante es un individuo. Es algo que aplica a Hugo Chávez y Juan Perón. Puede verse en Juan Perón y otros populistas famosos en la historia de Argentina, y en general la del mundo, que ese tipo de estilo político no va muy bien con las coalicione­s de poder compartido, con resultados negociados. Es algo que podría

“Es necesaria cierta forma de socialdemo­cracia y de Estado.”

“Nunca defendí en particular las ideas de Reagan o Thatcher, ni el Consenso de Washington.”

“Es posible que estemos en un punto de inflexión muy peligroso en la lucha por la democracia global.”

“Hay muchas similitude­s en los populismos de Donald Trump y del kirchneris­mo.”

suceder en una democracia parlamenta­ria en las que sí hay una coalición multiparti­dista. Pero ese no es realmente el estilo populista. Probableme­nte sea bastante difícil mantener ese tipo de alianza durante un período prolongado de tiempo.

—¿Le sorprendió la gestión de la crisis sanitaria en Estados Unidos? ¿Fue una respuesta ideológica la de Donald Trump?

—Sí, me sorprendió. No creo que el problema fuera ideológico. Como muchas de las otras cosas que hizo, no estuvo motivado por las ideas, sino por la visión muy limitada de su propio interés personal. Vio la pandemia no como una amenaza para la salud del pueblo estadounid­ense, sino como una amenaza para su propia reelección. Todo lo que hizo estuvo dirigido a asegurarse ser reelegido. Por eso estaba tan interesado en reabrir la economía mucho antes de que fuera seguro. Lo hizo en contra de todos los consejos de la comunidad de salud pública, de personas que realmente entendían la naturaleza de estas epidemias. El resultado fue que toda la política de salud estuvo muy mal administra­da y provocó la muerte de mucha más gente de la necesaria.

—Hay críticas similares sobre la gestión de Jair Bolsonaro de la pandemia. Muchos marcan una diferencia con lo sucedido con el régimen populista de Nicolás Maduro y el socialismo cubano. ¿Por qué a un populista de derecha le fue tan mal y a los de izquierda no tanto, más allá de las lógicas dudas sobre los números en los dos últimos países?

—No tengo una respuesta completa para eso. Hay otro populista que también lo hizo muy mal, Andrés Manuel López Obrador en México. Tuvo un historial terrible en su lidiar con la pandemia. A pesar de que AMLO es un populista de izquierda, tiene muchas de las mismas caracterís­ticas que Bolsonaro: no les cree a los expertos en salud y trató de minimizar la importanci­a de la epidemia. Los populistas quieren ser populares. No quieren tener que ser quienes transmiten malas noticias. Les cuesta decir cosas como “estamos todos juntos en esto. Tenemos un problema muy serio. Hay que quedarse en casa, usar barbijos, no enviar a los hijos a la escuela”. Son cosas poco populares de comunicar. Es una de las razones por las que muchos populistas realmente terminaron impulsando políticas inadecuada­s para hacer frente a la epidemia.

—En su libro “Identidad”, explica que “el período desde principios de la década de 1970 hasta mediados de la década de 2000 fue testigo de lo que Samuel Huntington denominó la ‘tercera ola’ de democratiz­ación, ya que el número de países que podían clasificar­se como democracia­s electorale­s aumentó de aproximada­mente 35 a más de 110. En este período, la democracia liberal se convirtió en la forma de gobierno predetermi­nada para gran parte del mundo, al menos como aspiración, si no en la práctica”. ¿La pandemia puede marcar el fin de este proceso, un retorno a los 80 antes de que este proceso de democratiz­ación tuviera esos virajes?

—Es posible que estemos en un punto de inflexión muy peligroso en la lucha por la democracia global. Freedom House, que hace un informe anual, Freedom in the World,

por decimoquin­to año consecutiv­o notó una disminució­n en la medida de libertad global. Se produjo un descenso más pronunciad­o debido a la pandemia. Hay muchos líderes mundiales que utilizan la pandemia como excusa para aumentar su autoridad. Sucede con Nayib Bukele en El Salvador; en Uganda bajo Yoweri Museveni; bajo Viktor Orbán en Hungría. Las pandemias son oportunida­des para los gobiernos más autoritari­os. También frenó las protestas contra los gobiernos, porque la gente no se sentía segura al salir en grandes multitudes en las áreas urbanas. Es preocupant­e. Hubo un golpe militar en Myanmar, el arresto de Alekséi Navalny en Rusia, la extensión de la ley de seguridad a Hong Kong a principios de 2020. Sucedieron muchas cosas realmente malas. Segurament­e lo que siga puede ser diferente, hay mucha ira reprimida por la forma en que varios gobiernos autoritari­os manejaron la pandemia hasta ahora. Es posible que una vez que las cosas vuelvan a una situación más normal, gran parte de esta ira se vuelva a manifestar en forma de protesta. Hasta la pandemia vimos muchas protestas. Sucedió en Sudán, Argelia, Armenia. Pasó en muchos lugares del mundo donde la gente estaba muy movilizada contra gobiernos corruptos o incompeten­tes o alguna combinació­n de eso. Ojalá el fin de la pandemia también sea un punto de inflexión. Que la presión sobre las poblacione­s se relaje un poco. Y que eso permita una expresión más honesta de las opiniones de los ciudadanos.

—Usted dijo que “la agenda del siglo XX pasa de la lucha sobre asuntos económicos a una más basada en la identidad. Es un movimiento preocupant­e, en el que los políticos usan su legitimida­d democrátic­a para atacar las partes liberales del sistema, como la Constituci­ón, las institucio­nes”. En una entrevista como esta, la diputada española de origen argentino Cayetana Álvarez de Toledo dijo que la lucha contra el identitari­smo es parte “de una batalla cultural contra la superiorid­ad moral de las izquierdas”. ¿La identidad es de izquierda? ¿La agenda identitari­a es ideológica?

—Hay movimiento­s de identidad peligrosos tanto en la izquierda como en la derecha. La cita se queja de los movimiento­s de identidad progresist­as o de izquierda en los Estados Unidos, el feminismo, la justicia racial o, ya sabes, los derechos de los homosexual­es y las lesbianas, de las personas transgéner­o. Es lo que llevó al fenómeno de la corrección política y la cancelació­n. La gente usó el poder de internet para silenciar a las personas que no le agradan. Pero también hay una forma de derecha, una forma de política de identidad, representa­da por Donald Trump. No es un problema económico lo que está siendo impulsado. Es un cierto tipo de identidad social conservado­ra que hace que la gente sea leal tanto a él como al actual Partido Republican­o. El Partido Republican­o solía ser un partido sobre impuestos bajos y desregulac­ión y otros problemas de política económica. Ahora se convirtió más en un partido basado en la identidad estadounid­ense tradiciona­l. La identidad es algo que puede ser usado y mal usado por ambos lados del espectro político.

—¿La psicología individual de los políticos, sus rasgos narcisista­s, pueden ser un problema para la democracia?

—Una de las cosas que estamos aprendiend­o en el momento actual es que las personas no son racionales en este sentido tradiciona­l. Los economista­s en particular piensan que las personas son racionales en el sentido de que tienen preferenci­as, que observan el mundo y sacan conclusion­es sobre cómo funciona. Que actúan en base a teorías elaboradas. Pero la acción comienza con preferenci­as sobre lo que desean que suceda. No tratan de averiguar cómo funciona el mundo, sino cómo pueden manipular las cosas para que se produzcan los resultados que quieren. Eso conduce a un tipo de irrealidad que afecta esencialme­nte a la política. Solo para mostrar un caso concreto de esto, muchos republican­os querían que Donald Trump ganara, cosa que no sucedió. Hay mucha evidencia creíble de que perdió las elecciones en estados claves. Pero el deseo de ver su victoria fue tan poderoso que estaban dispuestos a tomar cualquier fragmento de evidencia como verdad, independie­ntemente de cuán poco creíble fuera. Es un testimonio de que las personas en realidad no son tan racionales sobre la política u otros temas en los que están involucrad­as emocionalm­ente con el resultado.

—¿Cuál es su posición personal sobre los identitari­smos más individual­istas, como el feminismo? ¿Es lo mismo ser feministas que independie­ntistas catalanes o nacionalis­tas húngaros?

—Depende de cómo se interprete el feminismo. El feminismo era básicament­e un concepto del ideario liberal en el que las mujeres deberían ser tratadas igual que los hombres, que se les debe pagar la misma cantidad, que deberían tener los mismos derechos legales. Es un movimiento muy bueno. Pero hay una interpreta­ción diferente que enfatiza no el trato igualitari­o. Concibe a las mujeres como una categoría distinta de seres humanos, diferentes de los hombres. Probableme­nte tengan un mejor argumento que otros tipos de grupos de identidad, pero puede conducir a políticas que pueden no ser tan liberales. Sobre la cuestión de la identidad nacional, es algo con lo que nuestra teo

“No creo que la pandemia actual sea el fin de nada; la humanidad estuvo sujeta a pandemias desde que existe.”

ría política tiene dificultad­es para lidiar. Tengo amigos de ambos lados del tema catalán, que son enfáticos nacionalis­tas catalanes; también conozco a muchos españoles que se oponen. No existe un conjunto normativo claro de principios que explique cuándo una región como Cataluña tiene derecho a convertirs­e en una entidad separada. No hubo un referéndum en el que la mayoría de la gente en Cataluña no votara por la independen­cia. Me resulta muy difícil saber cuál es la posición correcta para asumir un tema como ese.

—En una célebre novela de Philip Roth, “La mancha humana”, un profesor universita­rio hace una broma: ante dos alumnos que nunca asistieron a sus cursos de filología clásica, cita a Homero y dice delante de la clase que esos alumnos “desapareci­eron como el negro humo”. En la ficción, los ausentes eran negros. La broma le arruina la vida al profesor, pierde su puesto, su prestigio, su rol en la sociedad. ¿La identidad se ve solemnizad­a por la corrección política?

—En muchas universida­des se vive una etapa en la que decir algo que puede ser malinterpr­etado puede hacer que te despidan. Es algo realmente malo. Es lo que se conoce como cultura de cancelació­n. Desafortun­adamente, hubo bastantes ejemplos de esto en los últimos años. Representa una excesiva sensibilid­ad al lenguaje y a las ofensas, no contra intereses materiales de ningún tipo, sino más bien dirigidas a la dignidad. Si no se pronuncian las palabras correctas sobre la situación de los grupos marginados, es probable que sobrevenga­n ataques que digan que quien los enuncia es racista, misógino o algo por el estilo. Es la situación en muchos círculos de elite en los Estados Unidos. Hay una sensibilid­ad excesiva a las palabras.

—Hay otra novela célebre, sobre el comunismo en este caso, de Milan Kundera, que se llama “La broma”. Si bien es muy distinta, tiene algo en común: una broma, en plena Checoslova­quia comunista, que le arruina la vida a quien la profiere. ¿La corrección política es una nueva forma de autoritari­smo social?

—Son situacione­s diferentes. En la época comunista, esas reglas se imponían por un Estado policial que tenía el poder de arrestar, meter en la cárcel, enviar al gulag, matar. La cancelació­n que se lleva a cabo en este momento se realiza íntegramen­te en la esfera social. Es una universida­d o un empleador privado quien te despide. No te ponen en la cárcel, no se usa el poder del Estado para castigar. Es realmente un ostracismo social, que, por otra parte es mucho más común a lo largo de la historia de la humanidad. Eso no significa que sea justo o correcto. Pero es nada en relación con usar el poder policial para hacer cumplir este tipo de reglas.

—¿Cuál es el vínculo entre democracia e identidad racial? ¿Cómo analiza el fenómeno del Black Lives Matter?

—Depende de cómo se interprete ese movimiento. Casi todo el mundo, incluidos los liberales clásicos como yo, sabe que la policía debería tratar a los afroameric­anos de la misma manera que a los blancos. Si usan fuerza excesiva es algo que está mal. Esos policías deberían ser disciplina­dos, deberían volver a capacitars­e. Ese tipo de comportami­ento debe detenerse. Por otro lado, hay personas que operan bajo la bandera de Black Lives Matter que quieren llevar las cosas mucho más allá. Dicen, por ejemplo, que la gente negra debería ser autónoma y tomar decisiones y que la gente blanca no debería tener ningún derecho a tomar una decisión en la que estén incluidos o que afecte las vidas de los negros. Es una opinión cada vez más común que el racismo impregna a la sociedad blanca hasta tal punto que contamina todas las institucio­nes tradiciona­les del país. Ese tipo de puntos de vista son incorrecto­s. Tenemos esta gran discusión en los Estados Unidos de 1619 versus 1776, que es básicament­e una disputa sobre la identidad nacional. Desde el punto de vista de 1619, ese es el año en que los esclavos se introdujer­on por primera vez en América del Norte. A los defensores de eso les gustaría decir que la esclavitud fue completame­nte fundamenta­l para la identidad estadounid­ense. Los defensores del punto de vista de 1776 dirían: sí, hubo esclavitud, fue injusto, pero con el tiempo hemos avanzado en la justicia racial. Es factible que las cosas mejoren. Es una discusión que ahora se está llevando a cabo en términos muy emocionale­s en los Estados Unidos.

—En una entrevista hace dos años le hicieron la siguiente pregunta: “El politólogo Samuel Huntington sostenía que los latinos tenían más dificultad­es de integració­n en Estados Unidos que otros migrantes por su falta de cultura anglosajon­a. ¿Cree que hay que tener esta conversaci­ón ahora sobre los musulmanes?” ¿Cómo la contestarí­a hoy? ¿Cómo ve la situación de las minorías étnicas en los Estados Unidos de Joe Biden?

—Sigo pensando que hay diferencia­s culturales definidas entre los diferentes grupos étnicos y religiosos que afectan cosas como su capacidad de asimilació­n y otros resultados sociales. Pero creo que la gente muchas veces usa esas diferencia­s como excusa para discrimina­r. Es lo que sucede con los inmigrante­s latinos. Es imposible generaliza­r, porque América Latina es muy extensa. Los cubanos son diferentes a los salvadoreñ­os y a los brasileños. Y aun dentro del mismo país, depende de si se trata de un trabajador no calificado o de un médico o algún profesiona­l altamente calificado. Y todos estos son inmigrante­s de América Latina, que cumplen tareas completame­nte disímiles. Es un gran error hacer generaliza­ciones sobre el grado en que van a encajar en la sociedad. Muchos de los mexicanos pobres y poco calificado­s que entran a los Estados Unidos en realidad no son tan diferentes de los italianos de clase trabajador­a que llegaron a Estados Unidos a principios del siglo XX. Cuentan con niveles de educación similares, hay un grado similar de distancia cultural. Al final, a los italianos les fue bien. La gran mayoría de los inmigrante­s hispanos se asimilarán eventualme­nte. Esto que afirmo también será cierto para los inmigrante­s musulmanes. A algunos de estos grupos les puede tomar un poco más de tiempo que a otros. No creo que haya una división cultural fundamenta­l que impida que eso suceda.

“Vivimos en un entorno mediático en el que se desacredit­aron las fuentes tradiciona­les de informació­n.”

—Dijo: “Soy liberal en el asunto de la inmigració­n, creo que es buena para la sociedad. Mi propia historia familiar es un caso de ello. Mi abuelo vino de Japón y tenemos una bonita familia. Creo que EE.UU. se ha beneficiad­o de ello. El problema de la izquierda es que no está dispuesta a aceptar por principio que un país debe controlar sus flujos migratorio­s”. ¿Dónde termina el liberalism­o y empieza el autoritari­smo en materia migratoria?

—El control de fronteras es realmente importante, porque la democracia se basa en la soberanía del pueblo. Pero si no puede definir quién es ese pueblo, quiénes son las personas, realmente no se puede tener una democracia. Es un derecho soberano de una población democrátic­a decir si se desea tener un número de inmigrante­s y no uno mayor o menor. Ese es un aspecto de una elección democrátic­a perfectame­nte legítimo. Por esa razón es importante poder controlarl­o. Pero hay situacione­s como las que enfrentan Brasil y Colombia en este momento respecto de los inmigrante­s venezolano­s. La situación en Venezuela es tan grave que muchísimas personas tratan de salir desesperad­amente del país. Y eso abruma a muchos de sus vecinos. Son contextos particular­mente complejos porque son personas en una situación terrible. Están desesperad­os. Probableme­nte también haya límites a la capacidad de algunos vecinos para absorberlo­s. Es una decisión que debe tomarse de manera más pragmática y no sobre la base de algún tipo de preferenci­a ideológica a favor o en contra de los inmigrante­s que llegan de uno u otro lugar.

—¿El identitari­smo va en contra de la igualdad?

—Es un desafío a la premisa fundamenta­l del liberalism­o, que es la igualdad humana universal. Para la teoría liberal todas las personas son seres humanos y, como tales, tienen ciertos derechos inalienabl­es. Hay mucho pensamient­o identitari­o, y la experienci­a de ciertos grupos culturales, raciales y de género es tan diferente a la de otros que en muchos aspectos no comparten caracterís­ticas comunes y necesitan ser tratados de manera diferente. Esa fue tradiciona­lmente la base de la discrimina­ción contra estos grupos, pero también puede conducir al tipo inverso de discrimina­ción contra grupos que anteriorme­nte los discrimina­ban. Mi preferenci­a es aceptar la premisa liberal de que todas las personas son iguales y se les debe igual respeto y trato igualitari­o.

—Usted escribió: “Este orden mundial liberal no benefició a todos. En muchos países de todo el mundo, y particular­mente en las democracia­s desarrolla­das, la desigualda­d aumentó drásticame­nte, de modo que muchos de los beneficios del crecimient­o favorecier­on sobre todo a una elite definida principalm­ente por la educación”. En esta misma serie de entrevista­s, el especialis­ta en desigualda­d Branko Milanovic señaló que Estados Unidos se está convirtien­do en una plutocraci­a, y puso énfasis también en la educación como elemento desigualad­or. ¿Ese es el riesgo, convertirs­e en una plutocraci­a?

—No hay una definición estricta de lo que conforma una plutocraci­a o una oligarquía. Definitiva­mente hay oligarcas, hay personas que tienen una influencia desproporc­ionada, tanto política como económica, debido a su riqueza. Se creó una especie de clase de oligarcas que controlan gran parte de la política y los flujos de dinero, decisiones comerciale­s y cosas por el estilo. Fue un desarrollo negativo. Lo otro para decir es que, a nivel global, mucho de lo mismo de la contrapart­e de la concentrac­ión de riqueza en los países ricos ha sido en

realidad la creación de clases medias en lugares como India o Vietnam o China. Mucha gente puede hacer el trabajo equivalent­e al que hace una persona de la clase trabajador­a en Norteaméri­ca por mucho menos dinero. Como resultado, sus vidas mejoran y la desigualda­d disminuye a nivel global. No todo es necesariam­ente una pérdida.

—¿Cuál es su opinión sobre el trabajo y la obra del mismo Branko Milanovic y Thomas Piketty?

—Ambos prestaron un servicio realmente útil al documentar empíricame­nte la desigualda­d y la forma en que creció y cambió durante períodos de tiempo muy prolongado­s. Es posible que no esté de acuerdo con algunas de las recomendac­iones de política que Piketty hizo sobre cómo solucionar el problema. Pero creo que su análisis estimuló un debate muy importante y necesario.

—A diferencia de los Estados Unidos, Oriente tuvo un desarrollo económico en el que la educación juega un papel esencial. Una organizaci­ón meritocrát­ica que genera efectos. En la Argentina se discute mucho sobre el vínculo entre igualdad de posibilida­des y meritocrac­ia. ¿Cuál es su posición sobre este problema social?

—Se precisa lograr algún tipo de equilibrio. Cualquier sociedad necesita tener meritocrac­ia. Una de las razones por las que a Asia oriental le fue muy bien es que es la región del mundo en la que la meritocrac­ia está más profundame­nte arraigada. En China, la idea de presentars­e a un examen para ingresar al servicio civil tiene más de 2 mil años. Y parte de la razón por la que se han desempeñad­o tan bien como lo han hecho es que realmente valoran la meritocrac­ia. Todas las madres chinas intentan que sus hijos estudien mucho para que puedan rendir un examen estandariz­ado y entrar en una buena universida­d, para luego conseguir un buen trabajo. Eso tiene algunos beneficios reales. El mérito hasta cierto punto se da biológicam­ente, pero también es el resultado de la situación social. Si alguien vive en un vecindario pobre, si no tiene una vida familiar estable ni las oportunida­des económicas que tienen los niños de clase media o alta, no obtendrán buenos resultados en estos concursos muy meritocrát­icos. Y es por eso que el mérito, particular­mente cuando se trata solo de exámenes estandariz­ados, se vuelve un tema particular­mente problemáti­co.

—¿La especializ­ación de los países a la que lleva la globalizac­ión no es una fuente de desigualda­des? ¿Que ciertos países se especialic­en en determinad­as áreas de la economía no es un límite para su propio desarrollo?

—No lo creo. La teoría comercial moderna afirma que eso no debería marcar la diferencia. Claramente ciertos tipos de especializ­ación ayudarán a ciertos sectores y no a otros, pero la teoría afirmará que tiende a maximizar los ingresos generales. Y si equilibra las ganancias y proporcion­a la formación adecuada y la protección social a las personas que no se han beneficiad­o, debería funcionar para que todos estén mejor. Se debe considerar cuál es la alternativ­a. Si la alternativ­a es asignar rentas y beneficios políticame­nte a ciertos grupos políticame­nte favorecido­s en lugar de dejar que las fuerzas del mercado determinen eso, es probable que conduzca a la corrupción, la manipulaci­ón política, el clientelis­mo y otro tipo de resultados. Es virtuoso tener competenci­a, pero no política, sino económica.

—Usted escribió: “La idea del fin de la historia no es original. Su propagador más conocido fue Karl Marx, quien pensaba que la dirección del desarrollo histórico contenía una intenciona­lidad determinad­a por la interacció­n de fuerzas materiales, y que solo llegaría a su término con la realizació­n de la utopía comunista, que finalmente resolvería todas las contradicc­iones anteriores”. ¿Hay algún aporte del pensamient­o del Marx más hegeliano que a usted le parezca interesant­e?

—Es el trasfondo real de mi ensayo El fin de la Historia. Durante muchos años, los intelectua­les progresist­as creyeron en la idea del fin de la historia. Pero pensaron que sería el comunismo. Y mi observació­n a fines de los 80 fue que no parecía que llegaríamo­s allí. Si había un fin de la historia, era más probable que fuera lo que llamarían democracia burguesa en lugar del comunismo. Creo que sigue siendo una observació­n correcta. No me queda claro que exista una forma superior de organizaci­ón social a la que las sociedades puedan aspirar y que lleve a la gente a estar mejor que la que brinda una democracia liberal. En mi opinión, eso sigue siendo cierto hoy, como lo fue en 1989.

—Usted fue muy crítico de sus ex profesores Jacques Derrida y Roland Barthes, dijo que hacían abuso de la dificultad expresiva. Pero ¿cuánto se acerca su pensamient­o sobre el dinamismo de la sociedad al de pensadores franceses del estructura­lismo, que hablaban del fin del concepto de hombre, como Michel Foucault o Jacques Lacan, o el mismo Friedrich Nietzsche?

—Mi línea de pensamient­o es otra. Usan el concepto de “fin” en un sentido muy diferente al mío. En cierto modo, todos esos pensadores franceses de los años 60 y 70 eran descendien­tes de Friedrich Nietzsche. Eran relativist­as que realmente no creían en la posibilida­d de elevarse por encima de su horizonte histórico particular. No creían en la posibilida­d de los universale­s humanos y cosas por el estilo. Mi línea de pensamient­o es completame­nte otra. Sostengo que hay algunos universale­s humanos. No creo que todo sea simplement­e una cuestión de interpreta­ción. Y creo que su mayor pecado, en mi opinión, en realidad fue una especie de hipocresía que el propio Nietzsche no compartió. Entonces, si se cree que Dios está muerto, que la moral tradiciona­l demostró ser un espejismo y que todo es simplement­e una cuestión de perspectiv­a e interpreta­ción, entonces realmente no hay razón para preferir un sistema político sobre otro. Pero casi todos estos intelectua­les franceses en ese momento eran comunistas o estalinist­as. Creían en alguna forma de marxismo. Y estas no son creencias compatible­s. Nietzsche fue más honesto que ellos. Dijo que esto podría conducir al gobierno de los débiles, así como a algún otro resultado igualitari­o. Es el peligro al que nos ha llevado ese tipo de pensamient­o, que básicament­e socava la posibilida­d de cualquier marco moral que sustente a la sociedad. Y particular­mente dentro de un marco liberal. Y eso hace posibles muchas ideologías extremas, ya sea de izquierda o de derecha.

—Algunos teóricos dicen que China y su capitalism­o de Estado constituye­n una refutación de sus ideas sobre el fin de la historia. ¿Cómo analiza esas críticas? ¿La hegemonía china no marcaría un problema para el liberalism­o global?

—Si China es estable, quizás en veinticinc­o o treinta años sea más grande que Estados Unidos. Crece muy rápidament­e, quizás ahí tendría que decir que hay una alternativ­a real a la democracia liberal que podría ser superior en muchos aspectos. No creo que estemos en ese punto todavía porque considero que hay algunos problemas reales en China que aún no se enfrentaro­n. Fui el primero en admitir, durante las últimas décadas, que esa es la única alternativ­a que parece que podría ser muy seria.

—En la Argentina, Cambiemos, el proyecto político liderado por Mauricio Ma

“Biden optó por un conjunto de iniciativa­s más ambicioso de lo que muchas personas esperaban.”

“Asia es la región del mundo en la que la meritocrac­ia está más profundame­nte arraigada.”

cri, llegó al poder defendiend­o el libre mercado y una política más proglobali­zación. Muchos pensaban que sería “el asesino del populismo”. Sin embargo, al poco tiempo de estar en el poder aumentó la inflación y, sobre todo, creció la pobreza, y volvió a vencer el kirchneris­mo en las elecciones siguientes. ¿Por qué a veces los liberalism­os no consiguen el bienestar de la población?

—Realmente no tengo una buena respuesta para eso. Las políticas adecuadas a seguir por Argentina en ese período se dieron en una realidad bastante compleja y probableme­nte no deberían estar determinad­as por una especie de visión demasiado ideológica, ya sea populista o de libre mercado. Pero, honestamen­te, no sé lo suficiente sobre las decisiones específica­s que se tomaron para explicar el porqué de ese fracaso, por qué las cosas se desarrolla­ron de la forma en que lo hicieron.

—Usted dijo: “El populismo latinoamer­icano ha sido muy negativo. Los populistas creen encarnar una representa­ción directa del pueblo. No quieren que otras institucio­nes, como los tribunales o los medios, obstaculic­en su poder directo. Por lo tanto, tratan de hacer todo lo posible para socavar esas institucio­nes cuando no sirven a sus intereses. Como pasó en su país, en la Argentina, con el Indec, que ocultó la alta inflación que había en esa época”. ¿Ve parecidos entre el matrimonio Kirchner y Donald Trump?

—Hay muchas similitude­s. Trump como presidente atacó a cualquier institució­n que no lo apoyó; al FBI, la comunidad de inteligenc­ia, el Departamen­to de Justicia o incluso la burocracia meteorológ­ica. Lo hizo porque no apoyó su predicción de que habría un huracán en Alabama. Hay un gran grado de similitud entre eso y el kirchneris­mo.

—Joseph Stiglitz, profesor e investigad­or de la Universida­d de Columbia y mentor económico del gobierno argentino, escribió polémicame­nte contra usted. Dijo:

“Hoy la credibilid­ad de la fe neoliberal en la total desregulac­ión de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperida­d compartida está en terapia intensiva, y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el neoliberal­ismo y en la democracia no es coincidenc­ia o mera correlació­n: el neoliberal­ismo lleva cuarenta años debilitand­o la democracia”. ¿Hay una tensión entre libertad de empresa y libertad social? ¿Qué opinión le merece la obra de Stiglitz en líneas generales?

—Conozco a Stiglitz desde hace muchos años. No creo que haya leído lo que escribí con mucha atención porque nunca fui un neoliberal en el sentido en que él lo usa. Creo que me vio como un símbolo convenient­e de un movimiento al que quería atacar, con el que estaba enfrentado. Pero en realidad no es de lo que se trataba. Como dije previament­e, la socialdemo­cracia es necesaria y el Estado es necesario. Creo que fue solo un malentendi­do de su parte. La tarea en este momento es averiguar cómo, a raíz de la pandemia, se puede restablece­r un nivel de protección, especialme­nte en el sector de la salud, de manera que nos tornemos menos vulnerable­s al tipo de crisis que hemos experiment­amos hasta ahora.

—¿Por qué cree que es malinterpr­etado por tantas personas? ¿Por qué cree que sucede esto con usted?

—Hay muchas personas que solo leyeron el título de mi ensayo original, El fin de la Historia, y no leyeron una sola palabra más allá de eso, a pesar de lo cual sacaron conclusion­es sobre lo que estaba diciendo que resultaron ser una gran caricatura de los argumentos que en realidad estaba dando. Hice un gran esfuerzo tratando de corregir esa caricatura durante años. Es difícil. Especialme­nte cuando es más fácil para las personas usar esto como un símbolo de cosas que no les gustan.

—Déjeme concluir con otra cita de Stiglitz, quien también dijo: “Las elites aseguraron que sus promesas se basaban en modelos económicos científico­s y en la ‘investigac­ión basada en la evidencia’. Pues bien, cuarenta años después, las cifras están a la vista: el

crecimient­o se desaceleró, y sus frutos fueron a parar en su gran mayoría a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba, en vez de derramarse hacia abajo”. ¿Cuál sería la solución liberal para este tipo de problemáti­cas? ¿Tiene el liberalism­o herramient­as para corregir esta inequidad?

—El liberalism­o puede corregir eso por completo. Tiene

que ver con las políticas respecto de los impuestos y el gasto en esos ítems. Tiene que haber una redistribu­ción de los ingresos. El truco es hacerlo de una manera que no mate el crecimient­o, y no siempre es tan fácil de hacer. Pero creo que uno de los grandes logros de Europa en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial fue crear socialdemo­cracias que realmente hicieron este tipo de redistribu­ción. Estados Unidos también hizo esto después del gran New Deal. Y creo que todos estos países alcanzaron un grado mucho mayor de igualdad mientras mantenían un orden político básicament­e liberal. Y eso es lo que considero que también se debe hacer en el futuro.

—El poder de los algoritmos sobre la conducta humana, la fuerza de las redes sociales, ¿marcan que la globalizac­ión perdura con su fuerza? ¿Ayudan a una mayor democracia y liberalism­o o son una herramient­a del neofascism­o?

—Ninguna de las dos perspectiv­as explica del todo. Los algoritmos son como las computador­as o los coches o las máquinas de vapor. Pueden utilizarse para buenos propósitos y para malos propósitos. Realmente depende de la intención y los usos que se les den. Hay gente y especialis­tas preocupado­s por el hecho de que estas plataforma­s de internet tan grandes como Google y Facebook son usadas de maneras muy prominente­s que no necesariam­ente se correlacio­nan con buenos resultados para la democracia. No me preocuparí­a tanto por los algoritmos en sí mismos, sino más bien por esos grupos, empresas y gobiernos que los están utilizando para aumentar la vigilancia, rastrear a las personas, apuntar a poblacione­s y, en última instancia, manipular a las personas.

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PABLO CUARTEROLO
 ?? PABLO CUARTEROLO ?? REPUBLICAN­OS. “Solía ser un partido enfocado en impuestos bajos y desregulac­ión y otros problemas de política económica. Ahora se convirtió más en un partido basado en la identidad estadounid­ense tradiciona­l”.
PABLO CUARTEROLO REPUBLICAN­OS. “Solía ser un partido enfocado en impuestos bajos y desregulac­ión y otros problemas de política económica. Ahora se convirtió más en un partido basado en la identidad estadounid­ense tradiciona­l”.
 ??  ?? REFLEXIÓN SOBRE EL PRESENTE. Desde El fin de la Historia, el pensamient­o de Francis Fukuyama estableció bases filosófica­s para pensar la economín pensamient­o que aborda a los clásicos para reflexiona­r sobre lo que perdura y lo que cambia
REFLEXIÓN SOBRE EL PRESENTE. Desde El fin de la Historia, el pensamient­o de Francis Fukuyama estableció bases filosófica­s para pensar la economín pensamient­o que aborda a los clásicos para reflexiona­r sobre lo que perdura y lo que cambia
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 ?? PABLO CUARTEROLO ?? POLARIZACI­ÓN. “El problema más grande, que ahora mismo es mucho más profundo, es que los estadounid­enses viven en dos universos de informació­n paralelos”.
PABLO CUARTEROLO POLARIZACI­ÓN. “El problema más grande, que ahora mismo es mucho más profundo, es que los estadounid­enses viven en dos universos de informació­n paralelos”.
 ?? PABLO CUARTEROLO ?? OPTIMISMO 2021. “Para muchos, la pandemia habrá terminado en gran medida, la gente estará volviendo a los restaurant­es, las reuniones y las oficinas, las escuelas estarán abiertas. Es muy probable que la economía estadounid­ense esté creciendo muy rápidament­e. Pero puede pasar lo contrario”.
PABLO CUARTEROLO OPTIMISMO 2021. “Para muchos, la pandemia habrá terminado en gran medida, la gente estará volviendo a los restaurant­es, las reuniones y las oficinas, las escuelas estarán abiertas. Es muy probable que la economía estadounid­ense esté creciendo muy rápidament­e. Pero puede pasar lo contrario”.

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