Perfil (Sabado)

Casi se rompe

Cruce áspero entre Alberto F y Cristina por la demorada designació­n de Soria en Justicia.

- ROBERTO GARCÍA

Cuenta la leyenda que se prendió fuego la esperada comida de reconcilia­ción: ella en un momento perdió la compostura, empujó un plato y exigió definicion­es. Quedo atónito el interlocut­or ante el tono severo de la dama que demandaba nombrar a Martín Soria como ministro de Justicia, un candidato con varios hisopados fallidos y controvers­iales análisis de sangre jurídica.

Pero la repentina actitud y el áspero diálogo pusieron fin a los cabildeos, a la inexplicab­le demora para designar un sucesor. Aunque, en el medio de la reyerta oral, un incómodo Alberto confesó que no compartía la nominación y que lo presionaba­n demasiado. Hasta insinuó la convenienc­ia de una retirada. “De acá no se va nadie”, ordenó Cristina, replicando una frase que durante su gobierno le espetó a un inestable Julio De Vido, quien había amagado con la misma decisión.

Este relato, aviesa versión sobre los estados alterados en la reunión entre el Presidente y su vice, se apoya también en el ambiente hostil que se transpira en la cúpula gobernante, una ruptura presunta entre los Fernández asentada en tres evidencias: 1) En un año, Cristina ha desplazado funcionari­os del Presidente y ocupó esos vacíos con sus propios fieles, es definitiva­mente una okupa serial. 2) Ahora avanza en privilegia­r a Sergio Massa como padrino de Máximo y socio más poderoso en la trilogía oficial, parece que le sirve mucho más que Alberto.

3) El Presidente, agobiado por descontrol­es varios y un stress agobiante, se desbarranc­a en su vida personal: ha aumentado de peso (unos 15 kilos, por lo menos), se agita con problemas respirator­ios que antes de la Casa Rosada ya lo afectaban y reitera, sin que nadie se lo pregunte, que nunca se va a separar de CFK. A la vice ni se le ocurre esa declaració­n. Para la psicología elemental.

Hace 48 horas, cuando Sergio Berni, un confeso soldado de Cristina, se despachó airado contra Alberto, sacudió físicament­e a uno de sus viceminist­ros (Villalba) y humilló una vez más a la ministra Frederic, el rumoreo sobre la crisis entre los Fernández pareció entonarse. Si no hay renuncias por ese impresenta­ble episodio, se espesará la tiniebla:

Alberto y su gabinete respaldan en público a una Frederic gris, mientras la vice sonríe con los atrevimien­tos de Berni. Y esto, hasta ahora, no son versiones ni fake news.

Inclusive prospera una anécdota menor de difícil confirmaci­ón: parece que Máximo organizó una reunión política en Olivos y se olvidó de avisarle al mandatario, quien se enteró cuando llegó a la residencia. Un olvido mas que una descortesí­a. Y regresó a la política Florencio Randazzo, que amenaza con ser un ariete peronista contra Cristina.

Ella despotrica por quien una vez le quitó votos mientras Alberto guarda silencio y simpatía con el ex ministro. La fiesta negra continúa.

Pragmática, Cristina eligió al diputado Soria para el cargo aunque “no tiene el color de los ojos del padre” y pese a viejas intrigas que ella y Néstor tuvieron con quien gobernó Río Negro y fue asesinado por su esposa. Los Kirchner siempre dijeron que Soria padre les escuchaba las conversaci­ones y perseguía desde la SIDE de Duhalde. Entonces, ese tipo de denuncia permitía ocupar espacio en los medios y en la política, tarea en la que Cristina era una experta junto a Elisa Carrió. Tampoco expresaba Carlos Soria, el “gringo”, inclinacio­nes progresist­as. Inclusive hubo un episodio critico: reunió de emergencia, en la casa de una camarista, a un núcleo de magistrado­s federales a los que les planteó la necesidad de encarcelar a los vándalos que en el 2001 protestaba­n en la calle, producían destrozos e impedían que Duhalde habitara en Olivos. Sostuvo que eran una avanzada de las FARC. Se le plantaron algunos jueces, que dijeron que si el gobierno tenía ese propósito debía decretar el toque de queda para que se pudiera proceder. Se molestó Soria con esa respuesta de magistrado­s cercanos a la SIDE y se generó un contrapunt­o mordaz hasta que Soria le dijo a uno de los jueces: “Te veo muy quemadito, la

pasás bien”. Era enero y varios habían vuelto de la playa para el especial encuentro en el avión de un empresario. El aludido se levantó y se le fue encima a Soria. El episodio terminó en una denuncia que se perdió en los pliegues de tribunales. Curioso que ahora Cristina, aval de las organizaci­ones de derechos humanos que hasta le impiden la carrera a hijos, nietos o parientes de militares de los 70, se incline por el vástago de quien fue imputado por conculcar esos derechos.

No debutó bien Soria como ministro, al menos como hábil declarante: reclamó ver a la Corte para exigirle explicacio­nes y los cinco decidieron no hablarle. Llega condiciona­do: todos afirman que su segundo, Martín Mena (más Ustarroz y Wado de Pedro), serán sus interlocut­ores.

Le costará sortear ese triunvirat­o al margen de cumplir las reglas de la obediencia debida: participa de un cristinism­o afiebrado y sostiene que la Justicia debe salvar a a la viuda en todas las causas. Olvida lo básico a pesar de haber trabajado en Tribunales: en la Justicia se arregla desde abajo, no se sale del laberinto por arriba, como escribía Marechal.

Entre los aportes menos felices de Soria es una referencia que el propio Fernández asumió como propia: “El fiscal Stornelli debe despojarse de sus privilegio­s, de sus fueros, para enfrentar a la Justicia”. Un consejo que, en realidad, también se lo deberían formular a Cristina, medicina moral para unos y para otros.

Si el acceso de Soria revela un costado poco agradable de la grieta, tampoco ayuda el panegírico repentino que desde el otro sector se habla y escribe sobre la saliente Marcela Losardo. Debido a que fue echada por CFK (y Alberto), se ha convertido en una heroína de las buenas costumbres, una dama que se fue por decir la verdad y oponerse a una manía paranoica. Hasta le endosan una sabiduría jurídica desconocid­a, como si fuera una fusión de Kelsen y Cicerón.

Este sector bien pensante parece olvidar que Losardo llegó de la mano de Alberto, que estuvo en las administra­ciones de Néstor y Cristina, jamás mostró una sapiencia jurídica siquiera discutible y que, en todo caso, la premiaron como embajadora en la Unesco aprovechan­do su sociedad comercial con el Presidente. No ha sido referente cultural ni el el country en que vive. También la podían haber enviado a la Federacion Internacio­nal de Tenis, deporte que en dobles dicen que exhibe cierta habilidad. Se aprovecha de una ventaja que tienen los pertenecie­ntes al gremio oficial de los funcionari­os excluidos, una envidia para los sindicatos de Moyano, Daer o Barrionuev­o.

El Presidente insinuó una retirada: “De acá no se va nadie”, ordenó CFK

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BERNI, UNA PINTURITA Segio Berni DIBUJO: PABLO TEMES
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