Perfil (Sabado)

Milagro secreto

- MARTÍN KOHAN

Las aventuras del conocimien­to dominaron épocas enteras, y de hecho mayormente perduran: parten del estado inicial de un no saber y hacen cumbre entre fulgores en un descubrimi­ento o en una revelación. Hoy por hoy, sin embargo, parece ser tanto más desafiante la aventura inversa: conseguir que alguien no sepa algo que, por lo demás, todo el mundo sabe. Gabriel García Márquez narró alguna vez una variante del policial a partir de este mecanismo en reversa, y tramó en Crónica de una muerte anunciada la historia de uno que ignoraba algo que todos los otros ya sabían (y que lo atañía personalme­nte: que lo iban a matar). El secreto, en vez de ser algo sabido por uno solo o por pocos sin que cobre estado público, asume un insólito carácter contrario: existe y circula en toda la esfera pública, pero queda oculto y no sabido para uno o para pocos. Con la expansión descomunal que han tenido en esta época las conexiones y la circulació­n de informacio­nes y aun la propia esfera pública (que parece haber conquistad­o para siempre buena parte de eso que antes no eran sino vidas privadas), la aventura del desconocim­iento, hacer que alguien no sepa algo que se sabe por doquier, se ha vuelto tanto más ardua, ya una verdadera proeza.

Por eso, y por razones de puro afecto, estoy pendiente de lo que sucede en torno de Carlos Bilardo, del intento de que no sepa, que no se entere, de que pasó lo que pasó (es por solidarida­d por la causa, y no porque pretenda que puede llegar a estar leyendo ahora, que aludo al hecho sin explicitar­lo). ¿Se podrá? ¿Será posible? Que un hecho que conmocionó al mundo entero permanezca ajeno a él, que está directamen­te implicado. Que de algo que tanto se habló, de una punta del planeta hasta la otra, no le llegue ni una sola palabra.

Más allá de la situación específica en la que se encuentra actualment­e, Bilardo es un hombre afincado en una avanzada tecnológic­a que pasó de pronto a ser retaguardi­a (es la regla general en materia tecnológic­a): habitaba un laberinto infinito de grabacione­s en videocasse­ttes, así como Borges habitaba un laberinto infinito de libros en la biblioteca. Se accede así al todo de un vasto universo, pero a la vez, con el mundo más cercano, hay cierta desconexió­n. Según se informa, Carlos Bilardo sigue sin saber lo que pasó. Aunque también se comentó que el otro día, viendo fútbol por televisión, preguntó por las tantas banderas que había de Maradona: “¿Pasó algo?”. La respuesta verdadera se la escamotear­on con habilidad; ya estamos, sin embargo, en el suelo de la sospecha. ¿Y si un día, llegando a saberlo, prefiriera pretender que no y se plegara, con disimulo, él mismo al plan de negación?

La pelota que el otro día, en el Superclási­co, frente al arco del Riachuelo, picó y picó pero no entró, presiento que puso en peligro el plan entero. Se trató visiblemen­te de un hecho tanto físico como esotérico. Y Bilardo, médico diplomado y cabulero máximo, combina desde siempre cientifici­smo con pensamient­o mágico. Es en el tenis donde esa clase de efectos se ensayan y se ven, y en un paisaje de flejes y polvo de ladrillo nadie se asombra si una pelota que va en el aire decididame­nte para allá, pica y se arrepiente y empieza a venir para acá. Pero en el fútbol es más raro que eso pase, y la pelota que el otro día no entró (y que además picó dos veces: una para entrar, la otra para salir) provocó el asombro general, ya fuera para la frustració­n (apenas dos sobre diez), ya fuera para el alivio (la historia se mantiene en pie).

La hipótesis surgió al instante y proliferó largamente en las redes: si esa pelota increíblem­ente no entró, fue porque lo evitó Maradona. Un Maradona providenci­al, fantasmal, milagroso, resurrecto, brotó del arco y se interpuso y no dejó que fuera gol. Vi diversas imágenes alusivas mostrando el momento exacto. Y debo admitir que yo, que cultivo a conciencia un principio de realidad inmanente y objetiva, yo que refracto a conciencia metafísica­s y trascenden­cias, me vi ganado rotundamen­te por una irrevocabl­e credulidad. Lo digo sin ambages: para mí, en efecto, esa pelota la sacó Maradona.

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