Perfil (Sabado)

El papa del sur del sur

Con Francisco, la Iglesia Católica reconoce el protagonis­mo de las periferias, lo que acelera el paso a una Iglesia global, con una configurac­ión institucio­nal policéntri­ca.

- CARLOS MARÍA GALLI*

De 1968 a 2018 la Iglesia de América Latina ha completado su ingreso progresivo en la historia mundial. El 22 de agosto de 1968 Pablo VI fue el primer papa que vino a América Latina; el 14 de octubre de 2018 Francisco, el primer papa latinoamer­icano, canonizó a Pablo VI.

En el cónclave de 2013 las periferias del orbe apareciero­n en el corazón de la urbe. Por primera vez se eligió un papa del fin del mundo, lo que ocasionó un terremoto enorme. Los desplazami­entos subterráne­os de placas tectónicas mueven algunos pilares y requieren nuevas construcci­ones. Nos cuesta interpreta­r la onda larga de un proceso abierto del cual somos contemporá­neos.

El 19 de marzo se cumplieron ocho años del comienzo del pontificad­o de Francisco. Es el primer Sucesor de san Pedro surgido de América Latina y hace presente en la Santa Sede el estilo de esta comunidad regional. Este papado reformador hunde sus raíces en la figura singular del jesuita Jorge Mario Bergoglio y en su arraigo en el proyecto pastoral de la V Conferenci­a General del Episcopado de América Latina y El Caribe celebrada en el santuario de Aparecida en Brasil.

América Latina. La figura de esta Iglesia es una novedad histórica, que adquiere un relieve mayor con el pontificad­o actual. Ella maduró entre luces y sombras durante cinco siglos y afianzó su rostro con el proceso de latinoamer­icanizació­n llevado a cabo en la segunda mitad del siglo XX por las iglesias agrupadas en distintas conferenci­as nacionales de obispos y por el servicio de comunión brindado por la Santa Sede y el Consejo Episcopal Latinoamer­icanocelam.

El regionalis­mo caracteriz­a nuestra Iglesia, que reúne a veintidós episcopado­s desde México hasta el Cono Sur. Esta comunidad regional ha hecho una recepción situada de la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II (19621965). Ese proceso comenzó en la conferenci­a de obispos realizada en la ciudad de Medellín (1968) y prosiguió en las sucesivas asambleas celebradas en Puebla de los Ángeles (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).

Este papado está relacionad­o con la reunión de Aparecida. Allí Bergoglio presidió la comisión de redacción del documento conclusivo. Ayer él contribuyó con el mensaje de Aparecida; hoy Aparecida le ayuda a cumplir su misión. Ha tomado algunas de sus grandes líneas y las ha relanzado de forma creativa para impulsar la reforma misionera de la Iglesia. Así se verifica lo anunciado ya en 1973 por el historiado­r uruguayo Alberto Methol Ferré: “La chance de la renovación mundial de la Iglesia pasa por América Latina y eso nos carga con una grave responsabi­lidad”.

El Viento del sur. El Espíritu de Dios sopla como una fuerte ráfaga de viento desde el sur global. En 1910 el 70% de los bautizados católicos vivía en el norte y el 30% en el sur.

En cien años se produjo una inversión en la composició­n geocultura­l del catolicism­o. En 2010 el 32% vivía en el norte y el 68% en el sur: 39 en América Latina, 16 en África, 12 en Asia, uno en Oceanía. Hoy, dos de cada tres católicos viven en África, América Latina y Asia. De 2013 a 2020 aumentaron un 6% y pasaron a ser el 18% de la población mundial. El mayor crecimient­o se está dando en África.

Hace cuarenta años las iglesias del llamado tercer mundo estaban a las puertas. Con Francisco cruzaron el umbral y están en el centro de la Casa de Dios. Este proceso acelera el paso a una Iglesia efectivame­nte mundial. Luego de un primer milenio signado por las iglesias orientales y un segundo dirigido por la iglesia occidental, se vislumbra un tercer milenio revitaliza­do por las iglesias del sur en una renovada catolicida­d intercultu­ral. Presidida en el amor por la iglesia de Roma, se consolida una configurac­ión institucio­nal, cultural y pastoral policéntri­ca.

El eje político-cultural del intercambi­o mundial se movió durante siglos en torno al Mar Mediterrán­eo y, después, alrededor del océano Atlántico, teniendo en Europa el centro de irradiació­n. Los primeros cinco siglos de América Latina giraron en esa órbita. Sin dejar esos escenarios, el siglo XXI va girando hacia el Pacífico. Sus dos grandes orillas son América y Asia. En la modernidad los jesuitas colaboraro­n a evangeliza­r ambos continente­s, que han tenido un destino histórico diferente. Hoy, urge avanzar tanto en la nueva evangeliza­ción de América como en el diálogo evangeliza­dor con las religiones de Asia. El papa jesuita nació en la Argentina, en el Sur de América. Cuando era joven quería ser misionero en Japón. Siempre ha dirigido su mirada a China.

Con Francisco la Iglesia Católica reconoce el protagonis­mo de las periferias. Esta novedad se une a la larga crisis del eurocentri­smo eclesial. Este papado comenzó a reducir asimetrías institucio­nales entre iglesias del norte y del sur. Nombró nuevos cardenales en los pueblos más pobres, de Haití y Burkina Faso a Etiopía y Vietnam. No visitó solo países de gran población católica, como Brasil, México, Filipinas, Estados Unidos, Polonia, Colombia. Fue a países de minoría católica o en conflicto como Sri Lanka, Armenia, Bangladés, Madagascar, Marruecos, Tailandia, Irak.

La revolución de la ternura. Amor y misericord­ia son dos nombres de Dios. La fe bíblica confiesa al Dios que es rico en misericord­ia. Jesús revela el rostro del Padre Misericord­ioso. Francisco repite que el cristianis­mo inició la revolución de la ternura. Él gestó esa expresión mirando a La Piedad. En sus mensajes navideños como arzobispo de Buenos Aires contemplab­a la imagen del Niño Jesús y afirmaba que Dios es ternura. La encíclica Fratelli tutti presenta el modelo del Buen samaritano como aquel que se inclina ante la herida del otro. La misericord­ia es el principio hermenéuti­co de este papado, como se advierte en su política para la protección de menores. Une compasión, ternura y cercanía, mostrando al cristianis­mo como una plenitud de humanidad.

Con este Obispo de Roma la Iglesia latinoamer­icana, siendo una periferia, se convierte en un polo de irradiació­n. Durante mucho tiempo fue un reflejo; hoy se ha vuelto una fuente que desborda hacia otras iglesias sin pretender centraliza­r. Francisco mira la realidad del mundo con los ojos de la fe profunda y la espiritual­idad sencilla de los más humildes del Pueblo de Dios. Tiene un estilo pastoral marcado por la cercanía en el trato y la gramática de la simplicida­d. El código Francisco trasmite la fe mediante una cultura afectiva y habla por las encíclicas de los gestos. Comunica el mensaje por una predicació­n que halla el lugar de su palabra en los ojos del pueblo cristiano.

La alegría luminosa de la fe. La Iglesia existe para evangeliza­r. Francisco la convoca a avanzar sinodalmen­te, a recorrer el camino de la conversión pastoral. Su proyecto se resume en la frase: Sueño con una opción misionera capaz de transforma­rlo todo. El sueño es la expresión de un deseo profundo. En su exhortació­n “Querida Amazonia” invita a cuatro sueños: social, ecológico, cultural y eclesial. Su último libro-entrevista se titula Soñemos juntos, más allá de la pandemia.

La alegría es una clave de su pontificad­o. Los títulos de sus documentos contienen esa palabra u otras asociadas: La alegría del amor; Alabado seas; La alegría de la verdad; Alégrense y exulten; Todos hermanos. La Iglesia contemporá­nea desea volver siempre al corazón del Evangelio,

que es una buena noticia. El discurso inaugural de Juan XXIII en el Vaticano II se llamó “Alégrese la madre Iglesia”. La carta magna de ese Concilio es la constituci­ón “Gozo y esperanza”. En 1974 Pablo VI exhortó a los cristianos diciendo: “Alégrense en el Señor”. En 1975, su testamento pastoral se tituló “El anuncio del Evangelio”. La exhortació­n decisiva de Francisco, llamada “La alegría del Evangelio”, reúne dos palabras centrales de aquellos documentos del papa italiano. En las conversaci­ones de cardenales previas al cónclave que lo eligió, Francisco repitió tres veces una frase de Pablo VI que mueve a guardar la dulce y confortado­ra alegría de evangeliza­r.

La encíclica que Francisco escribió a cuatro manos con Benedicto XVI se llama “La luz de la fe”. Allí describe la alegría de la fe como la luz de una lámpara que guía nuestros pasos en la noche señalando, apenas, lo que basta para andar. A veces la fe se parece a la luz de un faro grande que cubre desde lo alto el cielo, la tierra y el mar. Habitualme­nte es como una pequeña antorcha que acompaña el paso vacilante en medio de la oscuridad. Cuanto más oscura es la noche, más se percibe el brillo de una pequeña llama. Francisco invita a soñar con grandeza y actuar con humildad. En Jesús Dios, el más grande, se hizo el más pequeño, del pesebre a la cruz. Hoy el Resucitado muestra que el amor es más fuerte que la muerte y la fraternida­d es más grande que el fratricidi­o.

La alegría es una clave de su pontificad­o. La alegría luminosa de la fe

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FOTOS: AFP Y CEDOC PERFIL
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AMAZONIA. La protección de la “casa común” del planeta es uno de los ejes del mensaje que el pontífice argentino enfatiza.
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APARECIDA Y FRATELLI TUTTI. En su trabajo misionero usa ideas de ese cónclave de obispos. Y en encíclica presenta el modelo del Buen samaritano como aquel que se inclina ante la herida del otro.

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