La Irlanda rural en un romance saturado de clichés y candor
ARosemary cuando era niña su padre le dijo que era como un cisne blanco: nadie podría detenerla en lo que eligiera en la vida. A Anthony, su vecino, no le ocurrió lo mismo. Su padre lo ignoró desde niño, nunca supo ver sus valores. Rosemary y Anthony son la pareja romántica de esta “travesía familiar”, ambientada en la campiña irlandesa, que ideó John Patrick Shanley, en homenaje a su familia irlandesa-estadounidense. El film es una adaptación del autor, sobre su pieza teatral Outside
Mullingar, estrenada en Broadway en 2014.
Shanley que tiene logros en cine como La duda (2008) y
Hechizo de luna (1987), muestra una influencia de Eugene O´neill en su guión, que lo acerca a Viaje de un largo día hacia la noche, por su entramado de situaciones intensas, oscuras, con sentimientos que marcan un límite y van definiendo el carácter de los personajes. La historia se refiere no solo al transcurrir de la vida. De esos tiempos en los que parece no suceder nada y lo cotidiano está marcado por esperas en las que se cocinan a fuego lento las desilusiones, mientras se cantan viejas canciones irlandesas.
El conflicto está centrado en el padre de Anthony, Tony Reilly (magistral interpretación de Christopher Walken), el que a sus 75 años está pensando en dejar su granja a su sobrino que vive en Nueva York, en lugar de su hijo que lo atiende y lo cuida, pero cuyo comportamiento, retraído y tímido, le parece poco confiable para preservar el legado familiar.
La historia abre una amplia elipsis entre la niñez y la adultez de Rosemary y Anthony. La que abarca desde imágenes turísticas, de esas codiciadas tierras desoladas irlandesas, con sus verdes intensos, sus ríos y sus llanuras, hasta el devenir de las dos familias. El día a día de ambos núcleos humanos por instantes se colorea de ilusiones que se diluyen en la frustración, el hastío y hasta el resentimiento. Aunque Rosemary conserva la leve esperanza de que algún día el esquivo Anthony le declare su amor. Y éste que se considera un perdedor, aclarará su situación en el tramo final, en un crescendo admirablemente contado y casi surrealista.
Con un Jon Hamm, como el primo, que no ha podido quitarse de encima los tics de su Don Draper, de Mad Men; la enorme y siempre eficaz Emily Blunt (La chica del tren), que logra un nervio que no se da en casi todo el film, y un poco estoico Jamie Dornan –el ex Christian Grey de Cincuenta
sombras–, ofrecen un duelo actoral que emociona y permite no hacer zapping.