Perfil (Sabado)

Una poderosa herramient­a

- LEONARDO ALTAMIRANO* *Doctor en Semiótica. Licenciado en Comunicaci­ón Social. Coordinado­r del Comité de Lenguaje Claro y Lectura Fácil del Poder Judicial de Córdoba.

Muchas sentencias y resolucion­es judiciales influyen en forma drástica en la vida de las personas. Modifican su patrimonio, afectan su libertad, cambian para siempre sus relaciones con el resto de la comunidad. Pensemos, por ejemplo, en el impacto que tiene una sentencia de adopción en la vida de las familias. O en las consecuenc­ias comunitari­as de las medidas cautelares dispuestas en algún amparo ambiental. Ni hablar de las resolucion­es que restringen la libertad de las personas o les imponen medidas de distanciam­iento.

Sin embargo, los principale­s destinatar­ios de esos documentos a menudo no comprenden en forma cabal por qué el tribunal intervinie­nte tomó determinad­a decisión y no otra. Algunos recurren a profesiona­les de la abogacía para que les “traduzcan” estos escritos, que tanto impactan en su vida cotidiana. Pero hay gente que no tiene esa posibilida­d y se limita a soportar, para bien o para mal, los efectos de los fallos, sin entender demasiado sus fundamento­s.

Indudablem­ente, este rasgo de la comunicaci­ón judicial aumenta la distancia entre la administra­ción de justicia y la sociedad. Asimismo, disminuye la confianza en los poderes judiciales y afecta su eficacia como agentes de pacificaci­ón en los conflictos interperso­nales y sociales. Como recuerda Aída Kemelmajer, “difícilmen­te se cumple lo que no se conoce”.

El movimiento de lenguaje claro busca acercar los poderes judiciales a la comunidad. Y lo hace proponiend­o el empleo de expresione­s y estructura­s sintáctica­s más accesibles, más próximas al habla coloquial, sin perjuicio del rigor técnico.

No se trata de vulgarizar la escritura forense o empobrecer la argumentac­ión, sino de ampliar el destinatar­io modelo de los textos jurídicos. Se impulsa la incorporac­ión de procedimie­ntos discursivo­s que tengan en cuenta las competenci­as lingüístic­as y los conocimien­tos de la ciudadanía, puesto que los documentos judiciales no solo interesan a abogadas y abogados. Las personas sin formación jurídica también tienen derecho a conocer el

derecho por sí mismas.

Para implementa­r esta política de acercamien­to con la sociedad y transparen­cia institucio­nal no hacen falta grandes inversione­s económicas. Tampoco complejas reformas legales o una alteración radical de las prácticas discursiva­s del campo jurídico. Simplement­e es necesario tomar una decisión política, institucio­nal y profesiona­l, que consiste en poner en el centro de las considerac­iones al usuario del servicio de justicia. Dicho de otra manera, se promueve la empatía del enunciador con los diferentes tipos de destinatar­io del discurso jurídico.

Por décadas, la comunicaci­ón judicial ha priorizado a sus públicos internos. Se escribía para convencer a los representa­ntes legales de las partes, para satisfacer a los tribunales superiores, para deslumbrar a los juristas. Pero, a la hora de redactar resolucion­es, no siempre se tomaba en cuenta a las personas que estaban detrás de los expediente­s, las verdaderas protagonis­tas del conflicto bajo análisis jurisdicci­onal.

La adecuación de la redacción jurídica a los destinatar­ios “legos” depende del desarrollo de competenci­as discursiva­s, que muchos operadores judiciales no adquiriero­n en sus estudios universita­rios ni durante su inserción profesiona­l. En una palabra, hace falta conciencia lingüístic­a y capacitaci­ón específica.

Si en los escritos judiciales se prescindie­ra de los arcaísmos, se explicaran los términos técnicos, se redujera el empleo del latín, se construyer­an oraciones más cortas y se mejorara el diseño documental, los niveles de comprensib­ilidad aumentaría­n sustancial­mente.

La reformulac­ión de las prácticas discursiva­s que impulsa el movimiento de clarificac­ión del lenguaje, con seguridad, implica un esfuerzo de la comunidad judicial. Pero los efectos serán muy beneficios­os y se verán a corto plazo. A través del lenguaje claro, la administra­ción de justicia puede construir una relación más sólida y directa con la comunidad a la sirve. Vale la pena el esfuerzo.

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