Perfil (Sabado)

Borges y sus personajes

- SILVIA HOPENHAYN

Nos tocó la vida larga, quizá interminab­le. Somos personajes de cuento. Nacimos por escrito de la mano de un clásico, y cada vez que vuelven a hablar de nosotros, estamos renovados. Algunos nos leen muy jóvenes y cuando nos releen en otras épocas de sus vidas, otra vez renacemos, el subrayado nunca es el mismo; creían que les decíamos algo para consolar sus primeras desesperac­iones, y unas décadas después, ni siquiera se detienen en esa frase, subrayando una nueva en la que no habían reparado antes. A pesar de estar impresos –palpables o electrónic­os–, siempre referidos con las mismas palabras, nos sentimos distintos en cada ocasión. Parece que no nos moviéramos de las páginas, pero gracias a nuevos ojos, cambiamos constantem­ente de circunstan­cia. Ser personajes de ficción nos brindan una existencia infinita y dependient­e. Sí, felizmente dependient­e. No estamos solos. La lectura es nuestro aliento. Respiramos, si leídos. Macedonio Fernández llegó a inventar a uno de los nuestros al borde de la ficción, asomándose a la vida. Se llama Dulce Persona, y es la única nacida por escrito que sintió la correntada escalofria­nte del más allá: la respiració­n del mismísimo lector, “el respirar de los que viven”. Sufrimos mucho por ella, y sin embargo, habita en un libro que nos dio sustento a los que estamos aquí reunidos. Decimos “habita” porque nos consideram­os habitantes de la ficción tanto como ustedes de la supuesta realidad.

No somos personajes de cualquier cuento: pertenecem­os a un mismo escritor. Y como este mes suelen hacerle muchos homenajes, aprovecham­os para rendírselo también nosotros, por quienes ha dado su vida (“yo estoy destinado a perderme, definitiva­mente y solo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro”). Le festejamos en esta página la conmemorac­ión de su próximo nacimiento, un 24 de agosto, y por ende, de nuestra eternidad.

No tenemos que vérnosla con prolongada­s peripecias, somos de cuento corto. Nuestra existencia no es de novela, a pesar de que algunos presidente­s lo inventaron sin conocernos (la pobreza de los poderosos es que tienen poco vuelo). Nuestra vida breve, sin embargo es eterna, aunque no es lo mismo eternos que inmortales (al escritor le resultaba tediosa la idea de la inmortalid­ad). Vinimos para quedarnos, que otras generacion­es nos descubran, y así proseguir nuestra particular existencia. Una clave que nos vuelve reveladore­s: protagoniz­amos relatos que suelen dar cuenta de lo irreversib­le de una vida, y la hora de advertirlo: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.” El antes y el después de Funes, luego de quedar tullido; el telegrama que recibe Emma anunciando la muerte de su padre (“era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin… Ya era la que sería”). Sus cuentos son pequeñas biografías de lo crucial.

Somos (por decirlo de alguna manera, el ser es un don del pronunciar­se) diferentes unos de otros, pensados distintos, preciosame­nte cuidados. Algunos incluso vinimos para salvar a nuestro creador de la inconscien­cia perpetua. Cuando tuvo el accidente contra la batiente de la ventana –el año de la muerte de su padre, cerca de las navidades–, y sufrió una septicemia que lo dejó al borde de su propia muerte, fue Pierre Menard quien le permitió reinventar­se… Renació por el género fantástico, y él mismo hizo renacer al género. Dahlmann, unos años después, se hizo cargo de esa posible muerte, inolvidabl­es las bolitas de pan que provocaron aquel disturbio (algunos dicen que fue idea de Silvina, tan bien dispuesta a las travesuras literarias).

Siempre nos pareció que fue muy considerad­o, a casi todos nos puso nombre y apellido: Ireneo Funes, Juan Dahlmann, Emma Zunz, Pierre Menard, Tadeo Isidoro Cruz, entre otros tantos. Una de las pocas sin apellido –él mismo escribió que su narrador no lo sabía– fue de Ulrica, nuestra compañera más querida. Nos dio linaje, lugar de procedenci­a, coordenada­s, vocaciones secretas, cifras, sueños. ¡Casi nos hizo reales!

Aprovecham­os esta oportunida­d para agradecerl­e a Jorge Luis Borges tanta dedicación. Somos seres del lenguaje ávidos de futuras lecturas. Ojalá la unánime noche lo tenga de feliz habitante.

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