Perfil (Sabado)

MEMORIAS DEL VIEJO GASÓMETRO

EL RECUERDO DEL ESTADIO DE AVENIDA LA PLATA EN ESTA HISTORIA NARRADA POR PABLO CALVO, EL PERIODISTA FANÁTICO DEL CICLÓN QUE FALLECIÓ HACE TRES MESES.

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Jorge Romano podía tocar el Gasómetro con las manos. Sí, vivía debajo de la tribuna, donde termina la calle Muñiz, y desde su terraza podía acariciar el cielo rayado. Es un periodista de setenta y tres años, multipremi­ado por sus entrevista­s a científico­s y por el aporte a la educación de sus programas de televisión, pero antes que nada es hombre de barrio. Por su valentía y buen decir, se convirtió en uno de los guardianes más enfáticos de los derechos de San Lorenzo sobre las tierras que fueron ocupadas por la multinacio­nal Carrefour. “Si tuviera que elegir un recuerdo de los vividos en el Gasómetro, profesor, ¿con cuál se quedaría?”. La pregunta lo transporta al pasado. Jorge todavía vive allí, en la misma casa donde un día subió a la terraza y el estadio ya no estaba.

Por eso alza los brazos, con si buscara palpar la madera que envolvía sus sueños juveniles. Tiene los ojos cerrados, pero no importa, porque el momento buscado aparece:

”Fue el 15 de agosto de 1981, el día que nos fuimos a la B. Sí, fue ese día. Volvíamos en silencio de la cancha de Ferro, en caravana. Caminamos con mi hijo las últimas ocho cuadras hombro con hombro, dolor con dolor. Él no tenía consuelo y yo no sabía cómo consolarlo. Mi señora le preparó la leche y a mí, mate cocido. Nadie hablaba.

“El viento, de repente, trajo un murmullo lejano. Me asomé a la terraza, porque creí que alucinaba. Pero el viento me acercó más palabras. Y el eco las traía hacía mí como las olas dejan en la costa tesoros del mar.

”Sentí que los ruidos venían del Gasómetro. Sí, veintiún meses después del último partido oficial que se había jugado allí, el estadio volvía a insinuar sus melodías.

”Mi hijo lloraba, porque pensaba que San Lorenzo iba a desaparece­r. Sin cancha, en la B, saqueado, ¿cómo iba a sobrevivir? Y yo, un hombre que vive de las palabras, no sabía cuáles pronunciar.

”Decidí tomarlo de la mano y correr a contravien­to, en busca de ese murmullo que se filtraba por los tablones. Muñiz, Las Casas, avenida La Plata, la puerta de la cancha estaba abierta, entramos, fuimos hacia la tribuna, por la boca rectangula­r que invitaba a pasar, llegamos, y ahí vimos lo increíble: quinientos o seisciento­s hinchas lloraban emocionado­s, preparados para soltar el último aliento.

”Y fue entonces cuando se produjo el milagro. Sí, fue ese día, 15 de agosto de 1981. Los hinchas comenzaron a saltar, los tablones sabían de qué se trataba y se hicieron trampoline­s de las palabras que dejaban de estar atragantad­as. ”Nunca me sentí tan hincha de San Lorenzo como ese día. Porque en un momento, antes del anochecer, la gente cantó: ‘Ciclón, Ciclón, solo es un año. Te vamos a seguir, adonde quieras ir’. ”Los quinientos o seisciento­s hinchas le demostraba­n a mi hijo que San Lorenzo jamás iba a morir. Fue el día del Himno Inmortal a la Camiseta.

”Mirá que yo vi el andar principesc­o del Coco Rossi, las definicion­es certeras de Sanfilippo, los cinco goles del Bambino a Boca (no le cobraron uno pero valía), el miedo de los que formaban la barrera cuando el que pateaba era Scotta. Y mirá que Los Carasucias me volvían loco y que Los Matadores eran majestuoso­s… pero yo me quedo con ese día compartido con mi hijo, la antesala de la resurrecci­ón en 1982. Fue el día de la fidelidad, en el que pudimos transforma­r el dolor en esperanza, y la tristeza, en un sereno instante de felicidad”. En el Gasómetro, Romano conoció el amor de Isabel, su compañera de toda la vida. Ella había nacido en esa casa, debajo de la tribuna. Iban los dos a la pileta, ella hacía patinaje, él jugaba al bowling. Y en las noches de luna llena, cuando el estadio desapareci­ó, subían juntos a la terraza para esperar la resurrecci­ón.

Y ahí están, al abrigo de un recuerdo, muy cerca del sueño. Tan cerca que, si alzan las manos, lo pueden tocar.

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IMAGEN: JUAN SALATINO

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