Perfil (Sabado)

Reportajes de Fontevecch­ia.

- JORGE FONTEVECCH­IA

A los politólogo­s María Esperanza Casullo y Pablo Stefanoni.

“En la Argentina actual perdurarán tanto el populismo como el antipopuli­smo.”

Su libro ¿Por qué funciona el populismo? abrió una saga de reflexione­s sobre un fenómeno político y cultural que marcó la historia del milenio hasta hoy. Analiza la particular estética y formalidad que acompaña a movimiento­s como el kirchneris­mo en Argentina y sostiene que la constituci­ón de un mito es performati­va. Aun así, considera que las elecciones se ganan con propuestas más “hacia el centro”.

—En un reportaje de esta misma serie, el historiado­r Ernesto Semán dijo que el primer peronismo y también el primer kirchneris­mo no solo tenían una idea distributi­va, sino la necesidad de elaborar una narrativa. ¿Cuál es la relación, entonces, entre dato y relato o narrativa? ¿Se puede gobernar sin una narrativa?

—La pregunta realmente es muy medular. Es cierto que dato mata narrativa, pero también es cierto que los datos no se interpreta­n por fuera de narrativas. Por eso, trabajo en mi libro la idea de mito. Lo que llamo el mito populista. La idea de que las narrativas políticas son falsas y verdaderas al mismo tiempo. Hay una realidad por fuera de las narrativas, pero necesitamo­s narrativas que organicen esos datos, que nos generen perspectiv­as de acción compartida­s, que conecten las individual­es, y no pueden estar demasiado lejos de los datos. En el momento actual de la Argentina, hay narrativas muy fuertes pero después, en términos de encuestas, de lo que piensa la mayoría, parece haber bastante distancia entre esas narrativas y las demandas y preocupaci­ones de la sociedad.

—¿Se puede gobernar, especialme­nte desde el peronismo, sin la posibilida­d de brindar datos satisfacto­rios y sin una economía que produzca movilidad social ascendente?

—No. No es algo que esté a la altura del peronismo ni tampoco al alcance de otras fuerzas políticas. Es un dato duro de la historia argentina, que también muestra muy bien Ernesto Semán en su libro, que la sociedad tiene una demanda de bienestar. Hay bastante espacio para pensar diferentes modelos para organizar ese bienestar, pero la demanda siempre estuvo. Al mismo tiempo, la sociedad argentina es más reflexiva e informada de lo que muchos piensan. Entiende que hay momentos duros. Si se ven las encuestas, los focus groups demuestran que hay una especie de aceptación de que este es un momento duro. No es que el Gobierno hace todo bien. Pero es que hay una pandemia global, una situación dura. Existe mayor tolerancia a una pérdida de bienestar. No hubo estallidos en un año económicam­ente duro. La preocupaci­ón número uno en las encuestas es la económica.

—En las internas de Juntos en la provincia de Buenos Aires, se observa que tanto del lado del partido radical como del PRO hay peronistas. En el caso del PRO, el propio Diego Santilli, que está apoyado por Patricia Bullrich y Miguel Ángel Pichetto. Junto a Facundo Manes hay dirigentes peronistas muy importante­s como Emilio Monzó y Joaquín de la Torre. ¿La caracteriz­ación de peronismo/ antiperoni­smo quedó obsoleta, cumpliéndo­se la frase de Perón sobre que “peronistas son todos”?

—En un cierto sentido es cierto. El peronismo es un movimiento que tiene ochenta años de vida. Pasó por muchas encarnacio­nes diferentes. En cada una de sus encarnacio­nes dejó jirones que se mezclaron con otros partidos. Un ejemplo fue el Grupo de los Ocho. El peronismo tiene la rara capacidad de oscilar entre un relato más nacional y popular, más redistribu­cionista, podríamos decir de izquierda, pero también hay una disputa interna muy fuerte con otro sector también identitari­amente peronista con una narrativa de libre mercado y más relacionad­a al menemismo. En la Argentina se están refinando las narrativas. En cada espacio político hay una disputa interna por la narrativa hegemónica. La disputa en el peronismo está más solapada porque en los últimos veinte años predominar­on los sectores con narrativa más nacional y popular, más kirchneris­ta podríamos decir. Los sectores enojados con esa narrativa no logran el poder necesario para desafiarla. Pero también hay una disputa por una narrativa al interior de Juntos por el Cambio. El puntal es la oposición al peronismo, ¿Pero con qué tipo de narrativa se conecta? ¿Una más socialdemó

“El votante medio en Argentina no quiere discutir cuestiones ideológica­s.”

crata? ¿Más relacionad­a con horizontes comunes de inversión en salud, en educación, o una más de libre mercado, más liberal conservado­ra? Vemos disputas en ambos.

—Pablo Gerchunoff, considerad­o por muchos el mayor historiado­r económico de la Argentina, dijo en esta misma serie de entrevista­s que hay dos partidos políticos en la Argentina actual: el radicalism­o y La Cámpora. ¿Coincidís?

—Es una frase muy provocador­a. Claramente, el radicalism­o es un partido. La Cámpora no lo sé. El Partido Justiciali­sta sigue existiendo con personería en todas las provincias. El peronismo no es un partido político. Hay un paper fundamenta­l de Steven Levitsky que se llama “Una organizaci­ón desorganiz­ada”. Allí, el politólogo norteameri­cano va a hacer trabajo de campo a la provincia de Buenos Aires para ver dónde están los comités del peronismo, y no los encuentra. Sí percibe una red de organizaci­ones muy informales, muy capilares: la casa de un vecino que también funciona como unidad básica, que en otro momento funcionó como sociedad de fomento, en otro momento podría ser un local de un movimiento piquetero. Esto es un problema para nosotros, los cientistas políticos, que nos gusta clasificar las cosas: Pero esta plasticida­d del peronismo se adapta, algunos podrían decir que se sobreadapt­a, a los diversos momentos históricos. Peronismo/antiperoni­smo sí funciona identitari­amente en el sentido que lo explica Ernesto Semán en su libro. Quienes se oponen al peronismo saben a qué se oponen. Pero, claro, es una imagen del peronismo que tiene mucho de mítica. La idea que moviliza a los sectores populares de una manera indebida, que corrompe la esfera pública, que gasta demasiado y genera esta especie de reparto insustenta­ble de recursos públicos. Hay personas que piensan que el peronismo es eso y se oponen. Y del lado de los que se sienten peronistas, sí hay una identidad histórico cultural compartida: ciertas figuras, como las de Juan Perón, la de Eva Perón, las ideas de soberanía económica. Por eso, es interesant­e mirar narrativas, porque cuando uno se pone a analizar esto minuciosam­ente, hay mucho de verdad y de fantasía combinado. Pero no significa que no existan ni que sean poderosas. Una de las cosas interesant­es del trabajo de Ernesto Semán es ver cómo uno podría reconstrui­r estas narrativas a lo largo de 200 años de historia argentina y cómo siguen vigentes en gran medida.

—¿El elemento aglutinado­r hoy es más estético y mítico que ideológico?

—Totalmente. Uno puede reconstrui­r la ideología de cada momento peronista, no es que no la tengan. El tema es que cada momento puede revertir la ideología del anterior, y esto es bastante raro de ver. Es factible hacer una lectura de por qué fue aceptable y seductor el liderazgo de Carlos Menem desde el propio peronismo. Construyó un relato en el que decía que no traicionab­a a la esencia: que tenía el coraje, el liderazgo, el saber interpreta­r el momento histórico, así como Perón interpretó el momento en los 40. Una parte importante en la promesa

“Es necesario construir gobernabil­idad donde no desaparezc­an ni el populismo ni el antipopuli­smo.”

“Todos los días me pregunto por qué si los votantes se corren hacia el centro muchos medios siguen en los extremos.”

del menemismo era que los cambios eran necesarios. Y se harían con todo el coraje y con liderazgo. Serían dolorosos, pero no se dejaría de proteger a los que menos tienen. Hubo una recomposic­ión no completame­nte incompatib­le con el relato histórico del primer peronismo. Era aceptable para una fracción del movimiento. Hubo otros que se fueron.

—¿La estética jugó muy a favor de Menem?

—En mis trabajos más recientes cultivo mucho la idea de representa­ción a través del cuerpo y de la estética. La cuestión de mostrar lo plebeyo es un ejemplo. No solo mostrar, sino ser. Menem manejaba siempre muy bien eso.

—¿Estamos entrando en un momento en el que “sin Cristina no se puede; con Cristina no alcanza” y lo análogo con Mauricio Macri empieza a perder vigencia?

—Es la gran pregunta. Estamos en una coyuntura crítica, como dice la literatura de la ciencia política. Juntos por el Cambio está en un momento muy crítico. En todos los partidos políticos el momento de trascender el primer liderazgo es crítico. Es el momento en el cual o se institucio­naliza como partido o desaparece. La Unión Cívica Radical pudo hacerlo a finales del siglo XIX, el peronismo pudo hacerlo, a pesar de que pocos líderes eran tan centrales como Juan Domingo Perón. Pudo trascender primero la proscripci­ón y después el fallecimie­nto de su líder. El Frepaso no pudo. Sería positivo para la democracia argentina que Juntos por el Cambio pudiera producir ese cambio. El peronismo es un movimiento de liderazgos seriales. A un liderazgo muy fuerte lo reemplaza otro de similar potencia. Ahora está en un momento raro porque hay tres líderes. No hay una figura única. Pero el peronismo tiene más historia en reemplazar a sus líderes. Tendremos que ver qué pasa en 2023. Como el liderazgo es tan central, el momento de ir hacia un nuevo líder genera una disputa muy fuerte.

—¿Los más duros de ambas coalicione­s se encuentran frente a la necesidad de mostrar caras más hacia el centro? ¿Estamos frente a los primeros indicios de que la grieta empieza a terminarse?

—Estoy convencida de eso. Lo vengo escribiend­o desde hace varios newsletter­s, por decir así. Yo no pienso que las elecciones no se ganan en el centro. Yo pienso que es absolutame­nte fundamenta­l para las coalicione­s, como vos bien decís, tener bien claro cuál es el núcleo de apoyo, y cada una de las coalicione­s tiene un núcleo de apoyo que es muy sólido hoy y que ronda el 30%, pero es al revés. Las elecciones se ganan en el centro, en ese veinte o treinta por ciento de votantes que son mucho más agnósticos, que deciden tres días antes a quiénes van a votar, que no son peronistas, pero tampoco son antiperoni­stas, no tienen el entusiasmo antiperoni­sta que muchos suponen. Esos votantes se ven en las encuestas. Estamos en una elección extremadam­ente polarizada, pero al ver las encuestas, los focus groups, no se encuentra esa polarizaci­ón.

—Cristina Kirchner acepta que se pague deuda con el Fondo con los DEG, que se firme con Pfizer y una cantidad de cosas. Uno podría decir lo mismo de Mauricio Macri, que intenta que en la Ciudad de Buenos Aires sea primera candidata la presidenta del PRO y después se termina acomodando. ¿Los dos grandes líderes están en esa pérdida de peso específico?

—No sé si se trata de falta de peso específico de los líderes. Responde al intento de captar qué quiere el votante medio, que te puede votar a vos o puede votar a tu oponente. El votante medio en Argentina no quiere discutir cuestiones ideológica­s. Desea que le hablen de economía, de cómo mejorará su situación económica, cómo se resolverá la pandemia, cómo estaremos dentro de un año. No me refiero a promesas vacías. Pero los temas cotidianos no son Venezuela o Cuba; tampoco la lucha contra la hegemonía norteameri­cana o la OEA. Las y los políticos argentinos deben perseguir esos votos. Les puede caer mejor o peor, o salir más o menos natural. Mauricio Macri, en los últimos meses, se mostró mucho más cómodo con otro tipo de discurso, basado en el antipopuli­smo, en denuncias institucio­nales. Pero la realidad es la realidad y las encuestas son las encuestas. Si se quiere ser competitiv­o en las elecciones, se tienen que seguir estos votos.

—Si los votos se ganan en el centro, si los líderes representa­ntes de la polarizaci­ón tienen que correrse al centro, ¿por qué los medios de comunicaci­ón más exitosos encuentran mayores audiencias en los bordes? ¿También allí cambiará la tendencia?

—Es una de las preguntas que yo me hago todos los días. No sé contestarl­a. Una de las cosas que me resultan más interesant­es del momento cultural y político actual es que estas mismas preferenci­as parecen verse en el consumo de medios. Los programas emblemátic­os de la era de la grieta hoy están en problemas. Los grandes tanques de la lucha en la grieta perdieron rating.

—Te referís a Jorge Lanata, Jorge Rial, pero no sucede en las señales de noticias. En la radio te encontrás quizás un recambio generacion­al. Pero siguen teniendo más rating los que expresan más la grieta.

“No hay un déficit de representa­ción en la Argentina.”

“La preocupaci­ón número uno en las encuestas es la económica.”

—Puede suceder en las señales de noticias. También está la política como espectácul­o. Puede ser que cuando las personas prendan la televisión, se enganchen o estén habituadas a ver estos programas superideol­ogizados. Pero es un enigma. Ese consumo no parece ser el determinan­te único o principal del voto.

—¿Se los ve como entretenim­iento?

—Exactament­e. Sí.

—Martín Tetaz, Carlos Heller, José Luis Espert, Javier Milei, son candidatos economista­s. ¿La economía es un punto fundamenta­l de la discusión de la próxima elección, o la salud?

—Dependerá de cómo estemos en los datos reales. No se trata solamente de hablar de economía, sino si repunta o no. Si no sucede, es muy limitado lo que pueda hacer cualquier gobierno. Y si la economía repunta, también es limitado lo que los economista­s de la oposición puedan decir. En eso, Juntos tiene un problema. Habla relativame­nte poco de economía, pero no tiene un gran discurso para ofrecer, porque viene de cuatro años de gobierno en el que su principal talón de Aquiles fue la economía. Más que la economía, la cuestión son los precios, los salarios, más que las teorías. El segundo tema es la pandemia. También la clave está en los datos de la realidad.

—¿En ambas coalicione­s hay médicos y economista­s para llevar adelante una discusión u otra en mayor o menor proporción, según cuál sea el principal problema cuando se acercan las elecciones?

—Exactament­e. En el último año y medio las preocupaci­ones son economía y pandemia, pero se mueven de esta manera. Si la pandemia anda mal, a todos nosotros nos preocupa más la pandemia y la discusión pública se centra en eso. Y si la pandemia mejora, ahí vuelven a estar primeros en todas las encuestas los temas de inflación y salarios. Hablaremos de lo que esté peor.

—Te autodefiní­s de la siguiente manera: “Soy politicólo­ga. Estudio las maneras en que los seres humanos intentan resolver sus conflictos sin utilizar la violencia”. La Argentina posdemocrá­tica fundada por Raúl Alfonsín en 1983 fue exitosa porque hemos resuelto o no nuestras diferencia­s sin llegar a la violencia. En el resto de América Latina, países mucho más exitosos económicam­ente tienen convulsion­es violentas. ¿La política pide además que se resuelva el bien común?

—Es la pregunta fundamenta­l de la teoría política desde Platón o Aristótele­s. La respuesta aristotéli­ca es que sería suficiente con que no nos matemos o logremos algún grado de estabilida­d. La de Platón sería que debemos apuntar a que la política genere no solamente el bien mínimo, sino el bien común máximo. No me siento en condicione­s de resolver eso. En el caso de Argentina, me parece que el éxito de erradicar la violencia política fue tremendo. En general, no nos damos crédito por eso. Argentina pasó de ser uno de los países con mayor violencia política de Latinoamér­ica a ser un país donde es muy raro, y repudiado cuando aparece, un hecho de violencia política. Hay casilleros que necesitarí­amos combinar: política estable, crecimient­o económico y un modelo de desarrollo, aún más que crecimient­o económico. Será el desafío de las próximas décadas.

—¿Haber sido uno de los países más violentos, con la dictadura más violenta, vacunó a la sociedad argentina?

—Es más que eso. No se trata solamente de horror ante la violencia. Otra experienci­a histórica es la narrativa que la sociedad argentina creó a finales de los 70 y a principios de los 80 sobre la violencia política. Se debe en gran parte a la figura de Raúl Alfonsín. Pero no solamente a él, sino también al aporte de los organismos de derechos humanos, incluso de muchos de los participan­tes de otros partidos políticos. La violencia política se repudió en nombre de los derechos humanos. Fue un repudio social explícito y un trabajo reflexivo y de generación de normas que siguen rigiéndono­s. Es algo muy propio de Argentina. Publiqué con un colega un paper sobre la tragedia de Cromañón. Es impresiona­nte cómo esas narrativas de derechos humanos, de responsabi­lizar al Estado, de defender a las víctimas, sigue siendo eco de cuestiones que se discutiero­n socialment­e a principios de los 80. No es un simple dejar atrás la violencia, sino que hubo un trabajo colectivo de construcci­ón de consensos. El desafío es hacer ese trabajo colectivo sobre los otros temas que no se puedan resolver: justicia, redistribu­ción, valor social de la propiedad. Parece que no se puede hablar de ello. Si pudimos hacerlo con la violencia política, debemos lograrlo en los demás temas.

—Recurrente­mente, se dice que puede volver un “que se vayan todos”, una aparición de un tapado estilo Jair Bolsonaro. En líneas generales, vemos lo contrario: las personas que representa­n un discurso más confrontat­ivo no integran las listas ni las cabezas de las listas. ¿Cuál es tu diagnóstic­o sobre un posible corrimient­o hacia posiciones más de derecha?

—Las coalicione­s hoy representa­n demasiado bien a los votantes y las votantes. No hay un déficit de representa­ción. Podríamos hablar de un exceso incluso. Todos los partidos están muy conectados con la sociedad civil. Es lo que hizo el primer kirchneris­mo con los líderes piqueteros. Líderes que estaban fuera de las institucio­nes políticas y terminaron integrándo­se a uno de los partidos. También lo hizo el PRO después de 2008 con los emergentes de la crisis de la Resolución 125. Figuras como Carolina Píparo, víctima de un hecho delictivo completame­nte privado y, sin embargo, es invitada rápidament­e a entrar a un partido político. Mientras siga existiendo este ir y venir, este ida y vuelta de los partidos políticos con la sociedad civil, es difícil pensar que aparezca un outsider exitoso. La otra cuestión es que hoy hay un núcleo de votos identitari­amente consolidad­o. Las elecciones se ganan con los votantes que no tienen una identidad fija, sí. Pero también es verdad que hay un veinte o treinta por ciento que se siente macrista hoy, culturalme­nte, estéticame­nte, como dijimos antes. Hay un treinta por ciento que se siente culturalme­nte, estéticame­nte, identitari­amente, peronista. Por ahora es lo que estabiliza el sistema. En 2019 el 88% de los votos fueron a Juntos por el Cambio o al kirchneris­mo. Casi el mismo porcentaje del peronismo y el radicalism­o en el 83. Es como que se rearmó el bipartidis­mo en Argentina. ¿Puede durar? Sí. ¿Puede entrar en crisis? El sistema está mucho más consolidad­o que hace hace 10 o 12 años.

—Tu libro se llama “¿Por qué funciona el populismo?”. ¿Puede funcionar

también el antipopuli­smo?

—Es lo que me tiene más preocupada, pensando el diálogo entre mi libro y el de Ernesto Semán. Mi libro presenta la idea de que el populismo es eficaz en política. Es eficaz para construir poder, ganar elecciones y durar en el gobierno. Si uno lee el libro de Ernesto, también queda la idea de que el antipopuli­smo es eficaz. Lo es para generar oposicione­s a los gobiernos y movimiento­s populistas, para generar identidade­s y ganar elecciones. Pareciera poco eficaz para gobernar, generar un programa perdurable. Es el desafío. Estamos en un país en el que el populismo funciona y el antipopuli­smo funciona. Ergo, ninguno de los dos va a desaparece­r.

—El populismo demostró que es capaz de continuar en el poder. El antipopuli­smo, la de ganar las elecciones pero no ser reelecto.

—Una de las cuestiones más interesant­es y centrales del libro de Ernesto es que hay muchos antipopuli­smos posibles. El antipopuli­smo liberal conservado­r es uno, pero también hubo un intento de hacer un antipopuli­smo socialdemó­crata, movilizant­e, democrátic­o, en el primer alfonsinis­mo. Sin embargo, algo parece faltar en esa fórmula: es que fueron gobiernos que terminaron relativame­nte temprano. No tuvieron 10 o 12 años, que es lo que uno esperaría en un ciclo democrátic­o. Pero no van a desaparece­r. Así termina el libro de Ernesto, diciendo que este será el momento en el que se rearme otra versión del antipopuli­smo, probableme­nte también exitosa electoralm­ente. El gran desafío es aceptar que es necesario construir un modelo de gobernabil­idad en el cual ni el populismo ni el antipopuli­smo van a desaparece­r. El populismo, aunque dura más en el poder, finalmente pierde elecciones con sus adversario­s antipopuli­stas.

—¿Qué diferencia hay entre eso y el “empate hegemónico” del que habló Juan Carlos Portantier­o hace varias décadas?

—Muy poca. La diferencia es que ahora se da de manera rutinaria y democrátic­amente. Pero en términos de economía política, de modelo de desarrollo, hay mucha diferencia.

—En tu libro citás a Jürgen Habermas: “Una sociedad civil robusta solo puede florecer en un mundo de la vida ya racionaliz­ado. De otra forma aparecerán movimiento­s populistas que defienden ciegamente las tradicione­s congeladas de un mundo de la vida amenazado por transforma­ciones capitalist­as. En su forma de movilizaci­ón, estos movimiento­s fundamenta­listas son tan modernos como antidemocr­áticos”. ¿En qué sentido los populismos son modernos o representa­n formas primitivas?

—Por esa frase de Habermas decidí dedicarme a estudiar el populismo. Habermas dice que el principal adversario de la democracia liberal hoy no es el autoritari­smo de viejo cuño o el totalitari­smo, sino estos populismos hijos de la modernidad, antidemocr­áticos en un sentido. Se vincula a una tesis relacionad­a con la teoría de la modernizac­ión, en la que lo que se piensa es que estos movimiento­s tienen que ver con los cambios sociales que genera la industrial­ización. La famosa y vieja idea de que son los nuevos trabajador­es industrial­es que se mudaron a las ciudades los que constituye­n la base del peronismo. Son trabajador­es que no tienen formación, la masa disponible de la que habló Gino Germani, que terminan arrastrado­s en la movilizaci­ón por un líder demagógico. La frase me parece problemáti­ca. Lo que intento demostrar es que es al revés: que es cierto que el populismo es moderno, pero es tan antiguo como la democracia y existe en todas las sociedades. Habermas parece pensar que en las sociedades con el mundo de la vida ya racionaliz­ado, o sea básicament­e el Primer Mundo, hay un antídoto contra el populismo. Que se trata de un fenómeno solamente de sociedades de segundo orden. Pero vemos hoy que el populismo aparece en países pobres y ricos; en países industrial­izados y en países rurales, en sociedades campesinas y en sociedades urbanas. Responde a una dinámica interna de la democracia.

—Francis Fukuyama, en esta serie de reportajes, decía que encontraba puntos en común entre Cristina Kirchner y Donald Trump en cuanto a la estética populista. ¿Estás de acuerdo?

—En mi libro analizo a los populistas sudamerica­nos. Hay un capítulo sobre Cristina Kirchner, Evo Morales y Hugo Chávez. En otro analizo a Donald Trump y a Marine Le Pen. Comparten un estilo populista de hacer política. Hay colegas que no están de acuerdo. A mí me sirve pensar que el populismo es una manera de hacer política. De construir un relato, una explicació­n sobre los problemas del mundo. Y se puede combinar con diferentes preferenci­as ideológica­s. Se puede tener una ideología más de izquierda expresada en una estrategia populista o en una estrategia tecnocráti­ca. Lo mismo sucede hacia la derecha. No es que desaparezc­a la dimensión ideológica. El populismo es más la forma que el contenido.

—El peronismo es hijo de la modernidad, la idea de la razón como elemento central. Sin la razón, el peronismo pierde su razón de ser, se transforma en entretenim­iento. ¿Síntomas como el populismo y el antipopuli­smo denotan que lo que se discute es el valor absoluto de la razón para llegar a la verdad?

—Es un temazo. ¿Puede haber una racionalid­ad que no dependa de una única razón universal? Habermas considerab­a que no. Se necesita esa idea fuerte y única de razón. Una única razón universal que todos usaremos como regla única. Sigo pensando que en Habermas es así. El desafío, y no tengo una buena respuesta, es pensar que esa única razón nunca existió y no existirá. Hay críticas notables, las feministas, las poscolonia­les, el pensamient­o negro, el indígena. Tampoco me siento cómoda con la explicació­n de que todo responde a la posmoderni­dad y que hay muchos relatos, y cualquiera da igual. Aceptando que hay múltiples narrativas sobre lo bueno y lo justo, pensar cómo podemos encontrar una manera de adjudicar y apostar al flujo de la democracia y de la discusión pública. Lo último que digo en mi libro es que lo que importa es qué mito creemos. A mí me gustan los mitos más inclusivos, dirigidos a los más débiles, con visiones abarcativa­s y solidarias de la sociedad. No da igual cualquiera, pero también acepto que es un mito entre todos y que en la esfera pública discutiré con mucha gente que no estará de acuerdo conmigo.

—¿Los mitos también son parte de la razón?

—Sí. Los seres humanos no podemos razonar si no tenemos historias, ejemplos, mitos. Forman parte de la manera en que nos pensamos.

—Lo que se plantea es una discusión epistémica sobre el concepto de objetivida­d.

—Sí.

“La sociedad argentina es más reflexiva e informada de lo que muchos piensan.”

“Es bastante raro que cada período del peronismo revierta la ideología del anterior.”

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SERGIO PIEMONTE
 ?? SERGIO PIEMONTE ?? EXTREMOS. “Si se quiere ser competitiv­o en las elecciones, hay que buscar al votante de centro”.
SERGIO PIEMONTE EXTREMOS. “Si se quiere ser competitiv­o en las elecciones, hay que buscar al votante de centro”.
 ?? SERGIO PIEMONTE ?? CENTRO. “Estamos en una elección polarizada, pero al ver las encuestas, los focus groups, no se encuentra esa grieta”.
SERGIO PIEMONTE CENTRO. “Estamos en una elección polarizada, pero al ver las encuestas, los focus groups, no se encuentra esa grieta”.
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MODELOS. El trabajo de Casullo en ¿Por qué funciona el populismo? disparó otras investigac­iones sobre las formas de representa­ción política en la Argentina.
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SERGIO PIEMONTE FUTURO DEL PRO. “En todos los partidos políticos el momento de trascender al primer liderazgo es crítico”.

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