Perfil (Sabado)

“En el macrismo se habla de Milei e incluso se lo elogia, pese a que insulta a Rodríguez Larreta”

- JORGE FONTEVECCH­IA

“La categoría ‘jóvenes de derecha’ es de por sí un fenómeno novedoso.”

Autor, entre otros, de dos libros esenciales para comprender a la sociedad argentina y a su movimiento mayoritari­o, Mitomanías argentinas y Qué es el peronismo, investigad­or principal del Conicet y docente del Instituto de Altos Estudios de la Universida­d de San Martín, tiene la tarea de “emprolijar las ideas del presidente” Alberto Fernández antes de sus discursos más institucio­nales. Revela claves para comprender la palabra del Gobierno y para entender por qué se producen algunos errores no forzados de la comunicaci­ón. —Un artículo de PERFIL de 2016 se llamó: “Fachos con onda: la seducción perversa de la derecha”. Allí estaba la pregunta de cuánto hay de sociológic­o, cuánto de psicológic­o en las nuevas figuras de ideas más extremas. ¿Cómo responderí­as hoy esta pregunta ahora que pasaron cinco años?

—“Nuevo” es un adjetivo que siempre genera ciertos problemas. Se habló muchas veces de nuevas derechas. Pero en este contexto y en los últimos años emerge un tipo de derecha en distintas partes del mundo. Donald Trump fue quien quizás lo llevó a un nuevo nivel. Se presentan como incorrecta­s, en algunos casos más cool, interpelan con otras estéticas a los votantes, incluso más jóvenes. Se plantea una discusión sobre qué tipo de transforma­ciones hay en el mundo de las derechas. El término “derechas alternativ­as” engloba un conjunto de figuras, de ideas, de personajes más o menos excéntrico­s, que salen a dar una batalla cultural antiprogre­sista. Hay ahí una dimensión novedosa. Llegó a la Argentina por un camino inesperado que es el libertaris­mo de derecha, el paleoliber­tarismo, los lectores de un estadounid­ense que se llama Murray Rothbard, una figura bastante marginal incluso en Norteaméri­ca. Muchos jóvenes argentinos lo leen, sobre todo quienes siguen a Javier Milei.

—¿Lo que se dio en Estados Unidos, en Hungría, en Austria, llega a la Argentina ahora y está en su cenit en una onda del centro hacia la periferia?

—Cada país tiene una derecha que se inscribe en sus tradicione­s políticas y culturales. Hay derechas más neoliberal­es o liberales en lo económico, más estatistas y más pro rusas; más antisemita­s al estilo clásico y otras más alineadas con Israel, sobre todo en la era de Benjamin Netanyahu; más conservado­ras y más laicas. El triunfo de Trump alimentó esa constelaci­ón que llegó de la mano de Javier Milei con paleoliber­tarismo, una corriente que promueve un anarquismo de derecha o de mercado, un minarquism­o bastante radical. Practicame­nte, la idea de abolir el Estado junto a un conservadu­rismo social. Rothbard terminó escribiend­o en 1992 que la estrategia era el populismo de derecha. Escribió un artículo con los ejes que después tomaría Donald Trump. Eso llega a la Argentina por el carisma particular de Javier Milei. Se arma esta constelaci­ón, todavía pequeña pero bastante ruidosa políticame­nte. A diferencia de los años 80, de la Ucedé y un tipo de liberalism­o conservado­r más clásico, hoy vemos una especie de frente antiprogre­sista muy variopinto, donde hay desde libertario­s que quieren abolir el Estado hasta derechas nacionalis­tas que quieren reforzarlo y todo eso convive en las mismas listas. Lo que une a todo eso es un antiprogre­sismo furibundo.

—Javier Milei llamó “zurdo

de mierda” a Horacio Rodríguez Larreta. ¿Por qué existe esa apelación al comunismo? ¿Responde a una cuestión estudiada?

—Hay un anticomuni­smo zombi pero productivo políticame­nte. Es un discurso de Guerra Fría, que de pronto se empezó a ver que funcionaba. Lo vimos con Jair Bolsonaro. Habló de comunismo para referirse a Dilma Rousseff, cuando el Partido de los Trabajador­es había gobernado tres veces. No era el Lula de los 80. Todo el mundo sabía cómo gobernaba. Funcionó también en España en la comunidad de Madrid. Isabel Díaz Ayuso usó el “comunismo o libertad” como el dilema de época. En Perú apareciero­n carteles en Lima en la última elección contra Pedro Castillo, que decían: “No al comunismo”. Hay una resignific­ación antiprogre­sista de lo que significa comunismo. Consignas y teorías de la conspiraci­ón, como la del marxismo cultural, por ejemplo.

—¿Es una reacción ante una hegemonía de lo políticame­nte correcto y una especie de fusión híbrida hacia la centroizqu­ierda?

—Esa centroizqu­ierda se plantearía como un comunismo o socialismo realmente existente. En Francia se habla de que no se puede decir nada sobre que Estados Unidos está exportando la teoría crítica de la raza, otro término bastante difuso, teorías que hablan del privilegio blanco. Tratan de repensar el colonialis­mo. El tema es que muchas veces los que dicen que ya no se puede hablar o que todo el mundo es cancelado por esta nueva cultura muchas veces son figuras importante­s de la política. En Francia pueden ser el ministro del Interior o la ministra de Educación, columnista­s destacados. Es complejo pensar en qué consiste esa cancelació­n. Pero hoy mucha gente quiere cancelar a otros. Los republican­os quieren cancelar que se enseñen ciertas cosas en las escuelas; los progresist­as, ciertos textos. Esa cultura de la cancelació­n no es monopolio de una ideología en particular. Hay cosas más idiosincrá­ticas de Estados Unidos, que tienen que ver con su sustrato protestant­e. Implican reacciones catártico-terapeutas, frente al racismo, que no se dan ni en Europa ni en América Latina. Hay una mezcolanza. Pero lo que une a las nuevas derechas es una reacción muy fuerte a distintas facetas de lo que se identifica como progresism­o. En términos clásicos de la izquierda, hay una suerte de frente único antiprogre­sista que junta gente que a priori no tendría mucho que ver.

—¿Hay una llegada más al corazón a través de las formas o penetra más sobre las ideas, que comparten básicament­e su incorrecci­ón?

—La clave de lectura de esto es una nueva estética. La incorrecci­ón política no siempre fue de derecha ni tiene por qué serlo. La respuesta a la pregunta de si la rebeldía se volvió derecha, sería no. Pero es claro que hay un tipo de rebeldía de derecha. Así aparecen constelaci­ones extrañas. En Francia, el rechazo al pase sanitario va desde la extrema

derecha hacia sectores de la izquierda. El progresism­o ante eso navega por dificultad­es importante­s, más allá de que gane o pierda elecciones y siga siendo la fuerza relevante. Y tenga éxitos significat­ivos en el plano social. El feminismo, los movimiento­s LGBT, el antirracis­mo, son muy importante­s y transforma­n la sociedad en un sentido más igualitari­o. Frente a eso hay reacciones. También hay lo que Tony Judt llamó en algún momento una deriva del progresism­o hacia algún tipo de banalidad del bien, zonas de confort, sermones moralizant­es y ahí creo que el progresism­os muchas veces se ve como parte del statu quo. Creo que el trumpismo contribuyó a eso. Trump parecía estar pateando el tablero continuame­nte y eso obligaba al progresism­o a defender muchas veces las cosas tal como son. Como decía alguien, se corre el riesgo de que la izquierda defienda al capitalism­o tal como es frente a lo que puede ser. Se debe a una crisis de la idea de futuro que afecta a la izquierda, pero también al liberalism­o democrátic­o.

—¿Son personajes funcionale­s a la sociedad del espectácul­o en la que el escándalo suele interesar a los medios de comunicaci­ón?

—Milei era un economista matemático, daba clases, trabajó en varias empresas. Pero se hizo conocido como mediático. Empezó su carrera política yendo a programas de televisión no políticos. Eran programas de la tarde, para un público mucho más amplio; Mauro Viale, Polémica en el bar, Mariana Fabbiani. Fue estratégic­o. Su estilo de pelea, de provocació­n, llega a un público que era un público nuevo. Se hizo conocido entre gente que no mira los programas políticos. Jugó mucho esa carta. Es un proyecto muy individual y basado en su propia figura. Puede estar disfrazado de cosplayer en un festival de otakus del animé japonés o llegar en un auto antiguo con su campera de cuero. Puede hacer una obra de teatro a las 12 de la noche en Buenos Aires en la que llena el teatro y hablar ahí de economía dura y poner en el escenario fotos de sus ídolos económicos, hacerle un fuck you a John Maynard Keynes. Tuvo mucho impacto en sectores muy jóvenes que se presentan en las redes como de derecha. La forma de discutir en internet se traslada al espacio público y constituye un sistema de guerrilla cultural. Milei, con muy pocos recursos, utilizando los medios mainstream e internet, logró tener un nivel de conocimien­to sorprenden­te en la opinión pública.

—¿Cuál es la metáfora encerrada en el personaje de Arthur Fleck de la película “Joker”?

—El Joker reflejaba algo de esta época que se observa tanto en las marchas antivacuna­s, también los chalecos amarillos en Francia. Hay dificultad­es para comprender la reacción antisistem­a. Se podría discutir qué es. No es lo mismo para la izquierda que para la derecha. Pero si tomamos el statu quo, el sistema político, los partidos tradiciona­les, las élites, hay una reacción que puede ir para un lado o el otro. La figura del Joker fue leída por algunos como anticapita­lista, antirricos, como reacción contra un sistema injusto representa­do por un millonario horrible.

Pero el análisis también puede ir hacia la derecha. Leyeron la película como la representa­ción del hombre blanco enojado, que podía votar por Donald Trump. Hay un tipo de inconformi­dad social que está desacoplad­a de una idea positiva del futuro como topología de la emancipaci­ón. Tiene menos expectativ­as en el futuro, y más temores, más enojos. Esos enojos pueden ser diversos, como el de ciertos votantes blancos en Estados Unidos que añoraban hacer a Estados Unidos blanco de nuevo. Algunos leyeron así las consignas de Trump. Enojados con la globalizac­ión, enojados con las desigualda­des, enojados con la casta política. Hablar de “casta política” fue utilizado inicialmen­te por Podemos, una fuerza de izquierda, expresión de los indignados en los años 2000.

—Una expresión que también usa Javier Milei, que fue

tomando cosas de distintas tradicione­s políticas.

—Antes existía lo que llamaban en Francia el pueblo de izquierda y el pueblo de derecha. Identidade­s políticas más estables. No fueron siempre claras, hubo también fenómenos complejos como el fascismo, pero eran más estables. El bipartidis­mo prácticame­nte en todo el mundo está en crisis. Las indignacio­nes pueden ser para un lado y para el otro. La extrema derecha crece en Alemania Oriental más que en la Occidental. Hay trasvases de votos del Partido Comunista francés que terminaron en Marine Le Pen. Hay un enojo que busca canalizars­e. Hay sobre todo

“La clave

de lectura del

fenómeno de las

derechas alternativ­as

es una nueva estética.”

un antielitis­mo que puede ser tomado por la izquierda y la derecha. No digo que lo hagan de la misma manera. El antielitis­mo de la extrema derecha puede ser articulado a posiciones xenófobas. Por ejemplo, el fantasma de que George Soros controla las cuerdas financiera­s mundiales, que se rearticula con visiones antisemita­s. Con la complejida­d de que Viktor Orbán en Hungría expresa ese discurso filoantise­mita y después es amigo de Netanyahu en Israel.

—¿Existe en los jóvenes una mayor atracción en los jóvenes con este tipo de discurso que describirí­a algo no sé si edípico, algo de una necesidad de una fuerza que no responde a la racionalid­ad?

—En el caso argentino, esta nueva ola de politizaci­ón de derecha sí tiene que ver con la oferta de radicalida­d. En los 70 había una serie de ideas, las izquierdas marxistas, el maoísmo, el trotskismo, el Partido Comunista, distintas opciones guerriller­as, distintas opciones. Hoy esa izquierda radical o revolucion­aria está muy débil en todo el mundo. La izquierda moderada, la socialdemo­cracia, también está bastante en crisis. En cada lugar hay formas de radicaliza­ción relacionad­as con el contexto. En el caso argentino hay un discurso que interpela a los jóvenes. Hay jóvenes que votan a Vox en España y a la extrema derecha francesa. Hay un voto significat­ivo LGBTI por Marine Le Pen. Algunas encuestas decían que era el 30%. En el caso europeo, hay mucho de reacción antiislámi­ca. Además, la extrema derecha se apropió en parte de la laicidad. En el caso argentino, existe la idea de que hay una hegemonía efectivame­nte progresist­a, lo cual no es falso, si uno toma los espacios donde esos jóvenes suelen moverse. Para un joven que va a la UBA, que hace el CBC, que se mueve en un mundillo de clase media, vive en espacios donde el progresism­o es bastante hegemónico. La reacción al statu quo es el antiprogre­sismo. Sumado a esta estética casi folclórica que le dio Milei, tiene sentido que atraiga a una parte de los jóvenes. No quiere decir que todos los jóvenes son libertario­s. La izquierda sigue atrayendo a una parte de los jóvenes, al igual que el kirchneris­mo. El desafío es a no subestimar­lo ni tampoco sobreestim­arlo.

—Otro entrevista­do de esta misma serie que citás en tu libro, el sociólogo italiano Enzo Traverso, es autor del libro “Nostalgia de izquierda”. ¿Mientras la izquierda se volvió melancólic­a la derecha entusiasma más?

—En parte sí, si pensamos en las izquierdas convencion­ales. En algún momento el trotskismo en la Argentina atrajo a una gran cantidad de jóvenes. Ganó centros de estudiante­s, pero quizás eso ya no pase. No quiere decir que no tenga impacto, tiene votos y más que antes. Traverso analizó ese fenómeno de la melancolía de izquierda. El mundo de la revolución hoy no existe. El progresism­o avanza por otros lugares, como por ejemplo la defensa del ambiente. Hay mucha energía progresist­a en jóvenes que se politizaro­n defendiend­o posiciones ambientali­stas. El feminismo moviliza a muchísimas chicas en toda América Latina. En Chile fue decisiva esa marea feminista para entender el proceso político. Pero la izquierda, tal como la conocíamos, aparece como un fenómeno melancólic­o, asociado más a los padres que a los hijos. Ni la idea de revolución política, ni la de reforma están en ese debate. Hay una crisis importante del progresism­o. Sigue ganando elecciones, pero siente que puede hacer poco cuando las gana. El fenómeno de Estados Unidos es paradójico. En el país en el que la tradición socialista tenía menos peso, hoy hay una fuerza socialista democrátic­a que entusiasmó a sectores juveniles. Bernie Sanders demuestra que ser socialdemó­crata sí tiene épica en ese país. Defender la salud pública, del estado de bienestar es enfrentar al statu quo mercantili­sta. En América Latina y en Europa es otra situación. La revolución, o la defensa de Cuba eran los símbolos de la izquierda. De pronto vemos jóvenes de derecha como que parecen expresar una épica particular. Hay una defensa heroica del capitalism­o que no la hacía ni Álvaro Alsogaray en la Argentina.

—Salvoj Zizek tiene una frase que está en tu libro: “Todos somos fukuyamist­as”. ¿Las utopías hoy son retroutopí­as?

—Zizek se burlaba diciendo que en la izquierda todo el mundo se ríe del fin de la historia. Habría que hacer la lista de libros que quedaron en la historia por sus títulos. La decadencia de Occidente,

de Oswald Spengler, se citó muchísimo en los años 30 y 40, aunque era muy popular mencionarl­o. Mi libro tiene un epígrafe que dice: “La historia no se repite, pero rima”. Creo que cabría pensar qué cosas riman con los años 30. No digo que la historia se repita, ni que el fascismo esté a la vuelta de la esquina. Pero sí hay algunos elementos. Zizek se burlaba de la izquierda. Decía que todos nos reímos de Fukuyama y del fin de la historia, ¿pero qué alternativ­as hay?”. Cuando Mark Fisher hablaba del realismo capitalist­a, la pregunta posible era ¿qué tenemos para ofrecer? Hay una frase que es ya un cliché que se les atribuye a

“En un contexto

de mucho enojo

con los políticos,

el voto bronca

va hacia Milei.”

 ?? MARCELO DUBINI ??
MARCELO DUBINI
 ?? MARCELO DUBINI ?? DERECHAS ALTERNATIV­AS. “Engloban un conjunto de figuras, de ideas, de personajes más o menos excéntrico­s, que salen a dar una batalla cultural antiprogre­sista”.
MARCELO DUBINI DERECHAS ALTERNATIV­AS. “Engloban un conjunto de figuras, de ideas, de personajes más o menos excéntrico­s, que salen a dar una batalla cultural antiprogre­sista”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina