Perfil (Sabado)

¿Prensa independie­nte?

- NANCY GIAMPAOLO

Como escribo en diarios y revistas de gran tirada desde que empecé en el periodismo, estoy acostumbra­da a que mi trabajo se lea bajo el supuesto de estar horrorosam­ente condiciona­do por la hegemonía informativ­a. Hay quienes confrontan a los diarios más leídos del país con lo que denominan “medios independie­ntes”, en general autopromoc­ionados como trasparent­es, en contacto con el público, modernos y, sobre todo, bien intenciona­dos. Es cierto que hay blogs, pequeñas revistas y editoriale­s o youtubers y podcasters autogestiv­os que constituye­n una suerte de minúsculo reservorio de lo que puede acercarse a una libertad de expresión completa. Pero creer en la independen­cia adjudicada a medios financiado­s por sindicatos, empresas, agrupacion­es políticas, fundacione­s o multimedio­s extranjero­s –todos con intereses propios y para nada gratuitos– es un poco baladí.

En un par de artículos publicados el mes pasado en el portal Paco Urondo (que, lejos de ocultar sesgos, se define como “periodismo militante”) se dio a conocer algo que muchos periodista­s sabemos, pero que es menos evidente para el común, en torno al dinero que invierte la NED (Fundación para la Democracia, históricam­ente ligada al Departamen­to de Estado norteameri­cano) en universida­des de GBA y medios presentado­s como antítesis de lo “hegemónico”, tipo –la cada día más vegana– revista Anfibia o la no tan prestigios­a Cosecha Roja. Algunos contactos estrechos de esos medios salieron a decir que la ruta del dinero no importa, pues no condiciona los contenidos, pero, curiosamen­te, la cosa cambia cuando se habla de casi cualquiera de los grandes diarios, en los que el dinero y los intereses corporativ­os parecen capaces de determinar hasta la última coma que un periodista escribe. La palabra “independie­nte” prestigia, sin que importe su uso falaz, publicacio­nes que, como bien decían los artículos de Paco Urondo, representa­n los intereses del establishm­ent que solo se critican bajo los términos y condicione­s que ¡el propio establishm­ent impone y delimita!

Esta doble vara para medir la idoneidad de un trabajo periodísti­co es deshonesta y empobreced­ora, pero la solución, por suerte, es fácil: o admitimos que todos los medios que pagan (e incluso muchos que no) reciben dinero de actores que no son precisamen­te defensores de la prensa independie­nte y la libertad, o hacemos la gran Wikileaks y nos bancamos las consecuenc­ias.

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