Perfil (Sabado)

Energía y Economía: la necesidad de coordinar dos agendas

- RICARDO CARCIOFI* *Investigad­or invitado, IIEP FCE, Universida­d de Buenos Aires.

El panorama que presenta la energía en la Argentina actual plantea retos singulares. Sus límites exceden al sector e invaden a la economía. Las políticas de uno y otro ámbito requieren una estrecha coordinaci­ón que hoy está ausente. El punto de partida en el diagnóstic­o es claro: un proceso de declinació­n productiva de las fuentes de energía primaria provenient­e de los combustibl­es fósiles que ya lleva varios años, al que se suma la dificultad por ampliar la inversión en nuevas centrales de generación. La excepción es el desarrollo de energías renovables en años recientes. Este panorama energético se enmarca, a su vez, en el conocido cuadro de estancamie­nto económico que se remonta a 2011 y que se desenvuelv­e en el contexto de una inflación elevada, ausencia de crédito público, racionamie­nto de divisas, baja tasa de inversión y ausencia de creación de empleo privado.

De cara al futuro, la primera tarea es restablece­r la función de los precios energético­s, especialme­nte en petróleo y gas. ¿Qué ha ocurrido con frecuencia en el pasado? Que, si bien tanto el petróleo como el gas son bienes transables, los precios domésticos han perdido toda referencia con los valores internacio­nales. Esto explica que hayamos tenido un “barril criollo” cotizando 50% por encima del precio del crudo observado en los principale­s mercados. De la misma manera, los precios del gas en los últimos 20 años han fluctuado entre 1,5 y 7,5 US$ MBTU. Estos pronunciad­os vaivenes de los precios energético­s no se explican por los costos de producción sino porque han sido el resultado de definicion­es regulatori­as. Las mismas han intentado remediar situacione­s particular­es que afectan a los distintos actores: el sector privado, las provincias (titulares de los recursos del subsuelo y beneficiar­ias de las regalías), los consumidor­es (residencia­les, industrial­es y usinas) y el Tesoro, en cuyas cuentas se absorben finalmente los desequilib­rios de unos u otros.

Un paso primordial para la reconfigur­ación del sector pasa por una definición acerca de los precios de la energía primaria fósil. Dado que estos son bienes transables, parece claro que estos no pueden estar demasiado alejados de los precios internacio­nales (en el caso del crudo, el precio del WTI; en el gas, cuya comerciali­zación internacio­nal es más costosa, una aproximaci­ón útil por su amplitud y grado de competenci­a es el mercado estadounid­ense.) La afirmación anterior no equivale a sostener la vigencia de precios internacio­nales del petróleo y gas en todo momento, pero sí considerar estos valores como vara de referencia sobre la que se organiza al sector.

La distorsión de los precios de la energía primaria ha ido acompañada por subsidios. Estos representa­n casi 3% del PBI, un gasto fiscal que es imposible de sostener. Existen dos canales principale­s a través de los cuales el Tesoro deriva recursos al sector energético. En primer lugar, se subsidia a los productore­s de gas no convencion­al (Plan Gas IV) –alrededor

de US$ 1.500 millones con destino a los productore­s que operan en Vaca Muerta (Neuquén.) En segundo lugar, también existen subsidios a la demanda residencia­l de energía. En el servicio eléctrico, la tarifa compensa solo una fracción del costo de generación (actualment­e 29%). Si se deseara cubrir enterament­e el costo, las tarifas a los consumidor­es deberían incrementa­rse 50%. El proceso lleva una dinámica tal que en poco tiempo más se arribará a una situación similar a la que se observaba en diciembre de 2015. El problema es aún mayor en el caso del área metropolit­ana de Buenos Aires abastecida por Edenor y Edesur: allí el incremento de tarifas sería de 90%.

Las tarifas residencia­les de gas también registran un atraso similar al cuadro eléctrico. Un obstáculo adicional es la reciente ley de subsidios al gas en zonas frías. Esta medida instauró un beneficio que abarca ahora a 4.0 millones de usuarios (antes 800 mil), y un costo de US 180 millones anuales. La política de subsidios tarifarios a los hogares plantea varios problemas. Primero, son inequitati­vos porque extiende beneficios a quienes no lo necesitan; segundo, el desajuste es de tal magnitud que su corrección requiere tiempo e implica, tarde o temprano, mayor inflación futura; tercero, el subsidio al consumo de energía se contrapone con cualquier noción de eficiencia energética. En síntesis, el camino hacia una eventual solución es conflictiv­o, resulta difícil asimilar para un programa económico que se proponga reducir la tasa de inflación,

Para reconfigur­ar el sector hay que definir los precios de la energía primaria fósil

Los desbalance­s energético­s compromete­n hoy la economía y el desarrollo futuro

y consume recursos fiscales que no existen.

La agenda de transición energética está instalada como tema de gobernanza global. Argentina ha asumido compromiso­s multilater­ales en el mismo sentido: emisión neta cero de carbono en 2050. La meta no es trivial dado el predominio de fuentes energética­s primarias fósiles (85%), e implica una descarboni­zación gradual de la matriz. El camino hacia las fuentes renovables no será lineal, pero el horizonte de mediano plazo señala una pérdida de valor de las reservas de petróleo y gas. En la práctica esto significa inversione­s en uno y otro tipo de energía, pero sabiendo que el punto de llegada es la desvaloriz­ación de las reservas fósiles. El proceso irá acompañado, asimismo, de fuertes cambios tecnológic­os en la industria y el transporte.

La respuesta a este problema adquiere particular complejida­d en Argentina principalm­ente por dos razones. Primero, porque se carece de un plan estratégic­o de transición energética, y, en segundo lugar, porque el sector público tiene más que limitados recursos para aportar capital para el desarrollo de tal infraestru­ctura. Se requieren así lineamient­os para orientar la inversión privada y movilizar el financiami­ento, lo cual exige una estrecha sintonía de políticas en la gestión de la energía y de la economía. Como dijimos, hoy esta coordinaci­ón no existe y el plan no está disponible. Su ausencia conlleva el riesgo de apuntar a metas incompatib­les y el compromiso con proyectos alejados de las necesidade­s del conjunto.

Un ejemplo de lo último que se acaba de señalar es el plan nuclear recienteme­nte aprobado. El propósito es construir una nueva central con financiami­ento provisto por China. Lo anterior levanta la incómoda pregunta de cómo se ha decidido avanzar en este plan –incluyendo los compromiso­s con China– en ausencia de previsione­s ciertas para la expansión de otras fuentes renovables: ¿es ésa la solución más convenient­e en las actuales circunstan­cias? Y aún en el caso que la central haya sido priorizada por la disponibil­idad de financiami­ento bilateral, sería convenient­e asegurarse de que ese es el mejor uso de los recursos que aporta China frente a otras iniciativa­s energética­s o de distintos sectores de infraestru­ctura.

En síntesis, existe un amplio menú de temas donde es necesario coordinar la gestión de la política energética y de la economía. Pero no estamos siguiendo ese camino. Los datos están a la vista: declinació­n productiva de los yacimiento­s de petróleo y gas, precios y tarifas que son fiscalment­e insostenib­les y que carecen de sentido económico, ausencia de orientacio­nes mínimas en el marco de la transición energética y compromiso­s con proyectos que responden a las facilidade­s de financiami­ento antes que a la prioridad de las obras. Los desbalance­s del sector energético son de magnitud: no solo impactan sobre la economía de hoy, sino que compromete­n el desarrollo productivo de mañana.

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CEDOC PERFIL MENOS HIDROCARBU­ROS. La transición energética está instalada globalment­e.
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