El fin de la unipolaridad
Hoy se conmemoran 20 años de los atentados terroristas que consternaron al mundo entero e inauguraron una nueva era en la política exterior de los Estados Unidos.
La Guerra contra el Terror promulgada por George W. Bush y continuada prácticamente sin oscilaciones de fondo por sus sucesores puso el foco central en combatir las amenazas no estatales a la seguridad nacional allí donde tuvieran lugar. En este marco, mientras que la invasión de Afganistán, que devendría en la guerra más larga de la historia de los Estados Unidos, contó con fuerte apoyo local e internacional, otras decisiones no contaron con la misma suerte. La avanzada sobre Irak, bajo una sospecha sobre la presencia de armas de destrucción masiva que se comprobaría infundada, fue calificada por muchos como un ejemplo de sobre expansión innecesaria y excesivamente costosa.
Hechos como el último fueron remarcados por el famosos historiador Paul Kennedy en su obra “Auge y Caída de los Grandes Poderes”, donde resalta la tendencia de las grandes potencias a avanzar más allá de lo necesario y desperdiciar sus recursos internos en campañas sin objetivos claros una vez que han llegado al pináculo del sistema internacional. Esto da lugar a que otros, más enfocados en el consumo y la inversión interna, tomen su lugar en el largo plazo. Xi Jinping aceptaría con gusto este relato.
Lo interesante, sin embargo, es que estas campañas no solo suelen ser costosas y, por lo general, innecesarias. También suelen resultar en fracasos. Como apuntó Immanuel Wallerstein, de las últimas guerras que ha emprendido los Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, todas contra enemigos claramente inferiores en términos de capacidad militar, ninguna ha terminado con una gran y gloriosa victoria.
Ante el auge de nuevos competidores y el consenso general sobre el fracaso de una política costosa y sin éxitos claros, la reorientación en la política exterior reafirmada por John Biden en su último discurso cobra sentido, cuando reconoció el fin de la era de los operativos militares para rehacer otros países y e identificó a China como principal amenaza. El reordenamiento de prioridades, que ya se venía gestando desde presidencias anteriores, y la intención de estructurar un nuevo relato geopolítico, resultan evidentes.
Sin embargo, mientras que la reorientación esbozada hace ya 20 años tuvo como disparador un ataque externo y un enemigo común claro, elemento útil para aglutinar el apoyo público, el actual planteo pretende reafirmarse luego de lo que muchos consideran una derrota propia. Si bien hay consenso político en la identificación de China como el principal enemigo del siglo XXI, a nivel social son otras las preocupaciones.
Por si la falta de un enemigo consensuado no fuera suficiente dificultad para afrontar el nuevo panorama geopolítico, las divisiones internas en otros ámbitos y la falta de confianza generalizada en los líderes políticos complican aún más la ecuación. El relato de una nación excepcional, faro de la democracia y la unidad en la diversidad, se tambalea. A esto se suman los problemas de coordinación con sus aliados más cercanos, lo que dificultará acciones concertadas en el futuro. En breve, aunque Estados Unidos sigue preponderando en el sistema internacional gracias a su poder duro, su poder de atracción y su liderazgo ya no son lo que eran.
En 1988 Stanley Hoffman tituló su obra sobre la política exterior norteamericana desde la Guerra Fría como “Orden Mundial o Primacía”. Tres décadas más tarde, podemos advertir que la búsqueda desenfrenada de lo segundo terminó por impactar de forma negativa sobre lo primero.
El proceso de entropía y la difusión de poder nos ubican 20 años después de aquel trágico 11 de septiembre en un mundo que oscila entre la bipolaridad, la multipolaridad y la apolaridad, un mundo sin líderes claros y crecientes problemas. La retirada de Afganistán marcó así de forma oficial el fin de la era de la unipolaridad y del orden mundial liberal y la reafirmación de que vivimos en una nueva era, una que se alinearía bastante bien con aquella expresión de 1969, del Secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger: “No puede haber una crisis la próxima semana. Mi agenda ya está llena”.
En la mañana del 11 de Setiembre del 2001 me encontraba reunido frente al Congreso de los Estados Unidos. Frente al edificio al que se dirigía uno de los cuarto aviones que habían sido secuestrados por la organización terrorista Al Qaeda. Si bien ese avión no alcanzó su destino, los otros tres sí lo hicieron, causando la muerte de más de 3.000 personas y un considerable daño económico. Fue el mayor atentado terrorista en la historia de la humanidad.
Guerra al terror. Recuerdo cuán vulnerables se sintieron los estadounidenses en ese momento. Un pequeño grupo de extremistas había podido atacar a sus principales símbolos de poder económico -las Torres Gemelas- y militar -el Pentágono. De esta manera, el período de relativa calma que habían disfrutado luego de la caída del muro de Berlín culminaba de manera violenta. Fuimos conscientes de que un cambio iba a tener lugar, pero no imaginamos la magnitud que tendría.
El presidente George W. Bush fue claro al respecto: a partir de ese momento Estados Unidos pelearía afuera de su territorio para no tener que hacerlo adentro.
El 11 de Setiembre marcó el inicio de una nueva etapa para la política exterior estadounidense, la llamada “guerra global contra el terror”. Pero eliminar a las organizaciones terroristas alrededor del mundo no fue el único objetivo. Igual o más importante aún fue la noción de que con eso no alcanzaba, que para defender los intereses de Estados Unidos iba a ser necesario cambiar los gobiernos de otras naciones, transformándolos de esta manera en democracias liberales. De esta manera se lograría modificar su accionar externo, protegiendo así los intereses de Estados Unidos y trayendo mayor estabilidad al sistema internacional.
Batallas. ¿Qué evaluación podemos hacer de la guerra contra el terror? Si bien el primer objetivo fue exitoso, ya que la potencia occidental no volvería a sufrir un ataque similar al del 11 de Setiembre, el intento por transformar otras naciones terminó causando un enorme dawashington: ño al prestigio y al poder estadounidense. Para entender este proceso debemos detenernos a analizar las dos principales “batallas” del período.
En 2003 Estados Unidos invadió Irak. Si bien en un comienzo la Casa Blanca citó como motivo la presencia de armas químicas, armas que nunca serían encontradas, al poco tiempo emergió otra justificación: la necesidad de reemplazar al gobierno de Saddam Hussein por una democracia liberal. Lejos de traer estabilidad, con la invasión emergieron una serie de grupos rebeldes que durante años enfrentarían a las tropas estadounidenses. Asimismo, quedaron expuestas las profundas divisiones internas que existían dentro de Irak. El conflicto incluso benefició uno de los principales rivales de Irán. En primer lugar, porque le permitió a la nación persa ejercer mayor poder dentro Irak a través de la mayoría chiita y, aún más importante, porque la ayudó a ganar influencia en el Medio Oriente. Un Irak debilitado ya no podía ejercer el rol de contrapeso natural de Irán en la región.
La otra intervención militar tuvo lugar en Afganistán pocos meses después de los atentados. El objetivo fue derrocar al gobierno de el Talibán ya que este le brindaba asistencia logística a Al Qaeda. El triunfo militar no sólo fue rápido, sino que además contó con mayor apoyo internacional del que luego tendría la invasión de Irak. Pero luego de cambiar el gobierno y eliminar numerosos cuadros operativos de Al Qaeda, la misión consistió en transformar una nación sumamente compleja, algo que los soviéticos ya habían intentado sin éxito a fines los 70. Luego de 20 años de conflicto, halos ce unas semanas estadounidenses abandonaron Kabul y el Talibán volvió al poder. Esta vez con un mayor control territorial y con el armamento que los estadounidenses dejaron atrás.
Costos. El costo económico de la guerra contra el terror superó los 8 billones de dólares y causó la muerte de miles de soldados estadounidenses. Asimismo, la fallida intervención en Irak es una de las causas que explica el creciente descontento popular con la clase dirigente estadounidense. Descontento sin el cual no podemos entender la aparición de Donald Trump y la polarización política que observamos actualmente.
En términos geopolíticos, la prolongación de la guerra contra el terror distrajo a Washington de la que terminaría siendo la mayor amenaza: el crecimiento de una China capaz de disputarle su hegemonía global.
¿Por qué Estados Unidos reaccionó como reaccionó? En parte porque sus autoridades no comprendieron las complejidades de Afganistán y el Medio Oriente. Luego de la II Guerra Mundial, Alemania y Japón se transformaron en democracias liberales en parte porque ya tenían estados modernos. Las realidades en otras naciones son muy diferentes. Por otra parte, la idea de que todas las sociedades aspiran a ser democracias liberales no tiene en consideración la influencia que el nacionalismo, el tribalismo y las religiones continúan manteniendo. Influencia que, por ejemplo, moldeó las percepciones de millones de afganos e
La guerra contra el terror benefició a un gran rival: Irán
iraquíes, que vieron la presencia estadounidense como una invasión y no como un acto de liberación.
Hegemonía. Sería apresurado sin embargo concluir que los errores cometidos por Washington luego de los atentados del 11 de Setiembre marcaron el fin de su preeminencia. Luego de un largo período de confusión estratégica, un nuevo consenso parece haber surgido. Un consenso compartido tanto por demócratas, republicanos, empresarios y la población estadounidense en general. ¿En qué consiste? En la necesidad de detener el ascenso de China. Una gran estrategia que, para bien o para mal, le dará mayor continuidad y foco a su política exterior estadounidense. El propio presidente Joe Biden señaló recientemente que su país ya no intentará transformar otras naciones mediante ocupaciones militares, sino que a partir de ahora se concentrará en enfrentar a rivales como China.
Es posible entonces que Estados Unidos vuelva a recuperarse, como lo ha hecho en otras ocasiones. Recordemos la situación en la que se encontraba en los 60 y 70. Período en el que un presidente fue asesinado, otro tuvo que renunciar antes de ser juzgado y se vivía un profundo malestar social debido al trauma que dejó la Guerra de Vietnam. La sociedad estadounidense aprendió de sus errores, triunfó en la Guerra Fría y se posicionó como potencia hegemónica. No debería extrañarnos que esto vuelva a suceder.