Alberto F y su licencia prenatal
Manzur tiene el mango de la sartén nacional, e Insaurralde, el de la provincial. Un improvisado dúo que deberá administrar cincuenta días de campaña.
No es “mami” la que manda, como sostuvo la oposición luego de las elecciones. Error de diagnóstico al imaginarla reina. La dama se paralizó y no pudo intervenir el Gobierno aunque haya echado por carta a quienes detestaba (entre ellos Juan Pablo Biondi, hoy en España, recuperándose o en busca de un destino para quien cree que la Argentina no lo merece). Menos manda Alberto, con lesiones previas a los comicios, tal vez por caprichos o excesos en noches mal entrazadas, deprimentes: se lo reprochan en público quienes entonces guardaron cómplice silencio.
La pareja, en coincidencia, se ha sujetado a simbólicas tobilleras o limitaciones de traslado, una en el sur y el otro con licencia anticipada por el prenatal. Cristina no habla ni escribe –salvo algún tuit contra Macri, en su guerra personal–, tampoco le sirve la terapia de cultivar rosales en su jardín: ha tenido que ceder hasta su preferencia por Kicillof, podarlo, debido a la exigente presión de su hijo Máximo en la provincia de Buenos Aires. En contraste, tuvo que aceptar que sus despreciados intendentes compartan merienda y cena en ese poder distrital. El declive de la cúpula Fernández también arrastró al mismo Massa, un experto en supervivencia. Si hasta La Cámpora parece desmoronarse, organización celular que ya piensa en cambiar de nombre para subsistir: ocurre que su sola mención provoca urticaria en una gran mayoría de la población y los encuestadores aconsejan borrar la denominación y hasta fundar un partido con otra marca. Habrán conseguido puestos de privilegio en el Estado, pero no prestigio, pujaron más por la caja del PAMI o la de la Anses que por dirigir un Instituto Indígena o la Dirección de la Niñez. Aprendieron de Néstor.
Quedan cincuenta días de estupor congelado para esos protagonistas, aunque desfilen por el teatro en la nueva campaña electoral. Le derivaron el mango de la sartén a Juan Manzur en el orden nacional y a Martín Insaurralde en la Provincia, ambos indeseables para la vicepresidenta. Vive el empoderado dúo como si controlara la Comuna de París, aunque imagina un mejor desenlace.
El tucumano jefe de Gabinete aplica su autoridad levantando temprano a los ministros, diciéndole “nena” a Carla Vizzotti –otra abnegada ministra que, a cargo de la salud pública, optó por dejarle una cama en los hospitales a cualquier paciente y ella internarse por una apendicitis en un sanatorio privado– y suplantando a Alberto en actos y ceremonias. Con su consentimiento, claro. Al revés de Kicillof, quien se molesta porque Insaurralde le revisa la heladera, le cuestiona funcionarios y decisiones junto a Máximo: otra pareja inesperada para muchos que se supone en operaciones por el interés que profesan por la evolución del juego, negocio caro para ambos, y que ofendían al gobernador Axel y a su mano derecha, Bianco, hoy ligeramente apartado.
En ese rubro también descuella Manzur: en su provincia, además del Sheraton, habilitó a su lado un gigantesco casino. Dicen que para satisfacer el rendimiento de una inversión se requiere que la otra esté pegada. Tucumán supo reunirlas, Manzur lo hizo. Gracias
también a un operador de la hotelera norteamericana, multipropósito, llamado Gustavo Cinosi, un hombre que le ha facilitado relaciones varias a la nueva estrella del equipo ministerial. Con la embajada de EE.UU. (recordar visitas conjuntas con Massa en tiempos de Kirchner, cuyas tertulias fueron divulgadas en los medios), con empresarios de distinta laya (de Eurnekian a uno de los Werthein), incluso con la Justicia vía uno de sus miembros (el hoy irritado Ricardo Lorenzetti, simpatizantes de un mismo club). Cinosi demostró valentía hace una semana: asistió a la jura de Manzur aun con el veto de Alberto Fernández, quien estaba enardecido con el personaje porque se apareció en su primera reunión con un áspero enviado del gobierno de Washington. En aquel momento, Alberto ya había soltado amarras con Cinosi, con quien supo mantener –además de los mismos amigos empresarios– un vínculo proficuo y amistoso en tiempos de gobierno Kirchner. Nunca se conocieron las razones de la discordia, pero el “nunca dejé de ser un revolucionario” pareció de pronto molestarse con la cercanía de un misionero de nítido corte imperialista. Al revés del procurador, Carlos Zannini, otro “revolucionario” más auténtico por haber estado preso, quien, menos prejuicioso, no parece distanciado de Cinosi. Por el contrario, han sabido confraternizar largamente en Pilar.
Además de ser la nítida cabeza del nuevo gabinete y de imponer su relevancia, Manzur dispone de otros apoyos además de los partidarios: es notorio el afecto que mantiene con un sector poderoso de la colectividad judía conocido como lubavictch, más bien de tradición jasídica, de singular expansión en los últimos tiempos e influyente también en ciertas esferas de los Estados Unidos. Si bien los católicos maronitas como Manzur, en general libaneses, disponen de trato preferencial en Israel y de afectuosa comunicación confesional, las razones del tucumano para coincidir con esta rama religiosa obedecen a su aterrizaje como estudiante en la Capital Federal: se albergó en la casa de una familia judía que lo arropó como propio.
Guiños cruzados en el baile de la Corte. Luego, con la política y la sanidad, el hoy jefe de Gabinete inició un vínculo notable con la máxima jefatura de los lubavitch, el rabino Tzvi Grunblatt, con quien suele compartir reuniones y festejos. En devolución de tanto cariño, Tucumán ofrece hoy una de las más importantes sinagogas del país. Estos datos marcan cierta capacidad de Manzur para conservar lazos externos que no son habituales en el kirchnerismo, que le desconfía también por sus inclinaciones en el universo peronista y sindical: lo resisten por ser un representante típico de los feudos norteños, de dudoso ejercicio democrático y veloz enriquecimiento (en rigor, parecido a lo que ocurrió en Santa Cruz) y por su habitual diálogo con jefes de la CGT, como Daer, su titular.
Entonces, en este breve período de transición hasta los comicios, se inicia un proceso de debate –por lo menos– en torno a lo que sucederá en el Gobierno luego de las elecciones. Al margen de los resultados y de la campaña próxima a empezar, en la que todos van a fingir que están juntos, ya hay cruces ciertos con La Cámpora (Andrés Larroque, ministro, se queja de que Insaurralde no lo recibe) o sin rumbo se observan experiencias tipo Kicillof en la Provincia: cabos sueltos que Cristina no junta. Por ahora. Mientras, en el gabinete nacional, muchos de los nuevos incorporados juran que van “a sacar a todos” los que dañaron la esencia del peronismo. Manzur, puesto en el cargo para reducir la pérdida más que para dar vuelta los resultados en noviembre, se presenta con la venia de Alberto para quitarle infecciones al Gobierno: él es médico.