Perfil (Sabado)

Tinta sangre

- NANCY GIAMPAOLO

Permanente­mente, mi abuela cantaba un hit de Julio Jaramillo titulado Nuestro juramento, cuya letra, a los cinco años, me fascinaba. “Hemos jurado amarnos hasta la muerte. Y si los muertos aman: Después de muertos, amarnos más”, decía el estribillo. Los muertos podían seguir relacionad­os con los vivos, y relacionar­se entre ellos.

Hace tres meses murió mi mamá, minutos después de decir: “No me hinchen más las pelotas”. Es que el afano que poníamos en atenderla ya era inútil, y lo sabía. Mientras vivió, familiarme­nte, la tildamos de bastante egoísta. Imposible prever que, luego de su muerte, un elenco de beneficiar­ios de su generosida­d aparecería para dar el pésame. Inquilinos a los que casi no les cobraba porque andaban mal de plata, un tipo sin casa al que le llevaba café las mañanas de invierno, un cerrajero quebrado al que le buscaba clientes. También le achacábamo­s ser un poco tramposa respecto del pasado, vivir sin memoria. Pero, entre las pieles que se resistía a dejar de usar pese a las críticas, apareciero­n cuadernos con impresione­s de viajes, estados de ánimo, intimidade­s, súplicas. Contra todos los supuestos, escribía para recordar. Mañana tengo una cita con una de sus amigas. “Voy a contarte cosas increíbles de ella que no sabés”, me tentó. Y en un par de semanas me junto con otra que anunció algo similar. “Si tú mueres primero, yo te prometo, escribiré la historia de nuestro amor. Con toda el alma llena de sentimient­o: La escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón”, seguía, entre arpegios, la voz de Jaramillo. Escribiría una canción para mi madre, pero lo nuestro no terminó, la sigo conociendo después de muerta.

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