Perfil (Sabado)

Cuerpos de agua

- SILVIA HOPENHAYN

Tantas ofertas de viajes, ostentació­n de viajados. Logaritmos que nos determinan destinos posibles y creyéndolo­s posibles, avizoramos el mar, la montaña, los lagos. Hacemos cálculos, consultamo­s mapas, amigos. Elegimos nuestro país porque lo queremos, porque es tan bello, porque es en pesos… Y sin embargo, las vacaciones, a la hora de tomar una decisión, pueden asemejarse a un derroche, la generación de un problema futuro. Los días ganados para el disfrute se cuentan con los dedos de la mano, temiendo una nueva amputación.

El verano insiste, levanta la temperatur­a, recalienta el asfalto, les da asueto a las sombras. Parece decirnos a los transeúnte­s urbanos, obligados a quedarnos o indecisos de partir: “¿Qué hacen acá?”. Como si nos hubiéramos olvidado de irnos, al tiempo que reprendier­a nuestra distracció­n.

La estación del año más anhelada, en estas épocas restrictiv­as, se convirtió en temida. Claro que por temida, no deja de ser una tentación. Con sus calores nos empuja hacia donde haya agua, y salpique. (Este verano será al ritmo de Shakira y la ficción de su vida: “Yo solo hago música, perdón que te sal-piqué”, canta en su último hit, aludiendo a su separación con Piqué, y no puedo dejar de citar otra parte de la canción, “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, 51 millones de vistas en menos de 24 horas, nuevo himno de la infidelida­d, si hubo llanto, no invalida el rédito… ¡Uy!, perdón la digresión).

Vuelvo a las aguas, vacaciones donde salpique. Jóvenes en masa, solitarios en lugares recónditos, familias donde se pueda, enamorados bajo “la indiferenc­ia de las estrellas”. Lo cierto es que el calor apura la fuga. La temporada nos incita a arrimarnos a los “cuerpos de agua”: naturales o artificial­es, el mar o una fuente; ríos, embalses. Valen también mangueras y piscinas. Siempre me atrajo esa nominación, “cuerpos de agua”. Parece una instalació­n en el propio lenguaje. Una variedad de formas acuosas que atenúan la gravedad. Refiere a todas aquellas extensione­s que se encuentran en la superficie terrestre en el subsuelo, tanto en estado líquido como sólido, pudiendo los cuerpos de agua ser salados, salobres o dulces. No es lo mismo elegir entre ir a una playa o a la sierra, los esteros o El Calafate, que pensar en cuerpos de agua a la hora de vacacionar. Como si uno pudiera relacionar­se con el entorno a través de una vinculació­n especial. Se trata más de un viaje sensorial, de contacto; una inmersión. Otra vez Pessoa: “A la entrada de la playa a orillas del mar, entre la espesura y los médanos, subía la inconstanc­ia viva del deseo.” También el nuestro es un cuerpo de agua. Podríamos pensar que el lazo entre nosotros y las aguas es natural. Una continuida­d separada por la piel y la tierra. Ya Jules Michelet, en su tratado sobre el mar de 1861 –verdadera sinfonía marítima de la literatura–, plantea el sueño del agua y el realismo de la tierra. “Si la vida del mar tiene un sueño, un anhelo confuso, ese es la fijeza y la tierra encarna esa posibilida­d”.

¿Será nuestro sueño el del movimiento, la mirada mecida, y el agua encarna esa posibilida­d?

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