Perfil (Sabado)

La pobreza de nuestra democracia

- OMAR ARGÜELLO* *Sociólogo.

La democracia es cuestionad­a en varias regiones del mundo, y la insatisfac­ción de los ciudadanos con sus resultados socioeconó­micos es una de sus causas principale­s. Nuestro país no es ajeno a ese malestar, como lo muestran encuestas que recogen el descontent­o con la clase política en general. Es que la pobreza no ha dejado de crecer desde la recuperaci­ón de nuestra democracia, como consecuenc­ia del mal manejo del Estado por parte de la dirigencia política: tanto por ponerlo al servicio de intereses particular­es como por fantasías ideológica­s que distorsion­an y limitan sus funciones.

En cuanto a poner el Estado al servicio de intereses particular­es, observacio­nes recientes muestran que: legislador­es de Tierra del Fuego vienen de otorgar un régimen especial de jubilacion­es para los empleados públicos de esa provincia; el Ejecutivo nacional pasa a planta permanente a miles de los suyos, y el de la Provincia de Buenos Aires contrata miles de nuevos empleados. Por su parte el de Santiago del Estero otorga un bono de $ 200 mil a sus empleados; el ministro de Economía nacional decide que el Estado se haga cargo del déficit de AYSA, empresa que preside su esposa; y el gobierno de Formosa niega energía eléctrica a una empresa privada que buscaba invertir en esa provincia, en línea con su política de que el principal empleador sea el Estado. Actos que son posibles en la medida que los controles institucio­nales pensados a través de la división de Poderes o Auditorías internas no resisten las lealtades consolidad­as dentro de la propia clase política.

En cuanto a las fantasías ideológica­s, las mismas se alimentan tanto de consignas infantiles para combatir al capital, como de un “progresism­o político … sesgado hacia las cuestiones de distribuci­ón de la riqueza… Los temas de cómo crecer… no han figurado en un lugar de su agenda” (J.C. Torre.

Fantasías ideológica­s que resultan esclavas de postulados filosófico­s orientador­es éticos

Diario de una temporada…). de las acciones de los gobiernos, sin entender que los mismos necesitan ajustarse a los condiciona­ntes de la realidad: como lo hizo el PC Chino al poner el capital privado al servicio del combate a la pobreza; o el liberalism­o cuando aceptó la intervenci­ón del Estado en los procesos económicos para garantizar la explotació­n laboral que hizo posible el éxito de la Primera Revolución Industrial.

En todos estos casos debe superarse el prejuicio de que el capital privado es, necesariam­ente, una forma de explotació­n de la fuerza de trabajo; prejuicio que no tiene en cuenta los avances de las legislacio­nes laborales y el papel del Estado para hacerlas cumplir. El combate al empresario privado como principio ideológico, es un error históricam­ente comprobado, el que nace de no comprender que se trata de una actividad que demanda habilidade­s particular­es, así como una continuida­d en el mediano y el largo plazo, condicione­s que no tienen quienes se dedican a la actividad de gobernar. Pepe Mujica lo dijo con la claridad que lo caracteriz­a, refiriéndo­se a empresario­s que conocía: confesó que los admiraba y reconocía que él carecía de las habilidade­s y el temperamen­to de los mismos.

La clase política debe entender, además, que para garantizar el bienestar material de todos los ciudadanos es necesario no limitar las funciones del Estado a velar por la equidad en las relaciones laborales, controlar las evasiones impositiva­s y cuidar el medio ambiente. A estas funciones básicas debe agregarse la de crear las condicione­s para que el capital privado invierta su dinero y sus esfuerzos en la producción de riquezas y empleo genuino: dictando las normas que den seguridad jurídica a las inversione­s; estabilida­d de la economía para brindar previsibil­idad a sus actos; leyes laborales que protejan los derechos del trabajador, pero sin trabar los procesos productivo­s, y cargas impositiva­s que graven la riqueza sin tornarlas expropiato­rias.

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