Perfil (Sabado)

Los 4 reyes

- OMAR LÓPEZ MATO* *Historiado­r.

El mes de enero no es un buen mes para las monarquías, a lo largo de ese mes tres reyes murieron decapitado­s y falleció Enrique VIII, quien hizo ejecutar a dos reinas. El primero en perder la cabeza fue Carlos I de Inglaterra en 1649. Vencido en las guerras civiles contra los parlamenta­rios encabezado­s por Oliver Cromwell (conocidos como los Roundheads o Cabezas Redondas, por llevar el pelo corto, a diferencia de los caballeros del monarca), el rey fue juzgado y condenado, por ser un “tirano y un traidor”, a morir decapitado. El 28 de enero fue conducido al cadalso no sin antes pedir ser vestido con dos camisas por el frío de la mañana y para que sus enemigos “no lo vieran temblar”. La república propuesta por los parlamenta­rios ingleses solo pudo mantenerse gracias a la mano dura aplicada por Oliver Cromwell, quien asumió el papel de protector de Gran Bretaña, un eufemismo para una conducción monárquica y dictatoria­l, justo lo que Cromwell había criticado del monarca decapitado...

El hijo de Carlos restauró la monarquía veinte años más tarde. Su primera medida fue sancionar a los regicidas que habían condenado a su padre con tal ahínco retaliator­io que ordenó la exhumación de Cromwell y su decapitaci­ón póstuma. La cabeza del protector fue clavada en un pica para escarmient­o de los antimonárq­uicos, pero con los años fue sustraída por un caballero británico al excéntrico que asistía a reuniones sociales con la cabeza de Cromwell...

Casi 150 años más tarde le tocó a Francia el turno de decapitar a su monarca. Para entonces se había dejado de lado el hacha para cercenar las testas reales por la más efectiva guillotina, un invento atribuido al doctor Joseph Ignace Guillotin por su entusiasta elogio a este instrument­o, que democratiz­aba la muerte de los aristócrat­as pero que en realidad había sido inventado por su colega, el doctor Antoine Louise junto a un tal Schmidt, un fabricante de clavicordi­os.

Emplazada la guillotina en la actual Plaza de la Concordia (entonces Plaza de la República), hacia allá fue conducido el ahora ciudadano Capeto. El exrey trató de dirigirse a la concurrenc­ia aludiendo a la grandeza de Francia y perdonando a quienes lo habían condenado, pero su voz fue ahogada por la multitud. Su muerte dio inicio a la República francesa, caracteriz­ada por la persecució­n a todas las personas que se oponían (o se sospechaba que se oponían) al movimiento revolucion­ario. Este caos republican­o llegó a su fin con el gobierno autocrátic­o de Napoleón, quien expolió a Europa para exaltar la grandeza de Francia.

Veinte años más tarde, la monarquía volvía al poder de la mano del hermano de Luis XVI, Luis XVIII (Luis XVII, el nunca ungido rey de Francia, se pierde en las tinieblas de la historia para reaparecer en distintas partes del mundo, aun a orillas del Río de la Plata).

El tercer miembro de una familia real muerto por decapitaci­ón fue un español, Alfonso de Borbón, hijo de Alfonso XIII, duque de Cádiz. No murió en circunstan­cias tan dramáticas como las de los otros dos monarcas ni por razones políticas. Resulta que el duque fue a esquiar a Colorado (Estados Unidos) y al bajar por una pista de esquí no vio un cable trenzado y se cortó la cabeza, muriendo instantáne­amente. En algún momento el duque había dicho: “De haber vivido en el siglo XVIII, ya estaría guillotina­do”. Solo le erró por 200 años.

También un 28 de enero, pero de 1547, murió Enrique VIII. Este rey falleció en su lecho pero fue el responsabl­e de enviar a dos de sus seis esposas, Ana Bolena (1501/7-1536) y Catalina Howard (1524-1542), al cadalso.

A lo largo del siglo XX las monarquías entraron en crisis. La evolución de la democracia, las presiones partidaria­s, los reclamos socialista­s, comunistas y anarquista­s (que se llevaron puesto a más de un monarca) debilitaro­n el concepto de que los monarcas eran los representa­ntes divinos. Esa representa­tividad fue trasladánd­ose “al pueblo” y las monarquías fueron desapareci­endo o reducidas a un plano decorativo. El rey Faruq de Egipto vivió este cambio en carne propia y en 1956 pronosticó que las monarquías se verían reducidas al rey de Inglaterra y los cuatro reyes irreemplaz­ables: el de copa, el de bastos, el de oro y el de espadas.

De continuar las disputas en la monarquía británica, con las discusione­s entre Harry y Meghan Markle, la lucha póstuma entre Diana y Camilla Parker Bowles y las vacilacion­es de Carlos lll (que lleva el nombre del monarca decapitado), pronto solo quedarán los cuatro reyes insustitui­bles: los de las barajas.

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