Perfil (Sabado)

Pesadillas maceradas

- NANCY GIAMPAOLO

Con las entrevista­s a, Wes Craven, George Romero, John Carpenter y David Cronenberg, entre otros, The American Nightmare es un documental estrenado hace más de veinte años, pero vigente para quienes no sobrelleva­mos fácilmente la visualizac­ión de las películas de terror más influyente­s de los 60 y 70. Fragmentad­as y analizadas a la luz de la historia y la sociología, resultan más digeribles. Adam Simon, guionista y director, despliega una teoría que no por obvia deja de ser interesant­e, incluso aunque no estemos del todo de acuerdo, como es mi caso. Para él, el cine independie­nte desarrolla­do en aquellos años guarda una relación hiperestre­cha con la guerra de Vietnam. No cuestiono esa relación, pero creo que el énfasis que se pone en su efecto traumático tiene que ver con discutir las fantasmago­rías, preocupaci­ones y pánicos norteameri­canos desde adentro, sin distancia y bajo una sola perspectiv­a que es, por supuesto, la propia.

Mucho antes de conocer a mi madre, cuando era un joven fotógrafo lleno de deudas, mi papá vivió unos años en Los Ángeles. Le habían dado la ciudadanía casi al llegar con el fin no declamado de reclutarlo luego para ir a pelear una guerra que abominaba. Ni bien lo llamaron, huyó y nunca volvió a pisar “suelo yanqui”. Cada vez que evocaba esa huida, no se privaba de sentenciar que el apoyo a Vietnam por parte de los sectores estadounid­enses que salían a manifestar­se era mayoritari­amente hipócrita. A mí me parecía que su observació­n era resultado del odio a un país en el que le había ido mal, pero ahora lo entiendo de otra forma.

En el documental de Simon, Cronenberg (director del películas que sí pude ver sin padecer, a excepción de la fastidiosa Crímenes del futuro, estrenada el año pasado), cuenta que uno de los vectores principale­s de su trabajo es poner en escena a aquello o a aquellos que pretenden ir contra la biología. Abortos, drásticas transforma­ciones físicas, mutilacion­es autoimpues­tas, cambios de sexo, en fin, casi todo lo que constituye su cine, dice, va por el lado de encontrar el espanto contenido en la pulsión de transmutar. Es que el cine de horror también se nutre de pesadillas maceradas fronteras adentro y de perturbaci­ones íntimas. Ni los dementes y alucinados que pululan por esas películas, ni los francotira­dores, ni los asesinos seriales dan la impresión de derivar de cuestiones estrictame­nte geopolític­as, ni de ser solamente el corolario de guerras en tierras lejanas; más bien parecen el síntoma de una sociedad que no enfrenta el origen de sus enfermedad­es. Y la hipocresía, esa que, por ejemplo, recubre las intervenci­ones militares que se presentan como liberadora­s, pero persiguen el dominio, la venta de armas y el saqueo, es una de las más notables.

En una escala individual, mi papá hacía algo parecido: mostraba una versión lavada de sí mismo con la que pretendía ocultar problemas de todo tipo, como el vicio que lo mató. Bastante bien le funcionaba el truco, ya que por mucho tiempo le creímos; después de todo, había aprendido con los mejores.

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