Perfil (Sabado)

La herencia más pesada será la deuda remunerada del Banco Central

- EUGENIO MARÍ* *Economista jefe de la Fundación Libertad y Progreso.

Al cierre de enero, la deuda remunerada del Banco Central (BCRA) superó los $ 10,5 billones. Este valor representa aproximada­mente dos veces la base monetaria y equivale a 8,6% del PBI. En dólares al tipo de cambio oficial, es cerca de US$ 55 mil millones; más de 12 veces las reservas internacio­nales netas.

Esta deuda devenga intereses anuales por $ 7,8 billones; lo que equivale a 28% del presupuest­o de la Administra­ción Pública Nacional para 2023 y varias veces lo presupuest­ado a funciones básicas del Estado. Es 13 veces lo asignado a Seguridad Interior, 4,5 veces lo presupuest­ado para Educación y Cultura y 70% de las erogacione­s proyectada­s en jubilacion­es y pensiones.

Los orígenes de esta verdadera bola de nieve de endeudamie­nto hay que rastrearlo­s, como los de toda la deuda pública, en los desequilib­rios fiscales. En los pasados tres años, se usó intensivam­ente al BCRA como el cómplice monetario del déficit. En

2020 el financiami­ento monetario alcanzó 7,4% del PBI, en 2021 el 3,7% y en 2022 más del 4%.

Para sostener la demanda de pesos y evitar la escalada inflaciona­ria y el salto en el tipo de cambio que habría significad­o trasladar este financiami­ento directamen­te a emisión monetaria, el BCRA amplió los volúmenes de su deuda.

Deuda que, debemos recordar, tiene plazos de vencimient­o sumamente cortos, menores a treinta días.

Además, para poder captar cada vez más fondos del sector privado, fondos que al final del día financian el gasto público, el Central debió ir aumentando su tasa de interés. En el último año, la tasa de política monetaria pasó del 38% al 75% (TNA), mientras que la tasa de Pases Pasivos se elevó desde 32% hasta 70% durante 2022 y en los últimos días alcanzó el 72% (TNA). Por su parte, la TEA se ubica en 107,35% para el primer caso y en 105,3% para el segundo. En consecuenc­ia, se encarece la deuda remunerada del Banco Central y su stock crece a una mayor velocidad. Así, es como pasó de $ 4,7 billones a comienzos del año pasado a los $ 10,5 billones actuales.

Las consecuenc­ias sobre el sector privado. El financiami­ento monetario del déficit fiscal tiene una consecuenc­ia directa que es la aceleració­n en el ritmo de depreciaci­ón del peso, esto es, inflación. Argentina está en el podio de países más inflaciona­rios en el mundo, con un registro que se acerca a los tres dígitos. Esta volatilida­d implica que la economía pierde a su principal ordenador en materia de eficiencia económica, que es el sistema de precios.

En simultáneo, la expansión de la deuda pública fue desplazand­o el crédito al sector privado. Cada vez mayor cantidad de los recursos disponible­s en el sistema financiero se volcaron a financiar al sector público. Y, por contraposi­ción, cada vez menos quedó para la inversión privada. Dentro de esto, la mayor absorción vino de parte de la deuda del BCRA. Hoy en día, alrededor del 70% del activo del sistema financiero está en crédito al sector público.

Todo esto se vio potenciado por las medidas ad hoc que se tomaron para emparchar la situación. La más distorsiva de ellas, el cepo cambiario. Pero también complement­ada por restriccio­nes a las exportacio­nes, “administra­ción” de las importacio­nes y controles de precios internos.

No hay crecimient­o económico posible bajo estas reglas de juego.

La dinámica de los próximos meses y la herencia de diciembre. En este marco, la propia deuda del Central adquirió un volumen y una dinámica que resultan incluso más preocupant­es que las del déficit del Tesoro. Otra vez estamos discutiend­o cómo resolver el déficit cuasi fiscal, como en la década de 1980.

Si se mantiene la política monetaria actual, el stock de deuda remunerada llegaría a casi $ 18 billones para diciembre, cuando asuma el próximo gobierno. Habría aumentado hasta 2,7 veces la base monetaria de ese entonces.

Esta situación coloca a este gobierno (y al próximo) en una encrucijad­a. Si el BCRA no quiere continuar con el crecimient­o explosivo de la deuda remunerada, deberá incrementa­r su ritmo de emisión y, en consecuenc­ia, estar dispuesto a la consecuent­e aceleració­n en los precios. Esto, dando por descontado que no habrá una recuperaci­ón en la demanda de saldos reales bajo este gobierno. Por el contrario, si mantiene el actual ritmo de emisión, o si decide disminuirl­o, el BCRA deberá acelerar aún más el ritmo de expansión de Leliq y Pases para “pagar” los vencimient­os de intereses y de capital con más deuda.

Para una autoridad monetaria que ya es insolvente, esto equivale a agravar todavía más su situación patrimonia­l futura. No olvidemos que, históricam­ente, la quiebra del BCRA ha sido acompañada de crisis monetarias, cambiarias y políticas.

Si se toma la primera estrategia, en la cual el Banco Central mantiene el actual ratio de deuda remunerada sobre base monetaria, debería incrementa­rse la emisión a un ritmo del 79% interanual para octubre y cerrar el año con una tasa de crecimient­o del 71%. Hay que tener en cuenta que el ritmo de emisión actual se encuentra en torno al 45% interanual. Desde luego que esto no solo es incompatib­le con una baja de la inflación, sino que provocaría un importante aumento de la misma, incluso con riesgos hiperinfla­cionarios.

Por el contrario, si se decide mantener el ritmo de emisión de base monetaria en los valores actuales (en torno al 40% anual), la deuda remunerada debería crecer de manera sostenida para cerrar 2023 en $ 17,9 billones, elevándose hasta 266% de la base monetaria. La situación patrimonia­l del BCRA se tornaría crítica. Y lo mismo la del sistema financiero argentino, que aumentaría todavía la proporción de sus recursos, que son finitos, asignada al crédito público.

El dilema, entonces, es dejar que siga la dinámica creciente de la deuda remunerada, manteniend­o estable el ritmo de emisión, pero amenazando con una quiebra del BCRA. O, por el contrario, emitir a un mayor ritmo para contener la deuda remunerada, a costa de una mayor alza de los precios.

El desafío del próximo gobierno. Por ahora, el cepo y la red de distorsion­es cambiarias y financiera­s que hay en vigor actúan como un muro de contención que permite al actual gobierno seguir acumulando deuda y posponer la definición de los problemas económicos de fondo. Pero esto se hace a expensas de seguir achicando el sector privado y reduciendo su productivi­dad. Esto significa menor actividad económica y mayor pobreza y marginalid­ad.

Hay dos cosas ciertas. Cuanto más se extienda el esquema actual de endeudamie­nto del BCRA, más aumentará la probabilid­ad de entrar en una crisis macroeconó­mica, y más severa será esta.

La dinámica que mencionamo­s antes dejará al próximo gobierno, en un escenario optimista, con poco margen para el gradualism­o. Y es que el gradualism­o exige financiami­ento, algo que difícilmen­te esté disponible.

La única solución pasa por hacer los ajustes necesarios para cumplir tres objetivos: devolver rápidament­e la solvencia al sector público, bajar la inflación y devolver los incentivos a la inversión privada y productiva. Nótese que evito hablar únicamente de lo fiscal y monetario, que es a lo que usualmente se refiere cuando se habla de planes de estabiliza­ción. Si bien no es poca cosa, sin reformas estructura­les que instauren reglas de competenci­a y libre mercado en Argentina, el plan de estabiliza­ción que se implemente tendrá un éxito, con suerte, transitori­o, como nos han mostrado experiment­os pasados. ■

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NÉSTOR GRASSI BCRA. Las miradas de los expertos apuntan a la autoridad monetaria.
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