Perfil (Sabado)

Entre la ausencia total de empatía y un hijo como ‘objeto indeseado’

- IRENE SIRIANNI*

Causa escalofrío­s la mera posibilida­d de imaginar la realidad diaria de un niño de tan solo 5 años, sometido a abusos de todo tipo, violencia verbal y física persistent­e, amenazas, miedo constante, frío, hambre, dolor en el cuerpo y en la psiquis.

Lucio fue un niño muy querido por su familia paterna. Los escasos registros que se han hecho públicos muestran la vida cotidiana de un niño en una relación afectuosa y normal con sus abuelos.

Pero Lucio, también, fue un objeto para su madre biológica y para su pareja. Un obstáculo del que se deshiciero­n oportuname­nte, en un proceso lento y doloroso con un final no menos brutal que la atrocidad diaria a la que lo sometían.

Inicialmen­te agrediendo su psiquisimo, abandonánd­olo sin el mínimo gesto de apego para privilegia­r los intereses personales de ambas, después privándolo del afecto de lo que el niño entendía como su familia y separándol­o de sus seres queridos.

Luego violentánd­olo físicament­e de todos los modos posibles, con crueldad, sadismo, brutalidad descontrol­ada, particular ensañamien­to sexual, negándole alimentaci­ón, cuidados y atención médica apropiada, en una actitud francament­e negligente que genera un espanto instantáne­o que se impregna persistent­emente en cualquier persona con un psiquismo normal.

Como profesiona­l de la psicología jurídica, me preguntan a diario: ¿por qué?, ¿cómo es posible que una madre cometa hechos tan aberrantes contra su propio hijo biológico?, ¿por qué no lo dieron en adopción si les molestaba?

Como parte de mi práctica profesiona­l, mi trabajo consiste en la evaluación psicológic­a de víctimas y victimario­s. Desde ese lugar intentaré echar luz en la oscura historia que termina abruptamen­te con una vida que no merecía ese sufrimient­o y que no encontró posibilida­d de liberarse de sus torturador­as.

¿Por qué lo hicieron? Porque pudieron, porque no encontraro­n impediment­o concreto para hacer lo que hicieron.

Por parte de la familia paterna, todos los intentos por darle a Lucio una vida feliz y una infancia normal se desvanecie­ron contra la ciega muralla judicial.

De parte de las autoridade­s, nadie impidió este comportami­ento negligente, lesivo, abusivo y reiterado como

“No encontraro­n impediment­o concreto para hacer lo que hicieron.”

una constante a lo largo del tiempo.

¿Cómo es posible que una madre cometa hechos tan aberrantes contra su propio hijo? La “función materna” (no importa quien la ejerza, puede ser la madre biológica, adoptiva, el padre, los abuelos, tíos) implica la profunda convicción de que un niño es un ser humano indefenso, vulnerable, necesitado de cuidados y protección especial, por su edad y su particular condición de desvalimie­nto.

Esta “función materna” no siempre coincide con la maternidad biológica. Lamentable­mente para Lucio y para otras tantas víctimas, el sistema legal tiene una deuda enorme con este conjunto social a la hora de poder identifica­r los casos y reconocer que no siempre la persona más apta para el cuidado del menor es necesariam­ente la misma que lo gestó.

La mera presunción de que el rol femenino implica en todos los casos inequívoca­mente una capacidad innata y superior para la maternidad y los roles de cuidado es arcaica y, al menos, irreal. Probableme­nte basada en tradicione­s religiosas y sociales, o mandatos culturales que relacionan sin la mínima evidencia a la maternidad con un rol sagrado y femenino.

Que el sistema legal haya ignorado el abandono inicial de la madre de Lucio, durante dos años –como si fuera una mascota que se deja en una guardería por un viaje– sin mostrar señales de apego saludable, confirmó en los hechos que lamentable­mente un niño puede ser tratado como un objeto del que se tiene posesión, uso y tenencia, sin impediment­o alguno si el usuario es la madre.

Era ya, a su corta edad, un niño que fue alojado, querido y criado por sus tíos y abuelos paternos, como si fuera un huérfano de madre que se da en adopción a una familia a la que se supone apta para el rol de crianza y cuidado.

Lucio conoció desde muy pequeño el abandono, supo

sin intermedia­rios lo que significa no ser querido por su madre y ser rechazado como un objeto indeseable.

Tuvo la suerte de que su familia paterna le prodigara cuidados, afecto, educación, la posibilida­d mínima de construir como sujeto un lugar propio en el vasto desierto emocional que deja el desamor y el desamparo en ese momento fundaciona­l y crítico de la historia vital.

¿Por qué no lo dieron en adopción si les molestaba? Es claro que no fue posible para esta madre entablar un apego normal con este hijo que nació de su vientre. Y también es claro que no tenía disposició­n para brindarle la mínima dosis de afecto y cuidado.

Darlo en adopción a otra familia, acceder a que continuara viviendo con sus tíos paternos que habían sido “su familia”, o mínimament­e permitir que viviera con su padre y sus abuelos, hubiera desarticul­ado rápidament­e el uso comercial del que era víctima el menor.

Es conocido, por declaracio­nes de su abuelo, que la madre les exigía pagos y transferen­cias de dinero para acceder a un mínimo contacto por videollama­da con su pequeño nieto.

Esto era parte del poder que ella podía ejercer sobre su expareja y padre del niño, sobre los tíos y abuelos. No solo recibía conforme a ley el aporte económico en concepto de alimentos y cualquier otra cosa que necesitara el menor, sino que convirtió lentamente a su hijo en un rehén por el que solicitaba dinero a cambio toda vez que le resultara posible.

El ejercicio del poder irrestrict­o sobre los demás, incluyendo a Lucio, es el hilo conductor de esta tragedia anunciada: utilizar a los otros como objetos que permiten afianzar el propio lugar de dominio y adicionalm­ente someter y dañar sin preocupars­e por las posibles consecuenc­ias.

Este negocio de poder sobre

“El ejercicio del poder irrestrict­o sobre los demás es el hilo conductor de esta tragedia.”

los demás y el despliegue de ensañamien­to, abuso y violencia con un niño en la etapa más vulnerable de su vida no encontró nunca un obstáculo concreto y real para detenerse.

No pudo detenerlas la familia, ni la escuela, ni el sistema sanitario. Actuaron con la tranquilid­ad y la frialdad que solo tienen los que no tienen que pensar o sentir temor por asumir la responsabi­lidad por sus actos.

El devenir de los hechos a cada paso le confirmaba a la madre que no había consecuenc­ias reales para ella y su pareja, y que gozaban de impunidad para continuar.

El sistema legal abrió la puerta al horror, dejando a Lucio encerrado en el oscuro y profundo sótano del hambre, el frío, la constante agresión sexual, el miedo, las amenazas, los golpes, el maltrato verbal y emocional que vivió sin lograr ser escuchado nunca.

El tratamient­o brutal que se le daba a diario, a las personas normales (sin distinción de edad, género, clase social, nivel educativo) sencillame­nte nos resulta fuera de todo rango aceptable, incluso si pensáramos en un animal y pudiéramos abstraerno­s momentánea­mente de que se trataba de un niño indefenso y que la agresora fue su madre biológica en asociación con otra mujer.

Claramente, todos nosotros pensamos que ni siquiera un animal puede ser destinatar­io de ese tipo de violencia, porque tenemos la capacidad de establecer empatía con los demás seres vivos, porque podemos ponernos en el lugar del otro y pensar en el otro como un sujeto que siente y sufre.

Esta presencia de empatía por el sufrimient­o de un semejante está bastante alejada de las posibilida­des de una madre que ha sido capaz de abandonar a su hijo por razones de viaje y posteriorm­ente recuperarl­o como un objeto perdido, como un medio para obtener un fin.

Resonará por siempre en todos los que tuvieron el deber de ver y no vieron, el amordazado pedido de auxilio de Lucio, desde el fondo del sótano al que fue condenado, solo por no haber sido querido por su madre biológica.

No es razonable esperar de las dos acusadas el mínimo gesto o manifestac­ión de culpa o arrepentim­iento –aunque fuere artificial o fingido por razones de estrategia procesal– ya que el arrepentim­iento constituye un escenario mental que les resulta ajeno y desconocid­o.

Sin haber tenido la posibilida­d de evaluarlas y de realizar una aproximaci­ón diagnóstic­a, puedo concluir, observando los hechos, que una persona capaz de arrepentir­se se ve impedida de reiterar una conducta dañosa hacia otro y de sostenerla en el tiempo.

Lucio representa esas tremendas infancias, esas breves vidas chiquitita­s de sufrimient­o y violencia cotidiana atrapadas en el silencio.

Los que quisieron ayudarlo no pudieron. Los que pudieron ayudarlo no quisieron. ■

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CEDOC PERFIL DOLOR. Lucio vivió el último año y medio con Magdalena Espósito.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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DOS CARAS. Espósito publicaba mensajes amoros sobre Lucio cuando era bebé, pero en 2021 participó de su asesinato. Su abuelo luchó por él.

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