Perfil (Sabado)

El monstruo parlante

- DANIEL GUEBEL

Hará un mes que ando merodeando acerca de los secretos oscuros que nos proponen ciertas escrituras a las que en principio nuestra voluntad consciente se opone como un útil, pero no duradero escudo ante la fascinació­n: el horror o la resistenci­a estimulan el orgullo de negarse, nos permiten argüir motivos ante el exigente tribunal de nosotros mismos, que no sabemos bien por qué constituim­os ni con qué piezas de nuestro psiquismo integramos, hasta que llega el momento de pagar el precio y rendirnos. El costo que pagamos por la demora en la entrega es la misma tardanza. ¡Quién sabe qué hubiéramos hecho de haber admitido desde el inicio que rechazábam­os lo que deseábamos sin saber bien por qué! Pero tampoco sabremos nunca si hubo pérdida alguna o si el tiempo transcurri­do mientras andábamos entre el interés, el rechazo inicial, el olvido y el redescubri­miento, no es sino el tiempo de la maduración del sentido de la tentación. De esta madera se hacen los santos.

Me pasó con Lovecraft lo que con otros escritores: en un momento inicial de lectura me molestó, fastidió o repudié su obra porque lo que necesitaba de ésta me esperaba en el futuro. Se lee por placer, por frenética adicción, porque no se puede vivir sin el uso y abuso de la letra, pero uno se apropia o rechaza aquello que necesita más íntimament­e. Cuanto más interesant­e es un escritor, más veces podemos encontrar, en la trama extensa de sus libros, las palpitacio­nes, esplendore­s y horrores de las obras ajenas, que flotan allí, en transparen­cia y amalgama y confusión. Líquidos fluidos en el vientre del monstruo que leemos.

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