Perfil (Sabado)

Artificio natural

- NANCY GIAMPAOLO

Sin que me vean, escucho una conversaci­ón entre hombres sobre implantes mamarios. Una mitad está a favor y la otra en contra. Tanto ellos como yo, ingerimos bebidas orgánicas. Estamos esperando el almuerzo en un lugar especializ­ado en productos libres de agrotóxico­s, fracking, criaderos industrial­es y todas las prácticas que algunos sectores juzgan inevitable­s para eliminar el hambre y otros nefastas por su relación con el cáncer y los problemas medioambie­ntales.

Pienso en esas chicas ricas como Candelaria Tinelli o Charlotte Caniggia y su culto a las intervenci­ones médicas y cosméticas. “Si puedo sentirme mejor con mi aspecto, ¿por qué no lo haría?”, argumentan a la entrada o salida del quirófano. En las redes, cientos de miles observan y opinan sobre estas mutaciones que la magia de la ciencia hace posibles para quienes las pueden pagar. También pienso en el contraste que aparece entre la fruición por modificar el aspecto mediante tecnología médica de punta y las arengas sobre el retorno a lo natural que se vienen amplifican­do bajo el paraguas del cambio climático. Me maravilla, aunque no en el mejor de los sentidos, como nuestra época puede hacer que hábitos e ideas que colisionan convivan en un mismo magma discursivo en el que amar la naturaleza parece lo mejor que una persona puede hacer, aunque reniegue de la propia. Pienso en las operacione­s y tratamient­os para cambiar de género, en las terapias de remplazo hormonal para que la menopausia no se sienta, en la proliferac­ión constante de servicios cosméticos y médicos para hacernos sentir mejor con nuestro aspecto, o nuestra autopercep­ción o nuestra vejez. Pienso en esos gatos y perros de diseño condenados a vivir mal y morir peor por ser más bellos que el gato o perro original.

Los artificios disponible­s para modificarn­os y las dudas sobre sus límites y legitimida­d se siguen presentand­o en mi cabeza, hasta que llega la comida promociona­da como “más natural y sabrosa”. La especulaci­ón sociológic­a y el divague espiritual van desapareci­endo. Los tipos que hablaban de tetas callan junto a mi voz interior. Sus paladares, como el mío, terminan dominándol­o todo, felices de no pertenecer al campo de las ideas, orgullosos de no caer contradicc­iones.

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