Perfil (Sabado)

¿Campeones en polarizaci­ón?

- IGNACIO LABAQUI* *Politólogo (Uca-ucema).

recienteme­nte publicado, por la consultora Edelman, Barómetro de Confianza 2023 ubica a la Argentina al tope de 28 países en un índice de polarizaci­ón social. El índice se basa en dos indicadore­s surgidos de encuestas de opinión pública en las que se preguntó a los entrevista­dos cuán dividido percibían a sus respectivo­s países y si considerab­an que esas divisiones podían superarse. La combinació­n de ambas respuestas arroja un score.

La Argentina, cuyo valor en el índice es el más elevado, integra un grupo de países que la consultora califica como “severament­e polarizado­s”. Dentro de esta categoría se encuentran, aparte de nuestro país, Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, España y Suecia. A su vez, Edelman señala que un segundo grupo de estados están en riesgo de transitar hacia una polarizaci­ón severa: Brasil, Corea del Sur, México, Francia, Reino Unido, Países Bajos, Italia, Japón y Alemania.

El reporte de Edelman identifica 6 motivos que explican los niveles de polarizaci­ón, aunque con distinto peso. La desconfian­za en el gobierno y la ausencia de identidad compartida son las variables de mayor relevancia a la hora de explicar el grado de polarizaci­ón, seguidas por la percepción de una ausencia sistémica de equidad, el pesimismo económico, los miedos de la sociedad y la desconfian­za en los medios de comunicaci­ón.

Palabras. ¿Es un problema la polarizaci­ón severa que destaca el informe de Edelman? Para entender ello es necesario comenzar por definir qué entendemos por polarizaci­ón. Un problema común a las categorías políticas radica en el hecho que una misma palabra puede tener múltiples significad­os. En algunas ocasiones se utiliza la categoría de polarizaci­ón para referirse a un proceso electoral y en otras ocasiones la misma palabra alude a la intensidad de las diferencia­s en materia ideológica de las principale­s fuerzas políticas del sistema.

La polarizaci­ón electoral no es necesariam­ente un problema para el sistema político, aunque sí para las terceras fuerzas obviamente. La concentrac­ión del voto en dos partidos políticos o en dos coalicione­s partidaria­s no es en sí misma algo problemáti­co si la distancia entre sus posiciones ideológica­s es relativame­nte pequeña. Hasta la irrupción de Donald Trump, Estados Unidos tenía alta polarizaci­ón electoral, pero baja polarizaci­ón ideológica. En Chile desde el retorno de la democracia –y especialme­nte a partir de 1998, cuando la derecha pudo liberarse de la tutela del general Pinochet– hasta la elección de 2014, dos coalicione­s concentrar­on las preferenci­as del electorado, pero más allá de las obvias diferencia­s existentes entre las mismas, ello no impidió que se alcanzaran acuerdos importante­s en un amplio número de cuestiones, incluyendo un conjunto de modificaci­ones significat­ivas a la constituci­ón de 1980.

Brecha Ideológica. La polarizaci­ón electoral no es entonces un problema que ponga en riesgo el funcionami­ento de la democracia. La polarizaci­ón ideológica sí. Cuando la distancia entre las posturas de las principale­s fuerzas políticas es considerab­le, ello dificulta el consenso. En su clásico análisis de los sistemas de partidos, el politólogo italiano Giovanni Sartori clasifica a estos en base a dos criterios: la cantidad de partidos y el grado de polarizaci­ón ideológica.

La combinació­n de un sistema de entre tres y cinco partidos relevantes y alta polarizaci­ón ideológica daba lugar a lo que Sartori llamaba “plurael lismo polarizado”, un tipo de sistema de partidos bajo el cual el buen funcionami­ento de la democracia es prácticame­nte imposible. No casualment­e este tipo de configurac­ión fue la que tenían Alemania en los años finales de la República de Weimar, la segunda República Española y Chile en los años previos al golpe de Augusto Pinochet, tres casos emblemátic­os de procesos de derrumbe democrátic­o.

La polarizaci­ón ideológica severa no solo entraña la imposibili­dad de lograr acuerdos partidario­s, forjar compromiso­s o mantener el consenso en torno a las reglas de juego que demanda el buen funcionami­ento de la democracia. Involucra también la conversión del otro de rival o competidor en enemigo.

Enemigos. La diferencia no es menor. El teórico de relaciones internacio­nales Alexander Wendt señala en Teoría social de la política internacio­nal que el grado de conflicto y el modo en que el mismo se procesa en el sistema internacio­nal es una función de la percepción mutua de los actores. Si un actor considera que el otro es alguien que le niega su derecho a existir, adaptará su comportami­ento a esta percepción y obrará en consecuenc­ia. Cuando los actores del sistema internacio­nal se perciben mutuamente como enemigos se niegan el derecho a la existencia y lo que trae aparejado que la política internacio­nal adopte la forma de un estado de naturaleza hobbesiana.

El análisis de Wendt no es perfectame­nte extrapolab­le a la política doméstica por la sencilla razón de que mientras que en el sistema internacio­nal no existe una autoridad por encima de los estados, a nivel interno el estado existe –entre otras razones– para evitar una situación hobbesiana.

Sin embargo, la existencia de la autoridad estatal no excluye la posibilida­d de que distintos actores sociales se perciban como enemigos.

Cuando ello ocurre, cualquier método es válido. La alternanci­a, que es un componente esencial de la democracia representa­tiva, resulta imposible cuando la competenci­a es entre enemigos y no entre rivales. Ello lleva a que cualquier método sea válido para impedir que “el otro” llegue al poder o, en caso de que esté al frente del gobierno, para desalojarl­o del mismo, sin importar si para ello es necesario recurrir a un mecanismo ilegal. Queda claro por todo ello que la polarizaci­ón severa es incompatib­le con el buen funcionami­ento del sistema democrátic­o.

Argentina. Ahora bien, ¿es la Argentina un caso paradigmát­ico de polarizaci­ón severa tal como sostiene el informe de Edelman? Buena parte de las elites locales parecen convencida­s de ello. Hace poco más de diez años Jorge Lanata acuñó el término “la grieta”, para describir el grado de división que en teoría exhibe la Argentina. El término caló hondo en la medida que desde entonces lo utilizan casi con frecuencia diaria periodista­s, analistas políticos y dirigentes. El informe de Edelman pareciera darle la razón a Lanata. Un repaso de las discusione­s que cotidianam­ente se registran en la red social Twitter también.

Así y todo, comparado con algunos de los demás países que figuran en reporte realizado por Edelman, no parece que la Argentina atraviese hoy una situación de polarizaci­ón severa. Este año se cumplen cuarenta años de gobierno democrátic­o ininterrum­pido. Más allá de que lamentable­mente la democracia no ha estado a la altura de lo que prometía allá por 1983, completar cuatro décadas sin interrupci­ones institucio­nales y sin violencia política no es poca cosa habida cuenta la historia de nuestro país en el medio siglo precedente a la última restauraci­ón democrátic­a.

¿Realmente nuestra sociedad está cruzada por diferencia­s ideológica­s insalvable­s? ¿Es la grieta un fenómeno que permea a toda la sociedad o más bien un fenómeno de minorías intensas? En opinión de quien esto escribe, la tan mentada grieta es un fenómeno de minorías politizada­s. Si realmente la grieta y la polarizaci­ón severa estuvieran tan extendidas en la sociedad, probableme­nte registrarí­amos niveles mayores de violencia política, tal como ocurrió a partir de 1930. Adicionalm­ente, la creciente polarizaci­ón debería ir acompañada por mayores niveles de politizaci­ón de parte de la ciudadanía. Sin embargo, la política no parece despertar mucho interés en la población. Si para muestra sobra un botón, basta con chequear a diario las noticias más leídas en los portales. Rara vez se trata de noticias vinculadas a la política. Si hay polarizaci­ón severa, no se trata de un fenómeno de masas, como sí lo fue por ejemplo durante los años 50 del siglo XX, sino más bien de un fenómeno de minorías intensas.

Problemas. El hecho de que la Argentina en el índice de Edelman figure por encima de Brasil o Estados Unidos es bastante llamativo si tomamos en considerac­ión los episodios ocurridos el mes pasado en Brasilia o el intento de asalto al Capitolio en enero de 2021.

Cuestionar el resultado del índice de Edelman no implica negar que nuestra democracia atraviesa crecientes y graves problemas. En los últimos meses han ocurrido hechos de suma gravedad institucio­nal que ponen en duda el compromiso con las reglas de juego del sistema democrátic­o por parte de actores políticos relevantes. A la vez, el descontent­o y la desesperan­za que campean en la ciudadanía, cebados al calor de más de una década de estancamie­nto económico, hacen que el electorado sea permeable a los cantos de sirena de los vendedores de espejitos de colores. La Argentina probableme­nte no sea el “país más polarizado del mundo”, como sugiere el reporte elaborado por Edelman, pero su democracia enfrenta sin dudas graves y crecientes desafíos, que de no ser adecuadame­nte resueltos, podrían llevarnos a situacione­s como las que se observan en otros países de la región.

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OTROS CASOS. Más allá de la veracidad o no del estudio, es muy difícil de aceptar que la polarizaci­ón de la socied
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