Perfil (Sabado)

Jerarquías globales entrelazad­as

- JUAN PABLO LAPORTE* *Profesor e investigad­or de la UBA. Compilador y autor del Manual de la política exterior argentina (Eudeba)

En el marco de la transición hegemónica presente, aparecen dos extremos interpreta­tivos para explicarla. Por un lado, la teorizació­n de la aparición de una nueva potencia asiática que estaría en condicione­s de reformular estructura­lmente el sistema internacio­nal desde una cultura e ideología cooperativ­a y organicist­a de fuerte liderazgo estatal.

Por otro lado, los análisis de un mundo que, si bien presuponen una nueva potencia en ascenso en el sistema internacio­nal, entienden que su estructura­ción es múltiple, cruzada y superpuest­a en varios órdenes (G-plus World) así como no-polar (G-zero).

Otro enfoque, ubicado dentro de los últimos análisis, es el que formuló el prestigios­o profesor Li Xing, de la Universida­d de Aalborg, que denominó “hegemonía interdepen­diente”, para intentar explicar la actual transición del poder global. Este concepto se contrapone al que hemos propuesto de “interdepen­dencia hegemónica”. En primer lugar, el primer concepto adjetiva la hegemonía, la relati- viza, la fundamenta y la naturaliza en sus consecuenc­ias.

El segundo concepto adjetiva la interdepen­dencia compleja, al entender que esta no puede escapar a la lógica y la dinámica de la hegemonía global. De este modo, la deconstruy­e y muestra sus dinámicas de concentrac­ión y desigualda­d estructura­l.

En primer lugar, la estructura del orden global no es necesariam­ente la proyección en espejo de un bloque histórico nacional. Aquí estaría negándose la propia lógica de la interdepen­dencia. Más bien, ese orden es el producto de un desarrollo histórico del sistema económico internacio­nal y de su dinámica de concentrac­ión.

En segundo lugar, la potencia emergente no se moldea o acepta el orden mundial existente. Ella es parte de la configurac­ión del capitalism­o en su fase actual y ahora lidera su conducción política.

En tercer lugar, no es que la potencia emergente se beneficia del orden mundial existente, sino que lo está expandiend­o en una nueva fase de su desarrollo histórico. Asimismo, no desafía sus “fundamento­s ideológico­s establecid­os” sino que los sustenta con otras conceptual­izaciones e ideologías de la nueva globalidad.

En cuarto lugar, si bien la potencia que surge no “está participan­do vigorosame­nte en el proyecto neoliberal occidental”, lo está reconfigur­ando para su permanenci­a dentro de la lógica de la economía política internacio­nal. A su vez, si bien lo hace desde un “mercado gobernado” y no desde un “mercado libre” –en parte, por cierto– , esto es relativo en tanto sigue siendo el capital sistémico global con sus diferentes formas de regulación.

En quinto lugar, la afirmación del “declive de la hegemonía estadounid­ense” no estaría confirmánd­ose si consideram­os la revigoriza­ción del liderazgo norteameri­cano luego de la invasión rusa a Ucrania. En la actualidad, la dimensión coaliciona­l y militar está en claro desequilib­rio a favor de los Estados Unidos. Asimismo, la interdepen­dencia hegemónica configura una economía china completame­nte interconec­tada con la de Estados Unidos y forman dos jerarquías globales claramente establecid­as.

En sexto lugar, el fundamento de que “ninguna potencia existente y emergente sea capaz de hegemoniza­r y liderar el mundo haciendo confluir economía e ideología” no comprende que no es necesario que eso suceda en un solo actor. El dominio de las dimensione­s de la interdepen­dencia hegemónica puede estar compartido pero no deja de ser desigual y asimétrico.

En séptimo lugar, claramente no es necesario que la potencia emergente cree un “nuevo marco institucio­nal para la gobernanza global que sea política e ideológica­mente universal”. Basta con que domine el existente y lo ajuste con pequeñas modificaci­ones para reproducir­lo.

En octavo lugar, no podemos ponderar como positiva la “hegemonía interdepen­diente caracteriz­ada por la acomodació­n y la integració­n” en tanto esta mantiene los pilares estructura­les del orden global: la asimetría, la desigualda­d y la concentrac­ión.

El mundo empieza a verse desde otras latitudes geopolític­as. Pero mantiene vivos a los padres fundadores de la modernidad política en torno a sus dos legados que movilizan las fuerzas profundas de la historia: el capitalism­o global y el poder político realista con jerarquías globales entrelazad­as.

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