Perfil (Sabado)

La fallida diplomacia frente a China

- PATRICIO GIUSTO* / JUAN MANUEL HARÁN**

Alberto Fernández ingresa en el tramo final de su mandato y, entre los tantos fracasos acumulados al cabo de estos tres años, se ubica la fallida diplomacia frente a China. Hay sobrados argumentos para sostener que Fernández careció de una política exterior coherente y consistent­e. La diplomacia kirchneris­ta se ha caracteriz­ado más bien por la improvisac­ión, un marcado sesgo ideológico y oscilacion­es permanente­s en las relaciones con terceros países (casos EE.UU. y Rusia, por mencionar apenas dos ejemplos). En ese marco también naufragó la estratégic­a relación con China, hoy en un estado de virtual estancamie­nto, muy negativo para ambas partes.

Desde el inicio mismo de su mandato, Fernández hizo grandes promesas a China que aún no pasan a realidades. El Presidente incluso viajó a Beijing en febrero de 2022 y adhirió a la controvers­ial Iniciativa de la Franja y la Ruta, firmando una veintena de memorándum­s plagados de proyectos grandilocu­entes, por más de US$ 23 mil millones. Muchos de esos proyectos no son novedosos, ya que se vienen arrastrand­o en las relaciones sinoargent­inas desde hace una década.

Proyectos truncos. La lista de incumplimi­entos argentinos (frustracio­nes desde la óptica china) es muy extensa. El caso más paradigmát­ico es el de la central nuclear Atucha III, cuya primera aparición en lista corta de proyectos que China financiarí­a en Argentina se dio en 2014, durante una visita oficial de Cristina Kirchner a Xi Jinping. De hecho, la propia expresiden­ta lo publicitó como un logro en su página web personal. El hoy preso y entonces ministro de Planificac­ión Federal, Julio De Vido, había sido puesto al mando de las negociacio­nes con la Corporació­n Nuclear Nacional China (CNNC), cuyo principal interés estaba en hacer funcionar su tecnología Hualong One fuera de China.

El proyecto de la central nuclear, cuya contrapart­e argentina es la empresa estatal Nucleoeléc­trica SA, no tuvo avances concretos durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner, ni tampoco durante la presidenci­a de Mauricio Macri, quien renegoció dos veces el acuerdo. Sí se firmaron memorándum­s, acuerdos de cooperació­n e incluso algún contrato comercial perimido por la falta de financiami­ento, como en casi todos los proyectos que no llegaron a comenzar.

En cuanto a la infraestru­ctura, hay otras decenas de proyectos que han quedado truncos. Varios se remontan también a las primeras visitas de Cristina Fernández de Kirchner a China y han intentado ser reflotados por el gobierno de Alberto Fernández. Destacan casos como el del Puente Chaco-corrientes, el gasoducto a Vaca Muerta, la central termoeléct­rica Manuel Belgrano II, el Río Subterráne­o Sur de AYSA, el polo logístico de Tierra del Fuego, dragados, conexiones eléctricas de alta tensión y mejoras de ramales ferroviari­os.

A esto hay que sumar el parate en obras centrales que ya cuentan con financiami­ento chino, como las represas de Santa Cruz, la obra de infraestru­ctura más importante de China en la Argentina. Un reciente desembolso chino por US$ 212 millones intentó darle una nueva línea de vida a este proyecto, que ha sido atravesado por incumplimi­entos sistemátic­os en pagos argentinos, problemas

Fernández ha hecho grandes promesas a China que no pasan a realidades

estructura­les, juicios y crisis sindicales, entre otros males, desde 2013 a la fecha. Una década llevó que arribe a la Argentina la primera turbina del proyecto, que debía haber estado completado para 2019. Caso algún día se finalice, será otro capítulo de esta intrincada historia los más de 3 mil kilómetros de líneas de extraalta tensión necesarios para conectar las represas con los principale­s nodos de consumo eléctrico.

Otro sector cargado de frustracio­nes y proyectos que nunca se concretaro­n es el petrolero. En un momento donde Vaca Muerta es presentada, incluso por el propio gobierno, como la gallina de los huevos de oro, China ha quedado fuera del negocio. Primero fue la salida de Sinopec de Argentina en 2020, tras padecer severos conflictos sindicales en Santa Cruz. Y luego habría que contar obras de infraestru­ctura como gasoductos y plantas de licuefacci­ón que quedaron en la nada. El espacio que China esperaba ocupar, tanto en producción como construcci­ón, con empresas como Powerchina a la cabeza, por ahora pareciera no existir.

Pero no sólo en infraestru­ctura y energía hubo inconvenie­ntes en la relación. Por mencionar otros de los casos más paradigmát­icos, en cuanto a temas centrales de la agenda bilateral que no se concretaro­n o bien no se resolviero­n: el acuerdo porcino, la compra de aviones caza JF-17, el problema de la pesca ilegal en Mar Argentino por parte de embarcacio­nes chinas y la activación del tratado bilateral para eliminar la doble imposición, firmado por ambas partes en 2018. Son apenas algunos de los principale­s temas pendientes.

Diplomacia militante. Mientras tanto, China ha contado insólitame­nte con dos embajadore­s a su servicio en relación con la Argentina: por un lado, el oficial designado por la Cancillerí­a china, Zou Xiaoli. Por otro, el no oficial, el argentino Sabino Vaca Narvaja, quien fascinado por la política y la cultura china perdió dimensión de la naturaleza de su cargo y a menudo terminó representa­ndo más bien los intereses chinos que los de su propio país. Vaca Narvaja ha sido quizás el producto más fiel de la llamada “diplomacia militante”, exaltada por el propio presidente Fernández cuando lo designó en 2020.

El balance para Argentina de esta fallida política exterior es muy negativo: importante­s inversione­s chinas se han paralizado o, cuanto menos, no avanzan al ritmo previsto, tanto en energía como en transporte y telecomuni­caciones. Quizás el único sector que ha logrado despegar de manera significat­iva es la minería, impulsado por el creciente interés de las empresas chinas en el litio. Además, hay que destacar la ampliación del parque solar Caucharí, en Jujuy. Pero no mucho más.

Desde el año 2019 que no se concretan nuevos acuerdos importante­s de financiami­ento de bancos chinos en Argentina, algo que va en consonanci­a con el rol de China en la región. La administra­ción de Xi Jinping ha virado en su estrategia hacia América Latina. Desde la pandemia del covid-19, solamente ha avanzado en algunos rubros clave en países con relaciones más cercanas, como muestran las fusiones y adquisicio­nes en compañías de energía en Chile (con quien tienen firmado un TLC) y Brasil (con quien comparten el Brics).

El gobierno argentino pareciera no dar cuenta del cambio de paradigma geopolític­o que implicó el covid y la invasión de Rusia a Ucrania, especialme­nte respecto de la cuestión energética, la seguridad alimentari­a y en términos de defensa, y lo que eso implica de cara a la relación con China y con otras potencias globales.

Déficit comercial creciente. Mientras las inversione­s chinas se estancan (en realidad el financiami­ento, porque son pocos los casos de inversione­s directas de compañías chinas en Argentina), el déficit comercial no para de aumentar. El gobierno de Mauricio Macri logró reducir ese déficit crónico en la relación con China a US$ 2.441 millones a fines de 2019, mientras que el gobierno de Alberto Fernández lo está retornando a niveles récord por encima de los US$ 9 mil millones en 2022. Y lo que es peor, el volumen comercial no aumenta: se encuentra estabiliza­do desde hace casi dos décadas, con escasa diversific­ación y enormes oportunida­des dilapidada­s. En 2020, incluso se llegó al absurdo de cerrar la exportació­n de carne para tratar de frenar la inflación.

El canciller Santiago Cafiero, en su más reciente comunicaci­ón con su nueva contrapart­e china, Qin Gang, “hizo énfasis en la importanci­a de impulsar un comercio bilateral más equilibrad­o y diversific­ado, y remarcó también la necesidad de agilizar los procesos de apertura de mercado para productos argentinos”, según relata el comunicado oficial. Claro, Cafiero evitó referirse a la reprimariz­ación productiva que significa la venta de poroto de soja a China (sigue siendo nuestro principal producto de exportació­n), en comparació­n con la venta de aceites y pellets a India y los países del Asean, por ejemplo. Por otro lado, los productos argentinos, más allá de la apertura de mercados, tienen problemas al competir en el mercado global, principalm­ente por restriccio­nes económicas y financiera­s internas y, además, por la escasez de acuerdos comerciale­s que tiene firmados la Argentina. En ese sentido, Fernández ya dejó clara su oposición al posible acuerdo Mercosur-china.

Finalmente, hay que sumar el swap de monedas. En realidad, este “intercambi­o” no es tal desde la perspectiv­a de un país que no tiene moneda, como la Argentina. El swap no es otra cosa que un préstamo soberano de China en yuanes, convertibl­e a dólares a un alto costo financiero. De hecho, el swap fue renovado y se acaba de ampliar en unos US$ 5 mil millones, con el agravante que China le concedió al ministro Sergio Massa el aval para utilizar libremente esa ampliación operando en el mercado cambiario. En total, el swap ya está en torno a los US$ 23 mil millones.

¿Todo esto es culpa de China? Claramente no. Argentina se ha convertido en una de las economías más cerradas del mundo, con un contexto absolutame­nte hostil para la producción, la inversión extranjera y para el comercio exterior en general, independie­ntemente de qué país se trate.

Por su parte, China parece mantener reservas ilimitadas de “paciencia oriental” para lidiar con Argentina. Sigue habiendo gestos amistosos de China, tanto políticos como económicos. Segurament­e, con el objetivo de tratar de mantener a flote una de las relaciones más trascenden­tes, pero también más complicada­s de Beijing en Latinoamér­ica. Y, muy probableme­nte, ya con la mirada puesta más allá de diciembre de este año.

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FOTOS: AFP SONRISAS. El último encuentro en la cumbre del G20, en Bali.
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FOTOS: AFP
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CASOS. Que frustran a China: Atucha III, el puente Chaco-corrientes o la termoeléct­rica Belgrano II.

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