Perfil (Sabado)

El desafío de la ola iliberal en 2023

La democracia de la región se expone a riesgos por la influencia de los muchos regímenes autoritari­os, sean de izquierda o de derecha.

- MARÍA ISABEL PUERTA RI-

La guerra en Ucrania desestabil­izó a Europa y trajo desafíos adicionale­s a América Latina en medio de una tensa relación con Estados Unidos. La renovación de la marea rosa reavivó las esperanzas de la izquierda de que una nueva ola progresist­a era la respuesta al malestar social que la región ha estado experiment­ando durante los últimos años.

La pandemia de COVID-19 solo empeoró el grave conflicto social que la mayoría de los países de la región ya estaban viviendo, en parte, debido a los problemas económicos por la creciente deuda y al aumento de las desigualda­des como resultado de la desacelera­ción de sus economías después del auge de la comerciali­zación de materias primas.

Estos desafíos solo han hecho que las profundas debilidade­s de la mayoría de los sistemas políticos en el hemisferio sean más prominente­s, sobre todo con respecto al estado de sus democracia­s e institucio­nes y al fracaso para abordar la causa raíz de la agitación social y las dificultad­es económicas mediante políticas públicas rigurosas. Las deficienci­as están lejos de ser un debate ideológico, lo que hace que las circunstan­cias de este ascenso de gobiernos de izquierda sean muy diferentes a la marea rosa original.

Las crisis económicas han sido recurrente­s en la historia de Argentina durante décadas, al igual que las consecuenc­ias políticas. Sin embargo, como advirtió la politóloga Yanina Welp, se han necesitado más que las deficienci­as actuales que enfrenta el gobierno de Alberto Fernández para encender el malestar social en el pasado. Los procedimie­ntos judiciales contra la actual vicepresid­enta Cristina Fernández han profundiza­do las divisiones en un país sumamente polarizado. Mientras tanto, las luchas internas en el gobierno han llevado a una sucesión de ministros de Economía a cargo de lidiar con una crisis de deuda, déficit fiscal, inflación disparada, recesión continua y aumento de la pobreza, sin un esfuerzo riguroso de formulació­n de políticas que aborde las causas fundamenta­les de la crisis estructura­l que dividen al país.

Luiz Inácio Lula da Silva asumió el cargo en Brasil, mientras que el mandatario saliente, Jair Bolsonaro, dejó a un presidente interino para evadir la toma de posesión. Aunque la transición fue inevitable, entre los partidario­s del expresiden­te había esperanza de que este fuera restaurado en el poder con una intervenci­ón militar. Esta es probableme­nte la mejor manera de describir los desafíos del nuevo gobierno.

Al igual que en Chile y Perú, Lula se enfrentará a un Congreso controlado por la oposición que le dificultar­á lograr su agenda política. El denominado­r común en esta versión de la marea rosa es la reprimenda del titular y con la oposición controland­o el Poder Legislativ­o como un freno. En un país polarizado donde el expresiden­te no concedió formalment­e, la promesa de unificar una sociedad con la oposición negándose a reconocer la legitimida­d del nuevo mandatario es una señal de la batalla que le espera a Lula da Silva y su coalición. El ataque simultáneo contra el Congreso, la Corte Suprema y el Palacio de Planalto significa que Bolsonaro podría estar fuera del poder formal, pero continuará ejerciendo influencia desde el extranjero.

En Chile, por su parte, se esperaba que las desigualda­des históricas que llevaron a la agitación social en 2019 se superaran con una nueva Constituci­ón. En cambio, el proceso se convirtió en una fuente adicional de división, en la que una mayoría en la Convención Constituci­onal desperdici­ó la oportunida­d de redactar una Constituci­ón que reflejara una declaració­n política de justicia social, al intentar redefinir el marco institucio­nal del país.

Si bien inicialmen­te el apoyo a una nueva Constituci­ón era amplio (78%), en el referendo de salida la propuesta quedó lejos de ser aprobada. El producto fue más allá de lo esperado y, en lugar de cerrar la brecha, aumentó las disparidad­es sociales. Después de reconocer el intento fallido, el presidente Gabriel Boric se ha comprometi­do a trabajar para apoyar otro esfuerzo más inclusivo que refleje las aspiracion­es del país. Será un reto, pero al igual que en otros países de la región, el éxito de la agenda progresist­a dependerá de la capacidad de un compromiso con una plataforma política amplia, en lugar de perseguir objetivos progresist­as sin consenso.

Gustavo Petro, a su vez, se convirtió en el primer presidente izquierdis­ta de Colombia, y con ello se está escribiend­o un nuevo capítulo de la historia del país. Su ambiciosa agenda política se ocupa de las desigualda­des sociales que causaron las protestas en 2021. Sin embargo, también existe la urgencia de redefinir políticas, a fin de combatir el narcotráfi­co y abordar el cambio climático, aspectos que están conectados con Estados Unidos. Siendo un aliado clave en la región, el papel de Colombia es extenso, consideran­do no solo la implementa­ción de políticas de drogas, sino también la conexión de Petro con su vecino, Nicolás Maduro. El gobierno de Joe Biden ha señalado su apertura para compromete­rse con Petro y ha dejado en claro que ambos países tienen más intereses comunes que diferencia­s.

Por otro lado, la destitució­n de Pedro Castillo en Perú se materializ­ó después de que este anunciara la disolución del Congreso, justo antes de que los congresist­as votaran en un tercer intento de destitució­n por una serie de acusacione­s que comprendía­n corrupción, entre otros escándalos. El fallido golpe le ha costado el cargo y ahora se encuentra bajo arresto mientras se lleva a cabo el juicio. La destitució­n de otro presidente es una señal de la inestabili­dad de la Presidenci­a, pero también una acusación que pesa sobre los partidos políticos.

El patrón que hemos descrito en Chile o Colombia también está presente en Perú: desigualda­d, exclusión y corrupción política. El apoyo a figuras externas a las élites políticas como reacción a los políticos tradiciona­les sigue prevalecie­ndo entre el electorado latinoamer­icano y favorecien­do con frecuencia a los políticos inexpertos que carecen de las habilidade­s para garantizar una gobernanza mínima. El caso de Castillo es el más reciente, pero en la tradición peruana ha sido una caracterís­tica recurrente del sistema político. El futuro de la democracia en la región parece preocupant­e, especialme­nte en Perú, donde las alternativ­as son limitadas.

Y en Venezuela, la remoción del Gobierno interino llega en un momento en el que se avecina la discusión sobre la consolidac­ión de Maduro y la necesidad de definir las opciones políticas para las elecciones presidenci­ales de 2024. Después de entregar la representa­ción de los intereses de la oposición al gobierno de Donald Trump, el “gobierno interino” de Juan Guaidó perdió impulso. Luego de haber confiado en que las sanciones serían suficiente­s para debilitar a Maduro y su alianza, la oposición pareció superada por el régimen, dado que este encontró más incentivos para permanecer unido que razones para cambiar el statu quo.

El auge iliberal de regímenes autoritari­os abiertos como el de Cuba, Nicaragua o Venezuela y, en menor medida, el de El Salvador, son la verdadera amenaza que enfrentan las democracia­s, sean de izquierda o de derecha. La ola iliberal es el verdadero reto de América Latina en 2023.Q

La pandemia agudizó las debilidade­s de los sistemas políticos en el hemisferio Las deficienci­as de las democracia­s e institucio­nes están lejos de ser un debate ideológico

*Profesora visitante de Ciencia Política en el Valencia College (Florida). Secretaria de la Sección de Estudios Venezolano­s de Latin American Studies Associatio­n (LASA). www.latinoamer­ica21.com, medio plural comprometi­do con la divulgació­n de opinión crítica e informació­n veraz.

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BUKELE. Un ejemplo de la deriva autoritari­a de la derecha. Pero también existen las opciones de izquierda.

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