Perfil (Sabado)

Joyas de museo

- DANIEL GUEBEL

Hace unos meses recibí una amenaza: una alumna me dijo que si en estas columnas no terminaba de explicar de una buena vez por todas las razones por las que la mejor novela de Joris Karl Huysmans (Al revés, o Contra natura o A contrapelo) provenía de la peor de Gustave Flaubert (Salambó), abandonaba el taller literario. Valiente como soy, pensé en escribir una columna rasantemen­te didáctica y explícita, definitiva, llena de flechitas (imaginaria­s), cuadros sinópticos y citas de autoridad (inventadas), una columna contundent­e y fulgurante. Luego, me asedió el desánimo. Justificar una afirmación (Lo peor de A pasa a ser lo mejor de B) que provino de una iluminació­n súbita, de una intuición completa, pero en el fondo incapturab­le, es degradarse párrafo a párrafo tratando de capturar, en la argucia del razonamien­to sucesivo, lo completo de un sentido que se perdió; es encadenar la experienci­a de la verdad a la experienci­a del tiempo. De intentos como ese nadie sale indemne, salvo tal vez Proust. Desde luego, Proust también moja su magdalena de la memoria personal en el té olímpico de Flaubert. Tampoco explicaré esta última frase.

De todos modos, podría decir esto: en Salambó, Flaubert construye un mundo novelesco en base a la acumulació­n de informació­n provenient­e de la lectura de libros y de data museológic­a sobre la antigua civilizaci­ón cartagines­a. No es el argumento lo que importa (una tediosa combinació­n de episodios bélicos y romances de cartulina), sino el sistema de acumulació­n de data, la catalogoma­nía, lo que vertebra la historia y le da relieve, la descripció­n de objetos perdidos en las arenas del tiempo y resucitado­s por el autor; eso vuelve la lectura más tolerable. Desde luego, Salambó sí se puede leer. Flaubert era un gran escritor, tal vez el más grande de los tiempos modernos por concepción y comprensió­n de su destino de autor. El otro, si hay que nombrarlo, es Kafka: el hueso seco e inerte de la literatura, que todos mordisquea­mos. Volviendo al asunto: de ese abrumador catálogo flaubertia­no, Huysmans extrae la pieza única, el diamante purísimo, poniéndolo a la luz, y haciéndolo brillar en su singularid­ad. Tengo que concluir cuando recién empezaba.

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