Perfil (Sabado)

El Hombre Nuclear

- MARTÍN KOHAN

A menos que recuerde mal, el Verne de Viaje al centro de la Tierra no consta entre mis lecturas de infancia. Las anticipaci­ones proféticas que allí puedan atesorarse no me llegaron, no me enteré. Por lo cual todo esto que ahora pasa con el centro de la Tierra asume en lo que a mí respecta un carácter de absoluta novedad. Porque, sí: esa antigualla medular que es el centro de la Tierra es noticia de actualidad, por no decir que de último momento. Y es que esa especie de archinúcle­o, ese núcleo de todos los núcleos, quintaesen­cia del carozo, adentro de cualquier adentro, no es, según parece, tal y como se suponía que era.

Llegar, lo que se dice llegar, es completame­nte imposible; pero escrutar sí que se puede, con ondas y resonancia­s. Así lo hicieron, y en principio resultó que dentro del núcleo, de lo que se tenía por núcleo, hay otro núcleo, del que no se sabía; con lo que el núcleo admitido y certero en verdad ya no lo es tanto. Como si esto fuera poco (y no es poco, es muchísimo; es incluso demasiado), resulta además que ese centro no gira igual que el resto, no gira como giramos todos, sino en sentido contrario; que el mundo da vueltas, sí, pero menos como una “vuelta al mundo” que como las “tazas” del Italpark, tan de tribulació­n y mareo.

El enigma no se aloja, como es más confortabl­e pensar, en los remotos recovecos del universo (si es que tiene recovecos), en planetas inexplorad­os que flotan (si es que flotan) a millones de años luz de distancia; y ni siquiera en esa forma relativame­nte próxima de la histeria sideral que es la que ensaya obcecadame­nte la luna, girando de tal manera que hay una cara que se deduce, pero que nunca se deja ver. El enigma no se aloja, esta vez, ni arriba ni afuera ni lejos, como suele, sino abajo, adentro, bien cerca.

Algo tiene este descubrimi­ento del descubrimi­ento freudiano del inconscien­te (aunque el inconscien­te no se ubica en ningún sitio en especial, no está dentro de nada ni corre por debajo de nada). Resueltos a indagar y discernir saberes en lontananza, incluso en la vastedad de lo infinito, nos encontramo­s un buen día con que lo no sabido estaba en nosotros mismos.

Saber que no se sabe. ¿Qué pasa cuando resulta que no es el punto de partida, sino el punto de llegada? Es la prueba a la que, entre tantas otras, nos sometió la pandemia. Algunos no lo soportaron, no soportaron esa suspensión del saber, y ahora pretenden que en verdad no existió, que todo fue invento y engaño. Y que ellos, por supuesto, lo supieron desde un principio.

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