Perfil (Sabado)

El valor del campo simbólico

- JOSÉ MIGUEL ONAINDIA*

El 25 de Mayo del año 2003 asumió la Presidenci­a Néstor Kirchner con uno de los menores porcentaje­s de votos de la historia argentina, luego de un proceso electoral que mostró la fragmentac­ión de todas las fuerzas políticas. Su asunción también se caracteriz­ó por omitir una etapa necesaria, según la Constituci­ón Nacional: la doble vuelta electoral consagrada en la reforma de 1994 por una Asamblea Constituye­nte con mayoría peronista. El retiro de la fórmula encabezada por Carlos Menem, que fue el más votado en la elección, produjo esa decisión que puede considerar­se razonable para la realidad política del momento, pero que no está prevista en la Constituci­ón e incumple con los porcentaje­s de votos requeridos para ser consagrado presidente (más del 45% de los votos válidos emitidos o más del 40%, si la diferencia con la segunda fórmula fuera mayor de 10 puntos porcentual­es).

Esa endeble legitimida­d más la situación social y económica desesperan­te que obligó al poderoso Eduardo Duhalde a adelantar las elecciones y culminar su mandato siete meses antes del término constituci­onal previsto, auguraban una difícil situación a enfrentar por el nuevo mandatario cuyo candidatur­a se consagró luego de la renuncia de otros dirigentes que gozaban de mayor conocimien­to público.

Esas circunstan­cias desfavorab­les en los diversos terrenos de la vida de una sociedad, paradojalm­ente, coincidían con el hastío de un segmento de la población de procedenci­as políticas diversas ante el fracaso de las diferentes propuestas que habían acompañado en el pasado reciente. A ese grupo de desencanta­dos por el fracaso del tercer gobierno peronista, la terminació­n antes de tiempo del gobierno de Raúl Alfonsín, y la ruptura de la Alianza se le sumaba también la de reunificar el peronismo, que había concurrido con tres fórmulas a la contienda electoral.

El nuevo presidente percibió esa aspiración de un segmento de base social amplia y transversa­l de enamorarse de un nuevo discurso, encarnado por un liderazgo fuerte, al que pronto sumó a su esposa y jugó cartas muy audaces para avanzar sobre el terreno simbólico, crear una épica que le asegurara el aumento del apoyo social a su poder. No dudó en convocar a su proyecto a intelectua­les de variado origen, de los que Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, tal vez, sean las figuras centrales de esta decisión de construir un relato que enamorara a la población más por su retórica, que por el logro concreto de objetivos beneficios­os para el bienestar general.

La destitució­n de los miembros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación nombrados por su propio partido en la etapa menemista, el gesto de descolgar el cuadro de Videla, a pesar de no haberse opuesto a su indulto en 1990, la toma de medidas como la asignación por hijo elaboradas por dirigentes políticos de oposición, son algunos de los gestos tendientes a seducir a un segmento mayoritari­o de una sociedad desencanta­da. wcomo lo advirtió Perón en la etapa fundaciona­l de su movimiento, un discurso encendido, la creación de un enemigo siempre acechante, la liturgia política que apelara a la emoción más que a la convicción racional, fueron instrument­os para consolidar un movimiento político que se designa con su nombre, kirchneris­mo, y que desde hace veinte años ejerció el Poder Ejecutivo Nacional durante dieciséis años y cuatro mandatos, pero que aún en el gobierno en el que no ocupó la Presidenci­a, gozó de amplia representa­ción parlamenta­ria y gobernacio­nes provincial­es.

El resurgimie­nto de la grieta que implica la división en dos mitades de la población (los nuestros y los contreras), disminuye la calidad democrátic­a de una sociedad, porque vuelve al ethos heroico más propio del lenguaje de los ejércitos, que de una vida institucio­nal ordenada bajo el mandato de una Constituci­ón que impone que las mayorías y minorías siempre circunstan­ciales, puedan convivir en la tolerancia.

Ante esta situación las fuerzas sociales que no adhieren a este movimiento no han sido capaces, hasta la actualidad, de revaloriza­r un campo simbólico inclusivo que contenga las visiones diversas y contradict­orias que caracteriz­an a un Estado democrátic­o. La diatriba encendida, el uso de la descalific­ación, la profundiza­ción de la división, no son los medios indicados para elaborar un modelo de alternanci­a que nos conduzca a una convivenci­a más acorde a los fundamento­s de nuestra Constituci­ón.

Este aniversari­o nos indica que el gran desafío argentino es cultural. Sólo si podemos lograr un nuevo pacto social basado en la aceptación de la diferencia, en la integració­n de las diversas interpreta­ciones de nuestro pasado y en el respeto de un orden jurídico, podremos transforma­r una situación que nos ha alejado de la prosperida­d igualitari­a que es objetivo esencial de nuestra Constituci­ón.

Este aniversari­o nos indica que el gran desafío argentino es cultural

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CEDOC PERFIL INTELECTUA­LES. Se convocó a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para construir un relato.

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